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¿Por qué nos gustan las distopías? Mundos (post)apocalípticos y qué podemos aprender de ellos

  • 'El cuento de la criada'

MURCIA. ¿A qué temperatura arden los libros? Los más fieles defensores de las distopías lo sabrán. Y no por casualidad, sino porque Fahrenheit 451, la famosa novela de Ray Bradbury –y considerada una de sus mejores obras– se vale de este pretexto para vertebrar un relato perturbador: el de una sociedad futura en la cual los libros están prohibidos y existen «bomberos» –como el protagonista– cuyo objetivo es destruirlos. A los 451 grados de temperatura en la escala Fahrenheit es cuando el papel de los libros se inflama y arde. ¿Vivir sin la literatura? Para muchos, desde luego, sería un futuro totalmente indeseable.  

La distopía es uno de los géneros con más adeptos y adeptas actualmente. Y no solo en la literatura, que también, sino en un sinfín de productos culturales que hemos consumido a través de nuestras pantallas en un año que, paradójicamente, se ha convertido en uno de los más surrealistas de nuestras vidas. Las distopías dibujan futuros indeseables, espeluznantes, catastróficos. Pero, pese a ello, nos gustan. El éxito que tienen estas historias lo avalan sin lugar a dudas. 

Black Mirror, la ya mitíquisima distopía firmada por Charlie Brooker, explora por ejemplo el lado oscuro de la tecnología de forma magistral. Lo más inquietante de la producción británica: que ya ha acertado, incluso anticipado, algunas escalofriantes situaciones. Las distopías literarias, por su parte, también causan furor. No solo entre los y las adolescentes –Los juegos del hambre, Divergente, El corredor del laberinto y tantas otras–, sino también entre el público adulto: Un mundo feliz, 1984, La naranja mecánica, V de Vendetta, El cuento de la criada, etc. La lista sería prácticamente interminable y algunos de los títulos de estas novelas se han colado en las listas de best-sellers y más reconocidos escritos del pasado siglo y de este.

No cabe duda del actual boom que está experimentando el género. Pero, ¿a qué se debe? ¿Por qué nos atraen este tipo de relatos? «Incluso si plasman un mundo peligroso o asfixiante, tienen un componente de evasión de nuestra realidad. Nos sirven para desconectar de nuestra propia distopía: de lo que vivimos ahora», apunta el escritor y periodista Francesc Miralles.

'Black Mirror'

Para Francisco Martorell Campos, doctor en Filosofía y autor de Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué modo recuperarla (La Caja Books, 2019) el éxito de la distopía no es un fenómeno precisamente nuevo. «Fue desplegándose a la luz de los traumas vividos a lo largo del siglo XX. Después de la primera Guerra Mundial, la distopía literaria comenzó a ganarle terreno muy rápido a la utopía, y al acabar la Segunda acaparó todo el protagonismo y toda la atención», señala.

Los temas de los que se vale la distopía no han mutado mucho desde aquella época: el miedo colectivo a la energía atómica, la superpoblación, la ingeniería genética, la polución, los totalitarismos, un capitalismo despiadado… Aunque, eso sí, «los éxitos previos del género distópico nunca lograron el impacto mainstream de nuestros días», reconoce Martorell Campos. «Ahora mismo, la distopía es una mercancía muy rentable, una moda de masas equipada con sus propios fans, best-sellers, blockbusters, galardones y productos de merchandising».

El boom de la distopía no es tampoco casual en nuestros tiempos; unos tiempos marcados por una atmósfera «catastrofista» que, en palabras del doctor en Filosofía, define nuestra época. «La distopía nos enseña a querellarnos contra el status quo, incluso a resistir y sublevarnos, pero no a conocer con un mínimo de detalle qué mundo debería reemplazarlo», defiende el filósofo, que actualmente se encuentra realizando un ensayo contra este género. 

Y es que las distopías pueden leerse de muchas maneras. Lo ve de esa forma la profesora de literatura en la Universidad de Alcalá y especialista en ciencia ficción, Teresa López-Pellisa. «Hay distopías que incitan al miedo y a la parálisis con discursos conservadores que nos indican que mejor que nos quedamos como estamos, ya que podríamos estar peor. Pero hay textos distópicos con una gran carga crítica y política que nos incitan a la movilidad, ya que nos avisan de que o cambiamos la situación actual, o las cosas pueden empeorar», apunta. 

«Muchas distopías tienen la intención manifiesta de mostrarnos los peores escenarios para que salgamos de la inopia, saltemos a la acción y evitemos que se hagan realidad», coincide Martorell Campos. «Lamentablemente, el miedo es un arma de doble filo. Igual saca a miles de personas a la calle a protestar contra el cambio climático que contra la llegada de refugiados. La saturación de futuros distópicos de todo tipo tiene todas las papeletas de habituarnos a lo peor, de desensibilizarnos ante la crueldad y la injusticia mayúsculas, vividas como un espectáculo de entretenimiento que anula el potencial movilizador que pudiera albergar el miedo», reflexiona.

Para el escritor y periodista Francesc Miralles, por otro lado, las distopías pueden servir a un precepto: el de enseñarnos a vivir con la incertidumbre y enfrentarse a ella. «De las distopías aprendemos acerca de la resiliencia; de la extraordinaria capacidad del ser humano para adaptarse a las circunstancias más adversas», opina. Hay muchas maneras de tomarse una distopía. Y, como las decisiones a las que se suelen enfrentar sus protagonistas, depende de cada uno encontrar consuelo, esperanza o desencanto en ellas.

Distopías y utopías: equilibrar la balanza en una época incierta

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