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Reflexionado en frío / OPINIÓN

Los supermercados no cultivan tomates

14/02/2024 - 

El otro día, en un diálogo entre profesionales de la información, reflexionábamos sobre si los políticos leían la prensa o estaban al tanto de lo que pasaba a su alrededor. Llegamos a la conclusión de que una buena parte de la clase dirigente permanecía en la inopia, aislados del mundo en lo alto de su particular torre de marfil; burbuja que les protegía de los agentes externos. Han adquirido el hábito futbolístico de no leer la prensa, silenciar todas las informaciones ante el miedo de toparse con alguna opinión crítica cuando hacen un mal partido; sólo ojean aquello que ha pasado los filtros orgánicos. Embarullados entre los asuntos burocráticos están más pendientes de su relato que del que se cuenta en la calle. El descontento sistémico, el escepticismo a la democracia tal y como la conocemos, procede del hastío ciudadano hacia unos políticos que parecen estar más pendientes de sus cuitas que de lo que de verdad importa. 

Al hablar con empresarios y con políticos te das cuenta de que en la mayoría de las ocasiones los primeros demuestran estar más al día de la realidad que los segundos. Cuando charlas con ellos, en el mapa mental que proyectan en su dialéctica hay contrastes entre unos y otros. El mayor enemigo que suelen tener los servidores públicos suele ser su entorno, una camarilla que les protege hasta tal punto que el séquito les termina tapando la perspectiva de lo que ocurre. Me decía una persona hace unas semanas que la palabra autocracia no iba mucho con los políticos, y esa incompatibilidad no es voluntaria sino forzada porque uno no sabe si se equivoca cuando solo escucha a los que le doran la píldora.

"No somos conscientes de que sin que haya nadie que cultive y recolecte no tendremos nada que llevarnos a la boca"

Lo que está ocurriendo con la agricultura, la revolución de los tractores, ocurre precisamente como consecuencia de que los mandatarios nacionales y europeos llevan décadas haciendo oídos sordos a las reclamaciones de los agricultores. En el 2009 el exministro Manuel Pimentel ya advirtió del conflicto que se avecinaba si no se tomaban medidas en torno a las políticas domésticas y una PAC con cada vez menos eficacia. Los que toman las decisiones escurrieron el bulto y lo dejaron pasar, esperando que el tiempo abonara una tierra infértil por un ordenamiento que salaba e inutilizaba los cultivos. Percibían el mundo rural como una especie de distopía bucólica, lo impregnaban de un romanticismo que ha evolucionado en un terrorífico problema para sus intereses; no sólo para ellos sino para todos los que tenemos la mala costumbre de comer. No somos conscientes de que sin que haya nadie que cultive y recolecte no tendremos nada que llevarnos a la boca. La Región de Murcia y la Comunidad Valenciana son la huerta de Europa, pero ni aquí parece afectarnos lo que ocurra, en el fondo todos estamos un poco secuestrados en esa torre de marfil. Hemos necesitado un anuncio de una cadena de comida rápida para curarnos del síndrome de Estocolmo y tomar conciencia de que hasta la hamburguesa que comemos en el restaurante es por obra y gracia del trabajo de ganaderos y agricultores; en nuestro mundo feliz sacado de la obra de Huxley las frutas y verduras proceden de una gigantesca máquina dispensadora.

El asunto de la agricultura es la primera piedra de toque que puede hacer que nuestro sistema se precipite hacia una dicta-blanca como la de El Salvador. Cuando un país revalida su cargo un dirigente que reconoce sentir indiferencia sobre el régimen liberal anteponiendo la seguridad a la libertad, se pone de manifiesto que la ciudadanía  percibe cada vez más al sistema y a sus leyes como un obstáculo en vez de como una oportunidad. Por más que se nieguen a sacar los pies del tiesto, si la democracia ha dejado de ser percibida como una solución por parte de la ciudadanía ha sido por la desconexión de las élites de lo que de verdad le importaba a la gente. La imagen de una Úrsula Von Der Leyen sorprendida ante la acuciante crisis migratoria en lugares como Lampedusa refleja que muchos tienen que salir más a menudo de su despacho bruselense.

Que no, que el tomate que te tomas con la tostada no lo fabrica Mercadona.   

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