En una entrevista publicada en agosto, Rafa Nadal afirmaba: “Nos están radicalizando”. El tenista, al que le llovieron cascotes en el encierro por preferir la vieja a la nueva normalidad, no aclaraba quién nos radicalizaba. Como es prudente, prefiere no señalar. Yo, que soy todo lo contrario, temerario por naturaleza, sí apunto al Gobierno y a sus aliados, responsables de abonar el campo de la confrontación. Favorecidos por la peste china, no han dejado de cavar trincheras desde que alcanzaron el poder, y ahí siguen empeñados en resucitar las momias del pasado.
Cuanto más hablan de moderación, más crispados estamos; cuanto más apelan a la unidad, más divididos salimos. Divides y vencerás, viaja máxima latina; divide a la oposición y te garantizarás una larga permanencia en el poder.
Cuando un Gobierno te ignora, te miente, se ríe de ti y de los muertos; cuando ese Gobierno ha ocupado el Estado por la puerta trasera y se lo reparte como un botín; cuando la propaganda lo pudre todo, el ciudadano se siente inerme en este país del ‘sálvese quien pueda’. Su afán diario se limita a sobrevivir y defenderse de los golpes de los de arriba. A veces esto conduce a una radicalidad ideológica en épocas terribles como la presente.
Volver a los felices años treinta
Lleva razón Rafa Nadal cuando asegura que nos están radicalizando. Quien era de centro ahora es de derechas y quien era de derechas puede ser hoy un ultra. Lo mismo sucede en el campo de la izquierda. Así avanzamos, poco a poco, al clima prebélico de los felices años treinta.