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Hong Kong, una ciudad futurista que tiene alma milenaria

Una de las urbes más futuristas del planeta se levanta a golpe de colosos de cristal y acero que dan cobijo a templos y animados mercados callejeros, aunque aún conserva la huella colonial británica

  • Vistas de Hong Kong desde el pico Victoria
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Estoy sentada en el ferri que me traslada a Hong Kong. Lo habitual es llegar en avión, pero, en mi caso, esta es la última parada de un viaje que me ha llevado por Taiwán y Macao. A lo lejos, ya se intuye la bahía de Victoria. Aquellos puntos diminutos en el horizonte se transforman poco a poco en rascacielos de distintas formas y alturas, que se alzan entre las montañas y el mar. El sol se refleja en sus fachadas de cristal, subrayando su grandiosidad. Me pregunto cómo será vivir bajo la sombra de esos colosos. El vaivén de las olas acompaña mi llegada, pero también el nerviosismo de descubrir una nueva ciudad. Y no una cualquiera: Hong Kong es, al igual que Macao, una región administrativa especial (RAE), bajo el principio de «un país, dos sistemas», un modelo que se mantendrá, al menos, hasta 2047. En Macao, la huella portuguesa convivía con un paisaje de casinos deslumbrantes y hoteles de ciencia ficción; aquí, al ser mucho más grande y cosmopolita, me pregunto si el legado británico seguirá igual de presente.

Me preparo para desembarcar. Ahora sí: es momento de conocer Hong Kong. En cuestión de segundos me siento como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Riadas de personas se mueven a toda prisa; la mayoría camina con el móvil a la altura de la cabeza —más práctico que nuestra costumbre de mirar hacia abajo— y parecen inmunes a todo lo que ocurre a su alrededor. Sortearlas, arrastrando la maleta y con la mochila a cuestas, es todo menos sencillo. En medio de ese torbellino llego al metro, que me recuerda al London Underground, aunque el de Hong Kong es más moderno y eficiente (funciona desde 1979). Incluso comparten el mismo sistema de tarjeta: aquí se llama Octopus, y también sirve para pagar en tiendas y restaurantes.

  • Puesto callejero del mercado de las mujeres -
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Me sorprende la disciplina de los pasajeros: forman dos hileras perfectas, dejando espacio en el centro para quienes salen del tren. Me asombra que, pese a lo largas que son las colas, todos logremos entrar y sin empujones. También me alucina saber que, bajo mis pies, el metro cruza el agua. Por mucho que avance la tecnología, sigue despertando en mí una sensación de asombro casi diría que infantil. Apenas llevo quince minutos en Hong Kong y ya he recibido tantos estímulos que me siento como una niña, fascinada por lo desconocido. Algo me dice que esa sensación me acompañará durante todo el viaje.

Un pasado británico 

No voy a mentir: Hong Kong abruma. Sus altos edificios, con ventanas diminutas, se elevan sobre estrechas calles siempre llenas de gente que habla en distintos idiomas. Es un murmullo constante, apenas acallado por el tráfico. El aire está impregnado del aroma de la comida callejera: dim sum al vapor, curri, fideos fritos… Los andamios siguen siendo de bambú, pero ya no abundan las luces de neón —aquel símbolo icónico de la ciudad—, sustituidas por luces led por razones de seguridad. Quedan algunas, casi de forma anecdótica, en Portland Street o Mong Kok. Ese resplandor residual pertenece al pasado de Hong Kong, una ciudad que nació como un pequeño pueblo de pescadores y que se ha convertido en uno de los principales centros financieros del mundo.

Su historia, marcada por siglo y medio de dominio británico, ha forjado un carácter singular: una mezcla de Oriente y Occidente, que se disuelve como el azúcar en el té —sí, bastante habitual para merendar—. Eclipsada por la modernidad, la huella británica aún se percibe en vestigios coloniales como la Corte de Apelaciones (1910) o la Catedral de St. John’s (1849), la iglesia anglicana más antigua del Extremo Oriente. De este modo, Oriente y Occidente se entrelazan en una región formada por tres áreas diferenciadas: la isla de Hong Kong —la ciudad propiamente dicha—; frente a ella, al otro lado de la bahía de Victoria, la península de Kowloon, y, más allá, los llamados Nuevos Territorios.

  • Templo de Man Mo -
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Pero la británica no es la única cultura que sobrevive entre la modernidad. En medio de los rascacielos, caminando por la avenida Hollywood —la foto con Bruce Lee es inevitable—, descubro un lugar donde la tradición se encuentra con el presente: el templo de Man Mo, construido en 1847. Al cruzar su umbral, el frenesí de la ciudad se detiene. Las enormes espirales de incienso que cuelgan del techo llenan el aire con su aroma y parecen elevar las plegarias hacia los dioses. El templo está en penumbra, iluminado solo por el rojo de las linternas, el dorado de los altares y el brillo de los espejos de bronce, que crean una atmósfera mística. Rojo y dorado: símbolos de prosperidad. Una pareja enciende una vela, un plato con frutas y dulces preside el altar. El recogimiento es tal que ni siquiera notan mi presencia y la de mi cámara.

