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Burdeos, la Francia más british

  • Puerta de Cailhau, en Burdeos. Foto: OLGA BRIASCO

MURCIA. Me voy a Burdeos de fin de semana. Suena un tanto esnob pero lo cierto es que la conexión directa de Ryanair desde València permite hacer una escapada exprés para conocer la capital de la región de Nueva Aquitania. Tres días que empiezan a contar desde ya mismo, cuando pongo un pie en la pista de aterrizaje y me enfilo hacia ese faro que llaman La Cité du Vin. Mis expectativas son altas —dicen que es uno de los mejores museos del mundo— y tengo la intuición de que van a ser más que satisfechas. Tiempo al tiempo, que aún me quedan unos metros para llegar a ese edificio extraño que se erige entre la tierra y el río. Me parece una especie de decantador pero, por lo que leo, sus arquitectos Anouk Legendre y Nicolas Desmazières, con su diseño, recrean el alma del vino: compleja, cambiante y atemporal.

Accedo cargada con mi maleta —menos mal que las taquillas son grandes— y, ya solo con mi cámara, empiezo la visita. Lo hago en la sala de exposiciones permanente, donde me dan una audioguía que me permite ir a mi ritmo, ya que se va activando al acercarla a los puntos rojos que hay en las salas. Una manera con la que aprendo más sobre todas las facetas del mundo del vino y de la forma que más me gusta: tocando, oliendo, escuchando y… ¡en castellano! Las horas pasan rápido, tanto que he de acelerar el paso para ir a mi siguiente cita. Eso sí, antes disfruto de la exposición de Picasso y subo hasta la octava planta para, a más de treinta y cinco metros de altura, degustar una copa de vino. Opto por uno local, que para eso estoy en Burdeos, y lo degusto disfrutando de las vistas a la ciudad, que áun se muestra misteriosa. 

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