Cuando estaba tocando con la punta de los dedos la treintena me hice adicta a Sexo en Nueva York. Para los que no conozcan la serie, versaba sobre la relación entre cuatro amigas y sus aventuras con los hombres. La protagonista, al igual que yo, escribía una columna semanal en un periódico. No se preocupe, tengo muy claro que tanto por edad como por vivencias me encuentro ahora mismo más cerca de Jessica Fletcher en Se ha escrito un crimen, que de un putón verbenero subida en unos Manolos de 500 euros. ¡Más quisiera yo!
Lo fantástico de esta serie era la relación entre estas amigas. No estoy intentando identificar a mis amigas con las de la protagonista, entre nosotras no hay ninguna usuaria compulsiva al sexo, no porque no nos guste el tema en sí, sino porque ya no nos merece la pena sumergirnos en la búsqueda infructuosa de ese miembro viril que te haga poner los ojos en blanco. Mi generación se encuentra más a caballo entre el Vaginesil y el Satisfayer para apaciguar nuestro fuego interior, vamos, el que nos produce la pre-menopausia.
No sé ustedes, pero cuando quedo con mis amigas, las de verdad, las que me conocen como si me hubieran parido porque las recuerdo desde que tengo uso de razón, es como si tuviera una sesión de terapia con el mismísimo Luis Rojas Marcos. Vuelvo como nueva, la sesión de risoterapia está garantizada.
Cuando salimos por la puerta nuestros maridos se echan a temblar, no porque vayamos a quemar la ciudad, que también, sino porque saben que los que esa noche van a arder son ellos. Hay por ahí un mito que dice que cuando las mujeres se juntan es para despellejar a otras mujeres. No, no es un mito, es realidad, pero no se engañe, no lo hacemos desde la maldad, lo hacemos desde la inteligencia y el humor. El verdadero traje nos lo estamos haciendo a nosotras mismas poniendo en evidencia nuestras frustraciones y envidias, mostrando al desnudo nuestras miserias con la tranquilidad que te da un entorno cifrado y seguro. Sabes que lo que pasa en una reunión de amigas, de las de verdad, se queda en Las Vegas.
No sabría decirle muy bien de qué hablamos porque al día siguiente la resaca de agujetas sólo me deja recordar las risas. Eso es lo mejor, que salimos con el único objetivo de divertirnos, no vamos de caza como algunos puedan pensar. Cazar se descartó hace mucho tiempo cuando nos dimos cuenta de que el único ganado disponible era el mismo que hacía veinte años pero con menos pelo, más barriga y escudriñándote como un ñu. Por desgracia ya no quedan pumas en las discotecas y no lo digo sólo por el pelo.
Mis mejores ratos son con mis amigas. Recordamos anécdotas que con el paso de los años hemos transformado de auténticas pesadillas a verdaderas aventuras del mismísimo Indiana Jones, recordamos los ríos negros de rímel lamiendo las heridas de aquellos corazones desgarrados por el amor no correspondido y agradecemos a Dios por no haber creado el móvil hasta haber cumplido los veinticinco. Quedar con los amigos, los de verdad, siempre es una buena decisión. Es la terapia más sana y barata que se ha inventado. Así pues querido lector, no deje de quedar con ellos en los próximos días y brindar por el día de hoy. Perdónenme la sensiblería, pero es lo que tiene la pre-menopausia.
Gracias por su lectura.
Trinidad Guía Sánchez es Licenciada en Ciencias Económicas, Máster en Dirección y Administración de Empresas y Experta en Ventas.
@GuiaTrinidad Linkedin: Trinidad Guía