Series y televisión

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'Estrella': el poder de la danza

VALÈNCIA. Estrella (Étoile) es la nueva serie de Amy Sherman-Palladino, la creadora de Las chicas Gilmore (Gilmore Girls, 2000-2007) y de La maravillosa señora Maisel (The Marvelous Mrs. Maisel, 2017-2023), así que las expectativas eran, lógicamente, altas. Y sí, hay mucho en Estrella de lo que da esa identidad tan específica a ambos títulos, pero el conjunto final funciona regular y, solo a ratos, consigue ese fulgor que nos viene a la mente al pensar en esas series. Lo bueno es que, cuando lo consigue, es tan brillante que nos reconcilia con lo que nos ha defraudado antes. 

La serie, en Prime Video, cuenta la historia de dos grandes compañías de ballet, una en Nueva York y otra en París, que intercambian sus estrellas para poder solventar la crisis económica y de público que ambas, y todo el sector, sufre. Esto da lugar, además de a bellas escenas de baile magníficamente rodadas, a encuentros, reencuentros y desencuentros; equívocos y enfrentamientos de ego y por la forma de entender la danza, y a choques entre los artistas y sus gestores, por un lado, y quienes representan al poder, sea de orden económico o burocrático-administrativo, por otro. Por encima y por debajo de todo ello, como objetivo y como sustrato, la serie brinda una luminosa defensa a ultranza del arte y la creación artística, y de su valor e importancia tanto en un sentido individual como colectivo, en nuestro presente hipercapitalista. Aquí hay mucho amor, y bien expresado, a la danza, a la cultura, a creadores y a artistas.

 

Y todo ello con las habituales marcas de la casa: diálogos rápidos y agudos, personajes extravagantes no necesariamente entrañables, constantes e ingeniosas referencias a la cultura pop, sentido del humor, ritmo a lo screwball comedy aunque no lo sea, gusto por las secuencias largas con pocos cortes y esos destellos de originalidad que nos deslumbran.

Los temas artísticos no son nuevos en el universo de Sherman-Palladino, que estudió ballet durante años y ejerció como bailarina hasta que se decantó por el mundo del guion cuando entró a formar parte del equipo de la mítica sitcom Roseanne (1988-1997, 2018). No hay más que recordar que La maravillosa señora Maisel se basa en el valor central de la expresión artística y rinde un homenaje precioso al mundo de la comedia y los locales de actuación. Y previa a Maisel, la guionista se sacó de la manga una serie injustamente olvidada, Bunheads (2012), cuyo tema también es el baile, aunque con una premisa argumental muy diferente. 

En Estrella abundan los tópicos asociados a París, a Nueva York y a sus diferencias culturales, al mundo de la danza o de la cultura, unos para ser superados y desmentidos y otros para jugar con ellos, asumiéndolos como parte central del relato. Y aquí la serie triunfa en varias ocasiones. Tenemos el retrato del ballet como un mundo lleno de divas y divas de comportamiento extravagante y egocéntrico, bichos raros, lo que da lugar a algunos personajes más bien insufribles con los que nos cuesta mucho lidiar y que lastran el inicio de la serie, a la que le cuesta arrancar. Pero el buen hacer de la creadora y su equipo de guionistas y ese deseo de mostrar la belleza de la danza y la creación consiguen que acabamos aceptándolos, aunque a veces no los entendamos en su rareza. Un momento culminante y brillantísimo en este sentido es, hacia el final de la serie, la secuencia de la creación de una coreografía, absolutamente apasionante. El cliché desaparece y se convierte en verdad. Y nos asomamos a la grandeza de la danza.

Luke Kirby, que interpretó a Lenny Bruce en Maisel, y nada menos que Charlotte Gainsbourg, son los protagonistas principales y despliegan una elegancia y una complicidad entre ambos maravillosa. Que, oye, no pasa nada por permitirnos el lujo de disfrutar de series y películas solo porque es un gusto ver gente así en la pantalla. Cierto es que aquí hay más que esa fascinación, pero ayuda. Kirby interpreta al gerente de la compañía de Nueva York, que es privada, y Gainsbourg hace lo mismo en la de París, que es pública y su gestión depende del Ministerio de Cultura. Aunque son listísimos y encantadores, a veces muestran una descacharrante torpeza en sus interacciones sociales y ambos lidian con la necesidad apremiante de conseguir fondos y apoyos y mantener las compañías. No son artistas (ni bailarines ni coreógrafas) sino gestores que aman profundamente el arte, la danza y la cultura y ello les enfrenta permanentemente a quienes detentan el poder, sea este público o privado, y sus intentos de mercantilización, un tema muy relevante de la serie.

Nos cuesta mucho más el tercer personaje protagonista, que representa a una de las mejores bailarinas del mundo, Cheyenne, francesa enviada a Nueva York, y que resulta demasiado detestable en su caracterización como una artista absorbida hasta la médula por su pasión por el baile y, por consiguiente, implacable con el mundo y consigo misma. Aunque según avanza la serie nos acostumbramos a ella y, al final, se humaniza, se han cargado demasiado las tintas, y la interpretación muy deliberadamente histriónica de Lou de Laâge es agotadora. Y sin hacer espoiler, el giro final de la última escena relacionado con este personaje no nos lo tragamos. O no queremos tragárnoslo. No, mal. 

Otro personaje extremo y difícil es el del multimillonario que mueve los hilos, interpretado, también con una gran carga histriónica, por Simon Callow. En este caso, está justificado porque ha de ser despreciable, es su papel, sin embargo, resulta demasiado exasperante. Por el contrario, otro personaje al límite en su comportamiento y carácter, Tobias, el coreógrafo interpretado por Gideon Glick, comienza en la liga de los insufribles, pero gracias a uno de los mejores arcos narrativos de la serie, y a la interpretación del actor, acaba siendo un gran acierto.

Estrella es una serie desigual, inteligente y, cuando entras en ella, divertida, a la que le cuesta encontrar el tono. Es cierto que conforme avanza nos sentimos cada vez más a gusto en ese mundo bello, elitista y cosmopolita pero también muy exigente, y le cogemos cariño a sus personajes excesivos y apasionados. Así que, siendo a ratos irritante y a ratos fascinante, la última creación de Amy Sherman-Palladino, rara y llena de destellos deslumbrantes, como todas las suyas, acaba atrapándonos.

 

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