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'Libros de sangre', una obra maestra de Clive Barker

MURCIA. Cada día dura menos la actualidad. El presente es un tren de alta velocidad, una corriente en la que uno, hasta la cintura en ella —si no más—, clava los pies en el suelo, vence el cuerpo hacia adelante, y confía en no ser arrastrado. Hacemos lo que podemos. En semejante vorágine los restos del naufragio pasan como bólidos a nuestro alrededor. Querríamos rescatar del olvido de la desembocadura en el océano del olvido alguna cosa, pero es difícil. No es que no haya segundas oportunidades: a veces no hay ni primeras. La alternativa es subirse a un tejado y confiar en que el edificio aguante la embestida. En este caso, sin embargo, no hay posibilidad de avanzar: si se opta por subirse a la roca, hay que asumir el transformarse en una isla, verlo todo desde la distancia. Esto es así con todo: el concepto de novedad está perdiendo su ventaja. Novedad es sinónimo de efímero. Convertirse en clásico es hoy día una quimera. No hay tiempo para convertirse en clásico

La corriente es demasiado fuerte, y arrasa con lo que sea que asome la cabeza en la riada que es el muro general de un medio o una red social —cada día más parecidos—. Esto no es malo necesariamente: quienes crean contenido lo crean para el ahora, y eso también implica cantidades ingentes de talento. Hay que saber captar el momento, interpretarlo, y generar valor en un instante. La ola es ya, y acto seguido llegarán otras. La realidad no se navega, se surfea cual onda monstruosa de Nazaré. Como en la playa portuguesa, el éxito se mide en récords. El vídeo más visto queda obsoleto en cuestión de varias intentonas. Las olas son cada vez más grandes de un modo directamente proporcional al número de personas que tienen un smartphone en la mano, conexión a internet, y la costumbre de pasar muchas horas de cara a la pantalla. No es malo per se. Es solo la última forma de ser.

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