Una filosofía milenaria

Con el paso de los días, esa gran hilera de cristal y acero comienza a tener nombres: la Bank of China Tower, inspirada en brotes de bambú; el International Commerce Centre (ICC) —con 484 metros, el más alto de la ciudad—; la sede del HSBC, diseñada por Norman Foster, o el Lippo Centre, cuyas torres parecen dos koalas aferrados a un árbol. Algunos de estos rascacielos, hoteles y edificios gubernamentales tienen grandes aberturas en sus estructuras. No se trata de un capricho arquitectónico, sino de una cuestión de feng shui: un arte ancestral que busca la armonía entre las personas y su entorno. Según la tradición, los dragones descienden desde las montañas hacia el mar, y las llamadas ‘puertas de dragón’ permiten su paso. Bloquear su camino traería mala fortuna.

Con alrededor de 570 edificios de más de 150 metros de altura, Hong Kong es la ciudad con más rascacielos del mundo. Una edificación en altura que también se debe a dos motivos: la falta de espacio para edificar y la alta demografía. Por eso, se alzan complejos residenciales que bien podrían ser pueblos enteros. Uno de ellos es el conocido como Monster Building, que se ha hecho popular por aparecer en anuncios y en películas como Transformers: Age of Extinction (2014) y Ghost in the Shell (2017). Desde fuera pasa desapercibido, pero al entrar te sobrecoge: una muralla casi vertical de ventanas, balcones y máquinas de aire acondicionado que apenas deja pasar la luz. Comprendes entonces que está formado por cinco bloques interconectados, y que en su caos reside la belleza de la vida urbana.

Si hay un distrito que resume ese caos ordenado de la ciudad moderna es Mong Kok, el rincón más densamente poblado del planeta —con unos 130.000 habitantes por kilómetro cuadrado—, reconocido por el Guinness World Records. El bullicio de los restaurantes, el laberinto de callejuelas, la mezcla de edificios antiguos y nuevos… todo lo hace único. Soy esa niña fascinada recorriendo sus calles.  Y, por supuesto, sus mercados: el Mercado de las Mujeres, con más de un centenar de puestos de ropa; el mercado nocturno de Temple Street, donde se mezclan electrónica, comida —descubrí un puesto de mochis artesanales increíble— y moda, o el mercado de las Zapatillas, con modelos imposibles de encontrar en otro lugar. Un contraste absoluto con los centros comerciales de lujo que abundan en la ciudad y que muchos usan para combatir el calor tropical de la calle. Sin duda, Mong Kok es el barrio que más me fascina.

Hong Kong me ha cautivado. A simple vista es la ciudad de los rascacielos y la tecnología, pero cuando te adentras por sus calles descubres un mundo donde las culturas china y británica conviven y se adaptan a los nuevos tiempos, dando forma a la identidad hongkonesa. Me asalta la curiosidad: ¿cómo será el Hong Kong aún más futurista que vendrá? ¿Qué pasará cuando se integre con China a todos los efectos?

Qué más hacer en Hong Kong 

Las vistas desde el pico victoria.  El histórico funicular Peak Tram (en funcionamiento desde 1888) lleva hasta la montaña Victoria, la más alta de Hong Kong. Al llegar, cómo no, un complejo de restaurantes y tiendas de souvenirs te da la bienvenida. Allí mismo hay un mirador, de pago, pero lo mejor es coger el sendero Lugard Road para adentrarte por un paisaje verde y frondoso que hace olvidar los bloques de cemento y hormigón de la urbe. Las vistas son espectaculares, con la ciudad vertical a mis pies en forma de agujas que miran al cielo. Desde aquí te das cuenta de la magnitud de los edificios. Detrás, el puerto, con los barcos cargueros llegando a la bahía Victoria. 

Guía práctica de Hong Kong 

Cómo llegar: La compañía KLM vuela directo desde el aeropuerto de Amsterdam Schiphol a Hong Kong (HKG) (el vuelo son 12 horas). Moneda: Dólar de Hong Kong (HKD).  1 HKD ≈ 0,12 € (variable). Consejo: La tarjeta Octopus es imprescindible para tu viaje. Se compra en el aeropuerto, estaciones de MTR o tiendas 7-Eleven, y sirve para pagar el metro, autobuses, ferris, tiendas y máquinas expendedoras. Web de interés: www.discoverhongkong.com

 

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* Este artículo se publicó originalmente en el número 131 (noviembre 2025) de la revista Plaza

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