MURCIA. Escuchaba esta semana el podcast que hizo Onda Cero sobre Podemos. Se titula Compañeros, se publicó el año pasado y ya tenía un tono póstumo sobre la suerte del partido. Estoy interesado en estos análisis a toro pasado porque, para mí, personalmente, Podemos tiene cierta importancia. Es un partido que surgió con un fuerte componente generacional, de mi generación concretamente. Lo viví en directo y combiné la simpatía por algunos postulados con el fuerte rechazo que me producían otros. Además del efecto neurótico que me generaba que fuesen personas de mi edad las que dirigiesen el cotarro, algo inherente a estos procesos aunque la gente no se atreva a reconocerlo.
El 15M no me gustó. Estuve allí un sábado –porque entre semana trabajaba-, y un gran cartel que decía “Deja fuera tu ideología” me hizo dar media vuelta, así como los famosos lemas de “no les votes”, etc… Todo aquello me parecía adanista y ridículo a más no poder. No sé si como consecuencia del 15M, pero meses después Rajoy obtenía la mayoría absoluta y los recortes no continuaban, sino que se incrementaban, igual que la reforma laboral. Participé en las huelgas como piquete, salí a muchas manifestaciones y “las mareas” me sedujeron.
Controlaba de Sanidad y conocía cómo se estaba desmantelando este derecho, la “marea blanca” me parecía el principio de algo necesario. En un momento pensé que de la verde, la de la educación, de la negra, la del derecho, etc… podría salir un movimiento, una plataforma o una coalición a la que mereciera la pena votar. Pero lo que salió fue Podemos. Indagando sobre el tema, me dieron una vez una respuesta esclarecedora, aunque no pude demostrarla. Me dijeron que los que habían fomentado las mareas ya militaban todos en CCOO, UGT, IU, etc… No estaban para crear nada nuevo, eran los de siempre.
A Pablo Iglesias le seguí desde que era invitado en las cadenas de extrema derecha de la TDT. Su programa La Tuerka era anterior y también pude ver cómo a mi alrededor generaba pasiones. No estaba de acuerdo con su discurso y tics como el de la heroína en el País Vasco, en el que tanto ellos como Cintora se dieron un festín con el bulo –esa técnica que luego era de extrema derecha- me echaba para atrás.
Sin embargo, montaron un partido y salió adelante. Tenían una estrategia que eludía un posicionamiento claro en el marco ideológico establecido, yo la critiqué por sentirme en la izquierda tradicional y ellos triunfaron. Cuando estaban a punto de doblegar al PSOE, uno de sus objetivos obsesivos, se impuso una nueva estrategia de Iglesias, unirse a IU y virar a la izquierda. Errejón defendía lo contrario, seguir indefinidos, les salió mal y yo me reí de ellos por haber abandonado la fórmula de la Coca-cola por las prisas (nótese que soy mala persona y veleta en mis juicios) A partir de ahí, lo que vino fue, para la formación, un calvario. Errejón, el que, tuviera las artes que tuviera dentro del partido, era el que tenía razón y, como es lógico en las dinámicas de la esfera comunista, salió trasquilado de ahí y la batalla interna nunca cesó.
No obstante, cayendo y cayendo en popularidad y desinflándose el hype al que tanto público de mi edad se había sumado de forma ligeramente oportunista, unos a ver sin trincaban, otros porque lo veían como una moda y lo único que habían hecho hasta entonces era seguirlas, entraron en el gobierno. Y con el partido en desintegración, inmolado, como decía Monedero al final del podcast, hay muchas leyes que se deben a la formación morada, aunque el PSOE se las haya apropiado como bazas electorales. En mi humilde opinión, esas leyes son las más importantes de izquierda desde la triple universalización de los años 80. Son parches, pero los años de ZP que pasaron con tanto bombo fueron más liberales.