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EDITADO POR TASCHEN

Los Rolling Stones, en imágenes

  • Rolling Stones

MURCIA. El peso histórico de un grupo de música pop no se mide únicamente por sus canciones o el alcance de su estilo. Hasta hace no mucho, los grupos de rock conseguían reinar si proyectaban una imagen poderosa que contribuyera a asentarlos en el imaginario popular. Si un artista o una banda pueden contar su historia solamente a través de una selección de fotografías, entonces, más que músicos, son un hito cultural. Los Rolling Stones sin duda pertenecen a esa casta. The Rolling Stones -no es necesario un título más complejo-, libro editado por Reuel Golden y publicado por Taschen, se convierte en el documento definitivo al respecto. Sus 465 páginas son la narración visual de una historia que, de haber concluido décadas atrás, sería casi tan milagrosa como la de los Beatles, pero que en lugar de eso ha hecho de la persistencia un ingrediente imprescindible en la alquimia del grupo. Hace mucho que los Stones decidieron que eran la banda de rock & roll por excelencia y, signifique eso lo que signifique hoy en día, no se puede negar que se han salido con la suya. Son un museo rodante que sale cada tanto a exhibirse por las ciudades del mundo. El espectáculo es recurrente: Mick Jagger se contonea y Keith Richards hace muecas de placer mientras rasga las cuerdas de su guitarra. Con más de 70 años en el cuerpo, eso solamente se puede hacer sin miedo al ridículo cuando sabes que sobre tus espaldas transportas un legado cultural como el que han ido acumulando los padres de ‘Satisfaction’.

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The Rolling Stones contiene tres breves ensayos que sólo sirven para establecer una pausa en el festín visual que es este libro. Aquí la música está presente a través de las imágenes que arrancan desde el mismísimo inicio del grupo. Los Stones tenían algo de los que los Beatles carecían: eran amenazadores. No eran una formación de caras amables. Podían llegar a perecer delincuentes. Pero Jagger tenía glamour y Brian Jones se convirtió en el primer dandy del rock & roll. La fotogenia de los Stones, juntos y por separado, es una tentación para cualquier fotógrafo. En este libro hay un auténtico desfile de firmas de este campo que corrobora esta teoría. El reputado Terry O’Neill, por ejemplo, célebre por su capacidad para captar el alma de las estrellas, ya estaba atento a los primeros hitos del quinteto y los retrata en el plató de una televisión, en 1963 y 1964, cuando el grupo comienza a despegar. Los Stones recorren Europa y en Francia y Dinamarca se encuentran con fotógrafos como Jean Marie Périer -que también retrató a las estrellas pop de su país- y Bent Rej, que documentan con detalle su paso por París y Copenhague.

En los años sesenta, el arte del diseño de las portadas de discos estaba en plena efervescencia. La fotografía jugó un papel clave en ello y los Stones también. Guy Webster fue de los primeros en sacarle jugo a su esencia para dicho cometido. Primero con la cubierta de Aftermath, el álbum que en 1966 abrió una nueva etapa para el grupo al incluir solamente composiciones propias y, de paso, incluir una canción que rompía la barrera de duración de los tres o cuatro minutos. Un año antes ya había tomado la imagen elegida para la cubierta de la versión americana del recopilatorio Big Hits (High Tide and Green Grass). David Bailey, el observador oficial del swinging London, tampoco podía faltar en esta selección. Suya es la fotografía que ilustró el single Jumpin’ Jack Flash -que sirve también como potada del libro-, o la de Charlie Watts y la mula, que apareció en el directo Get Yer Ya-Ya’s Out (1970). Suya es también la sesión que dio forma a la portada de Goat’s Head Soup (1973): los rostros de los cinco Stones envueltos en gasa, lo nunca visto en un grupo que solía poner en primer plano los afilados rasgos de la mayoría de sus componentes.

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Los Stones fueron pioneros en muchas áreas. También en la del travestismo rockero. Jerry Schatzberg los atrapó en un callejón de Nueva York vestidos de mujer en pleno 1966 y así surgió una de sus portadas -de single- más polémicas. Linda McCartney también los fotografió en ese mismo viaje a la ciudad y Gered Mankowitz se encargó de introducirles en la dimensión psicodélica con la sesión de Between The Buttons (1967) con su ojo de pez. Jagger posó para Cecil Beaton como si lo estuviera haciendo para un cuadro de Rafael. Ethan Russell disparó su máquina en el momento exacto, cuando Keith Richards, en pleno apogeo de su adicción por la heroína, se colocó bajo un cartel con mensaje antidrogas, en un aeropuerto americano, en 1972. En esa gira también posaron para Annie Leibovitz.

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