MURCIA. La afición por los Haikus crece en todo el mundo. Proliferan las charlas, concursos, congresos y asociaciones en torno a estas breves composiciones originarias del Japón. Así, el considerado como su creador y uno de los maestros de referencia, Matsuo Basho, que vivió hace más de 300 años, sigue estando de actualidad y es leído y admirado por millones de personas. No se me ocurre ninguna comparación posible con ningún otro estilo de poesía o cualquier otro poeta actual o pasado, ¿verdad? De hecho, su Haiku más famoso y paradigmático, que según cuentan recitó en su lecho de muerte, sigue recitándose en todo el mundo:
Un viejo estanque
al saltar una rana
Ruido del Agua
Prueba de la pujanza de esta forma poética es la propuesta liderada por el que fuera primer ministro belga y presidente del Consejo de Europa, Herman Van Rompuy, para conseguir que el Haiku sea reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. O ya en nuestra tierra, con la noticia que daba en este mismo diario Cristina Fernández hace apenas dos años de la presentación en el Cuartel de Artillería de Murcia de un libro que recogía los haikus compuestos por 41 autores, en su mayoría murcianos, sobre 17 imágenes de Murcia pintadas por María José Villarroya.
Y es que, ciertamente, estos tres versos sin rima, que según el canon en castellano se debe procurar ajustarlos a 5-7-5 sílabas, nacer en un momento de asombro al contemplar la naturaleza y captar un instante en el devenir cíclico y eterno de las estaciones, tienen un encanto especial en su simpleza.
"su belleza radica en el alejamiento del yo que tenemos entronizado en Occidente y en la sencillez"
Tal vez una belleza que radica en su alejamiento del yo que tenemos entronizado en Occidente; o en su sencillez, al huir de las hipérboles, las metáforas u otras figuras literarias; o su alejamiento de la realidad virtual y digital que nos rodea; y sobre todo, en su naturalidad, su referencia a la naturaleza, esa que nuestra humanidad en el fondo de su corazón anhela, aun no siendo consciente de ello, porque no podemos obviar nuestro pasado de miles o millones de años junto al resto de los seres creados.
Y tal vez también porque, como oí no hace mucho a no sé quién, los Haikus, como los poemas más breves del mundo, son lo más cercano al silencio, ya que con unas palabras menos serían silencio y con unas palabras más ya no serían Haikus. Y en nuestro mundo de hiperactividad y ruido incesante, acelerado y saturado de pantallas, luces y sonidos, nuestra alma anhela al menos un poco de calma y silencio.
Pero los Haikus son mucho más que una afición ya que al reparar en los pequeños detalles, a todo aquello que pasa desapercibido en lo cotidiano, al observar y escuchar la naturaleza, constituyen una poderosa herramienta terapéutica contra la dispersión, la multitarea o la adicción a la inmediatez de las recompensas dopaminérgicas que nos proporcionan las redes sociales, problemas todos estos crecientes entre los jóvenes (y no tan jóvenes) enganchados a las pantallas.
En un artículo anterior apostaba por crear espacios de silencio digital en las escuelas, en los que los chavales se dedicasen a tareas sin pantallas. Y proponía varias, entre las que no estaba la que ahora voy a proponer: talleres de Haikus como una de estas actividades que seguro gustarán a los niños y los jóvenes. Y que, además de las ventajas descritas, les permitirá conocer su entorno, la naturaleza que les rodea y, de este modo, amarla para así despertar la necesidad de su cuidado.