"Si, mucha vergüenza y mucha culpa... Pero una cosa puede ser dos cosas al mismo tiempo (…) Sí, hicimos daño. Sí, destruimos vidas. Pero también proporcionamos a gente que sufría la mejor medicación para el dolor irruptivo que ha existido". Así justificaba su actuación el personaje interpretado por Chris Evans en el filme El negocio del dolor, sobre los efectos del fentanilo.
Y es que cualquiera de nosotros, ante una evidencia o una nueva información que contradice nuestras creencias, buscaremos una justificación para mantener nuestra creencia inicial. Porque necesitamos eliminar el desagrado que nos produce esa inconsistencia, dado que solo las relaciones equilibradas son psicológicamente confortables y estables.
No olvidemos que el ser humano, por su propia biología, percibe la consistencia como la forma más básica de confianza en uno mismo y en los demás, y le da pistas para sobrevivir en comunidad. Nos fiamos de quien muestra congruencia entre lo que dice y hace. Decía Tolstoi que "vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable".
En la mayoría de las ocasiones esa consistencia la lograremos de forma racional, lógica; en otras, sin embargo, recurriremos a procedimientos irracionales, como por ejemplo, la defensa de idearios políticos, creencias religiosas, prejuicios raciales, o incluso manteniendo hábitos perniciosos para la salud (drogas, tabaco, alcohol), dando la espalda a la evidencia de los hechos.