MURCIA. Por delante tengo quince horas de avión —contando la escala en Ámsterdam— para llegar a la ciudad más meridional de África, pero también a un destino que me robó el corazón hace ya algunos años y al que le prometí volver. Recuerdos que me vienen a la memoria cuando estoy sentada en mi asiento de KLM hacia Ciudad del Cabo y Casper, Tripulante de Cabina de Pasajeros, me pregunta: «¿Primera vez viajando a Sudáfrica?». Dudo, pero, con una sonrisa que no puedo ocultar, le digo que hace unos años pasé una temporada allí. Y al decirlo me viene la duda: ¿me decepcionará? Porque, como cantó en Peces de ciudad el maestro Sabina: «Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». De momento, estoy feliz, degustando unos quesos holandeses con una copa de champán y entablando una conversación con mi compañero de asiento. Parece que el vuelo de KLM a Ciudad del Cabo va a ser placentero.
Y entre conversaciones, películas —del propio avión, y eso que tenía varias en mi ordenador—, alguna cabezadita y una comida que gratamente me sorprende, escucho el ansiado anuncio: «En breves momentos aterrizaremos en el aeropuerto de Ciudad del Cabo». Y el primer susto del viaje en el control de policía: ¡no encuentro mi pasaporte! Vacío la mochila, respiro y, después de unos cinco minutos, lo encuentro. Su cara y la mía cambian del miedo a la alegría en cuestión de segundos y hasta me entran ganas de abrazarle. Ahora sí, ya estoy en Sudáfrica. Al salir hay personas ofreciendo el servicio de taxi, pero se aconseja pedir un Uber. Así lo hago para llegar al alojamiento y descansar.