Inicio estas líneas al ordenador, conectado al Pleno del Ayuntamiento de Orihuela. Interesado en cómo argumenta el gobierno de mi ciudad su rechazo, el de los trece concejales de PP y Vox, a la moción presentada para que Orihuela se adhiera a la solicitud de anulación de los sumarios seguidos contra Miguel Hernández.
Quería escuchar al alcalde de Orihuela, Pepe Vegara, tras haber leído su versión, publicada en varios medios, sobre la polémica que ha acaparado la mayor atención de esta sesión plenaria. Pero no ha abierto la boca. Y de lo escrito resulta imposible comprender que Vegara omita en su argumentario, y pretenda justificarlo, elementos tan propios de la vida y la obra del poeta oriolano como sus versos: las circunstancias de su prisión, enjuiciamiento y muerte.
"La represión les supuso dejar su país. Para Miguel Hernández fue perder la libertad y la vida"
Pretender que Miguel Hernández es solo un poemario abstracto sobre el papel es negar el sentido último de su poesía, el compromiso social de su palabra ante la desigualdad, la rabia ante la injusticia, la denuncia de la miseria provocada por el abuso de los poderosos, la angustia del silencio impuesto, la injusticia y el abandono cómplice ante la muerte en la cárcel de quien tanto amó y cantó la libertad. El regalo al inicio del pleno de Vegara a los concejales de una copia de un disco grabado por él con versos de Miguel Hernández sería un detalle honesto si fuera realmente un homenaje al poeta y no un intento del alcalde de autoafirmarse en un error, cuando no en una indignidad voluntaria. Un reto pueril e innecesario que solo retrata a quien lo plantea.
Vegara intenta ubicar torpemente a Miguel Hernández, para defender su negativa a apoyar la moción presentada al Pleno de Orihuela, en esa Tercera España que muchos hemos reivindicado como necesaria de enfrentar a la dualidad fratricida de un país históricamente enfrentado por las ideas. Pero olvida Vegara que Miguel Hernández no pudo evitar con el exilio la represión franquista, como sí lo lograron solo parcialmente y entre otros muchos genios de esa España atrapada en la locura de la izquierda y la derecha personalidades como Luis Cernuda, María Zambrano, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Rosa Chacel, Chaves Nogales, Clara Campoamor o Severo Ochoa. La represión les supuso dejar su país. Para Miguel Hernández fue perder la libertad y la vida. Y a causa de quién y cómo vivió su tragedia es de sobra conocido, porque al poeta lo condenó y lo dejó morir una derecha por un solo motivo: ser de izquierdas.
Vegara debería leer el trabajo de Enrique Cerdán Tato publicado en 2010 y titulado El otro sumarísimo contra Miguel Hernández, en el que el periodista alicantino fallecido tres años después expone lo sucedido con el segundo de los sumarios abiertos contra Hernández. La investigación de Cerdán Tato muestra allí el contenido del sumario abierto con número 4.487 por el Juez Militar de Orihuela cuando Miguel Hernández ya estaba encartado en un primer sumario de urgencia número 21.001 ante el Juzgado Especial de Prensa de Madrid. Pero lo fundamental de estos sumarios es que nunca estuvieron conectados. Los alegatos favorables y exculpatorios sobre el acusado, si admitiéramos que las ideas puedan ser culpables, que constan en el procedimiento 4.487 nunca fueron aportados al 21.001, debiendo recordarse que Miguel Hernández fue condenado por adhesión a la rebelión justamente por un tribunal integrado por rebeldes alzados en armas frente a un régimen, aun con todas sus deficiencias, democrático, algo que nunca podrá decirse del habido en España entre 1939 y 1975. El poeta oriolano nunca fue condenado por hechos concretos acreditados, sino por sus ideas políticas. Con una sentencia vengativa en un consejo de guerra sin garantías ni posibilidad de defensa, en el que incluso su defensor pidió pena de prisión para su representado.
Querer separar la vida y obra de Miguel Hernández de sus ideas y de su final y de su muerte por la omisión de la más mínima atención, advertida incluso antes, es volver a condenarlo injustamente, encerrarlo de nuevo en una celda infecta, y dejarlo morir una y otra vez con el mayor de los desprecios. Porque su obra y su vida es la denuncia premonitoria de su final sin libertad, enfermo y abandonado. Declamar así sus versos, negando su trascendencia a tantos represaliados que nunca tuvieron siquiera la oportunidad de reunir un testimonio a su favor como sí los tuvo Miguel Hernández, aunque de nada sirvieran ante la injusticia y la ilegitimidad, es, simple y llanamente, una frivolidad. Una frivolidad que muchos, incluso, han saludado groseramente con una burda risotada.
Tras leer y no oír a Vegara todavía me sorprende, aunque ya menos, esa habilidad de algunos para recitar a Miguel Hernández hasta su dejadme la esperanza templando la voz al tiempo que olvidan congelando el corazón y la razón