En mi anterior artículo, sobre el Rey Juan Carlos, les anunciaba mi intención de escribir sobre la dicotomía entre monarquía o república que subyace tras la ‘real’ crisis canicular que estamos padeciendo, y que está sustentada en la campaña de desprestigio emprendida a raíz de la salida de España del anterior monarca.
Desde que se instauró la monarquía parlamentaria, tras la entronización de Juan Carlos como Rey de España, a la muerte del dictador, y aunque los españoles votamos por amplísima mayoría la constitución de 1978 (donde queda consagrada la Monarquía como institución) no cabe duda que hay un sector de la sociedad que rechaza el actual régimen y aboga por la instauración de una república. Valga, pues, el presente artículo para exponer mi particular punto de vista sobre esta cuestión, aunque algunos piensen que, en este caso, nado a contracorriente.
En una Monarquía Parlamentaria, como es la que rige en nuestro país, no se elige al Rey por sufragio universal, como sí que ocurre en una república, y eso es lo que lo que argumentan aquellos que rechazan la monarquía como forma de Estado. La frase que los define, podría ser esta: "…yo quiero un Jefe del Estado que haya sido elegido en unas elecciones libres y democráticas". Efectivamente, un Jefe del Estado que accede mediante una designación hereditaria (lo que ocurre en una monarquía), puede parecer poco democrático en consonancia con los que defienden su elección mediante sufragio universal.
Sin embargo, ese es el punto fuerte que yo le veo a nuestro actual régimen. Una Monarquía Parlamentaria, como es la nuestra, no es patrimonio de ninguna ideología política, como sí que sucede en una República, donde su Presidente pertenece a uno de los partidos integrantes del sistema, y dispone de muchos más resortes de poder de los que ostenta la Corona, en España. En nuestro país, El Rey es el símbolo de ese poder moderador que, en algunos casos, hace falta, a la hora de gobernar un país, como el nuestro, donde –a menudo- afloran las pasiones, y donde los recelos entre los dirigentes políticos son constantes y duraderos.
Ante esta realidad, nuestra joven Monarquía, consagrada como forma de Estado en el artículo uno de la Constitución de 1978, ha demostrado, en esta nueva etapa (que ya dura más de cuarenta años), su madurez, independencia y voluntad de actuar con total respeto a las distintas ideologías que han conformado, en cada momento, tanto los gobiernos como los parlamentarios elegidos por todos los españoles.
Y abundo más, es que, en un sistema republicano donde el Presidente se elige mediante unas elecciones, estas tampoco son el paradigma de la democracia, ni de la equidad e independencia en la conducta de las personas que son elegidas. Véase, por ejemplo, lo que ocurre en países como: Cuba, Venezuela, Nicaragua, o algunos países del este de Europa. Todos ellos regidos por sistemas republicanos, y ya me dirán si son lo más parecido a un régimen democrático, y si sus máximos dirigentes son modelos intachables, donde la ecuanimidad y la justicia son valores que pueden ostentar aquellos que han sido elegidos por sufragio universal.
El poder ejecutivo, en España, ya no lo detenta el Jefe del Estado. Y es bueno recordar que fue el propio Rey Juan Carlos quien lo hizo posible, al renunciar a sus prerrogativas, cuando accedió a tan alta magistratura. Una equidistancia, que ha hecho posible situar a la Corona por encima de los intereses de los distintos partidos políticos, y que le ha permitido ejercer una facultad de moderación que el Presidente de una República no llega a realizar por las razones que ya he esgrimido.
Por eso, insisto, es un activo del que, en este momento, podemos presumir, y en el que se puede constatar que existe esa independencia y ecuanimidad. Condiciones que, me atrevo a sostener, en estos momentos no las tienen ninguno de los líderes políticos que, actualmente, rigen –o intentan dirigir- el destino de nuestro país. ¿Se imaginan ustedes a un Presidente de la República encarnado por alguno de los actuales políticos que, actualmente, están en el candelero?... Y no me digan que… “si lo hemos elegido…”, porque a eso respondo que también en Estados Unidos han elegido a una cabra loca y en Venezuela a un desalmado corrupto, y no creo que, por esa misma razón haya que aceptar a la República como sinónimo de una democracia y que la Monarquía sea sinónimo de dictadura.
Y en cuanto a los argumentos de aquellos que los fundamentan en la “obsolescencia de la institución” y que no es “una forma de Estado moderna”, que es “poco representativa y nada progresista”, les diría que se fijasen en países como, El Reino Unido, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Suecia, o Noruega…, por citar solo algunos de nuestro entorno, cuya forma de gobierno es la Monarquía Parlamentaria, y consideren si adolecen de modernidad, si sus instituciones son poco representativas, si no son progresistas, o su sociedad peca de obsolescencia.
En todo caso, yo respeto las decisiones de la soberanía popular, y para eso existe un mecanismo en la Constitución española que permite el cambio de régimen. Existen unas leyes en vigor que lo posibilita y, si se cumplen las mayorías previstas, la sociedad es soberana para hacerlo. Eso sí, que nadie piense que la República se puede implantar en España como se hizo en abril de 1931. Quizá eso sea lo que algunos pretenden, pero eso hoy es impensable.
Mientras tanto me quedo con el comentario que, en alguna ocasión, hizo Felipe González: ...prefiero a Felipe VI, que no ha sido votado, que, a Nicolás Maduro (versión española), elegido en unos comicios. Pues eso.