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‘Aunque me extinga’, un poemario del movimiento de Sofía Crespo

La autora venezolana ha fijado en papel lo que en esencia es distancia recorrida, desplazamiento, fugacidad de las personas, los lugares y los momentos

  • Sofía Crespo
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VALÈNCIA. ¿Sabrá más gente del desarraigo y el aterrizaje en la nueva injusticia, o de clavarse una astilla —punzante y dolorosa materia orgánica, colmillos de los árboles y los huesos—? Hace tiempo que sabemos que en el universo nada permanece estático: las esferas inmóviles, solemnemente cósmicas, son cosa de un pasado en el que las explicaciones que nos dábamos tenían más que ver con lo lírico que con lo científico. Se busque donde se busque, a cualquier escala, solo se encuentra movimiento, vibración, sacudida o viaje. La Luna gira alrededor de la Tierra, la Tierra alrededor del Sol, y este a su vez hace su parte arrastrando a su sistema consigo por arte de la gravedad. También se desplazan las inimaginables galaxias y los cúmulos, y en lo más pequeño, todo es una espuma burbujeante de manifestaciones de la existencia en forma de partículas elementales y más allá. A pie de planeta, en la parcela humana, está nuestra especie que nunca ha estado quieta, que ha sido nómada a través de diferentes latitudes, y que en varias ocasiones ha estado a punto de extinguirse —se calcula que en el peor episodio llegamos a ser tan solo unos pocos miles de individuos—: nos salvó movernos, repartirnos, probar suerte —más o menos funesta—, en nuevos territorios. La migración es consustancial a lo que somos. Así ha sido, y con toda probabilidad, así será. Pero además, una vez nos volvimos animales sedentarios, comenzamos a olvidar o a rechazar nuestra larga historia a través de la sabana, las estepas y las montañas, y a ser celosos del espacio que delimitamos como nuestro hasta lo letal. Sin duda había razones para ello: el otro, envalentonado por el poder o la fuerza, podía sentir la tentación de aniquilarnos o esclavizarnos y arrebatarnos el hogar. La codicia es un mal que arraigó hace mucho y que desde entonces nos acompaña y define al menos en el plano macro. Han pasado las décadas y la dinámica sigue siendo en esencia la misma, igual de perjudicial para los pocarropa.

 

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Los fuertes le roban el hogar a los más vulnerables, y cuando estos se ponen en movimiento, las fortalezas cierran sus puertas y siembran el acceso con todo tipo de obstáculos, que antes eran unos y ahora son otros, algunos más sofisticados, otros igual de brutales y ambos, por lo general, despiadados. Uno de los mejores ejemplos de la burocracia diseñada para hacer desistir o para conducir a la gente a la locura es la octava de las doce pruebas que los galos Astérix y Obélix deben superar para probar su supuesta divinidad; aquella, aparentemente mucho más sencilla que sobrevivir al Circo Máximo, consistente en obtener el formulario A-38 en la kafkiana Casa que Enloquece. Este tipo de obstáculos son una pesadilla adicional para quienes ya suelen venir con un importante cargamento de dificultades, penas u horrores. La venezolana Sofía Crespo se vio obligada a enfrentarse a ese vía crucis a su llegada a España, y con esa experiencia (y con otras que vendrían después) escribió un poemario excelente que publica Candaya, Aunque me extinga, que cuenta con poemas que uno está convencido que serán celebrados y recordados por su naturaleza universal: “Has de cerrar la boca de tu padre / antes de que venga / la rigidez de la muerte / asienta el nudo y no temas / ya no contrasta su temperatura / es un hijo endurecido / pues el calor se aleja de las cosas / presta tus manos / dijo uya / has de cerrar la boca de tu padre / no temas / está callado”. Esta extraordinaria autenticidad emana de escribir sobre lo que se conoce, que en este caso es la muerte, pero también la distancia y la soledad. El poema, además, se revela en todo su doloroso esplendor cuando es recitado por la autora, como sucedió hace poco en el nuevo espacio literario del barrio del Carmen La Lenta. 

 

Otro poema sensacional de esta región de la muerte que encontramos en el libro es el que sigue, La Anti Lázaro: “No te levantes de la tumba / ni abordes la piragua / en el trayecto opuesto / nunca / se regresa al mismo sueño / Espérame / no te levantes / yo no necesito ataúdes ni zapatos / aquí abajo se pierde / la cartografía / en el baile que da aliento a los temblores / Ni se te ocurra / muerto / ni se te ocurra / ¿acaso no recuerdas las afrontas de la burocracia? / ¿el puño la náusea de paroxetina? / Espérame / no quiero perderme en una selva / sino ser la selva / dar mi cuerpo a las moscas / escarabajos de la noche / mientras aguardo el beso tibio de las larvas / Sigue durmiendo / muerto / sigue durmiendo / la vida es una herida impredecible / semejante a los parásitos / bebo del fuego / aunque me extinga”. También icónico. Un gran acierto del poemario es la serie de astillas, esquirlas que se clavan bajo la piel en el camino, y que a veces son expulsadas por las dinámicas tectónicas del órgano más grande del cuerpo, y en otras ocasiones se quedan con nosotros a vivir, enterradas bajo nuestras células, haciéndose perceptibles solo en algunos instantes, ante determinados movimientos o presiones, como esta, la segunda que encontramos: “Ahora reposas / tierno / en los pies mutilados / que desde el amor más allá, del amor / lucen perfectos”. Dedicada a “Benson, el perrito filósofo, el compadre de mi padre, ya juntos”, y con impacto profundo en los pechos de tantos lectores potenciales como familias de padres y perros los echen de menos. “Soñé la pobreza de mi padre / sus lagartijas de piedra / el pelo de manzanilla / en el altar que le hizo su madre / sesenta años después / junto a su hermano / Soñé / con sus noches / reposando la nuca en dos zapatos / sin descanso / entre el calor de Maracaibo / Desperté rica como él / llena de sol”. Es tanta la sensibilidad literaria de la trascendente Sofía Crespo que nos hace capaces de sentir ese calor de la ciudad lacustre, ese, y otros muchos más

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