MURCIA. Acudo de visita al despacho del alcalde Ballesta, colegiado con los otros patronos de la Fundación El Mural de Arte de Hernández Carpe, para ver asuntos de común interés -Via Crucis de Carpe en el Jardín de la Pólvora y exposición de los maestros del muralista murciano, Solana y Vázquez Díaz, en La Glorieta-, y vuelvo a contemplar el hermoso cuadro de Los Crisantemos, del maestro don José María Almela, que nuestro primer munícipe tiene el gusto de tener colgado en el antedespacho de visitas, en la sede misma.
Fue mi profesor de Dibujo en el Instituto Alfonso X el Sabio, en aquellos maravillosos y desarrollados años 60, del pasado siglo. Y de su persona, maestría y humanidad, guardamos todos cuantos alumnos suyos fuimos, un recuerdo imborrable.
El mérito de este cuadro es el punto de vista elegido, a ras de la multitud de las pobladas coronas de la citada flor. Un punto de vista humilde, que el Maestro eleva a categoría de arte sensible y hermoso. Toda la Huerta de Murcia está ahí. Un bancal entregado al primor, a despecho de las hortalizas y frutales. Acaso estemos en vísperas de 'Tosantos' y el huertano inundó con la flor reina del centro otoñal, sus tahúllas. El mercado manda. Esa luz otoñal que nos llama la atención al fondo, con su tono y color de barro cocido, apenas encalado, nos informa sentimentalmente de la humildad huertana, tan seña de identidad del entorno.
Pero, al margen de todo eso, don José María logra todo un climax de hermosura, teñido de un sentimiento, que sólo emana la flor viva, aún con las raíces en el terreno. Se me encaprichan grupo festivo de debutantes, en algún salón de palacio vienés, esperando a los galanes con los que bailarán el Danubio Azul bajo las arañas de luz, y rodeadas de lo más granado de la Corte Austriaca e invitados. Puedo oír los cuchicheos nerviosos de las chicas-crisantemo, que el vaivén del vientecillo huertano hace oscilar entre labios y oídos, de los privilegiados que contempla múltiple escena: tal cual los que contemplamos el cuadro sobre la pared sur de la municipalidad murciana.
El cielo del cuadro, con su totémica palmera, es solo presencia de cuota, en clave de paisaje, nada más. Lo que importa son las corolas blancas y amarillas de los triunfantes crisantemos. Ésos que figuran ahí mismo, en el bancal del afortunado huertano que ofreció sus cuidados y su terreno a la sagrada prole de la eflorescencia otoñal. Infinitud de pétalos, que tanta eternidad presentida habrá de ofrecer a los difuntos.
Don José María Almela, eterno sea su legado de lienzo y pincel, bendecidos por su universal talento.