El PP murciano afrontará el reinicio del curso político este próximo mes de septiembre inmerso en una situación política muy poco usual.
López Miras parte de una base precaria por la manera en que llegó a la presidencia autonómica como sustituto provisional de Pedro Antonio Sánchez, una suplencia que se convirtió en definitiva como consecuencia de las cuitas judiciales del expresidente regional. En su primera cita con las urnas, López Miras llevó al PP a su primera derrota por el PSOE en un cuarto de siglo, aunque la victoria pírrica de los socialistas y, sobre todo, la decisión de Ciudadanos y VOX, les impidió gobernar. En las últimas elecciones generales volvió a perder en Murcia ante el partido de Abascal, otra derrota inédita en más de dos décadas y un nuevo varapalo para el joven dirigente popular.
La imagen ciertamente poco exitosa como gobernante de López Miras en estos tres años de mandato se agrava como consecuencia de la ruina económica de la Comunidad Autónoma, una entidad que si fuera privada habría quebrado hace ya una década. Esta falta de liquidez como consecuencia de un sistema de financiación anómalo firmado en su día por Valcárcel y Aznar (aunque los populares sostengan que toda la culpa fue de ZP), impide a un gobernante que llega atropelladamente al poder forjar su popularidad tirando de presupuesto público. En Murcia no hay dinero para inundar de subvenciones a la sociedad civil y comprar voluntades con cargo al erario, dos impedimentos que mortifican a cualquier político y, de manera especial, al que necesita darse a conocer con urgencia para tener éxito en las urnas. Eso que ganamos los que financiamos este invento absurdo de las autonomías.
Pero la irrupción del coronavirus ha supuesto un cambio importante en este esquema agónico, puesto que otorga al líder que se toma las crisis en serio cierta aura de dirigente providencial. López Miras ha visto claramente su oportunidad para cambiar su imagen y se está empleando a fondo en gestionar la respuesta a la pandemia con decisiones contundentes que llaman la atención de los ciudadanos.
¿Aprovechará la cresta de la ola para convocar elecciones anticipadas y consolidar una mayoría más amplia para los tres años de legislatura que restan? Difícilmente, puesto que está en su segunda legislatura y ese es el límite impuesto por la ley del Gobierno de Garre para un presidente autonómico. Sí, es cierto que el texto está sujeto a interpretaciones, pero sin una reforma legal que deje claro que López Miras puede presentarse a un tercer mandato, es difícil que asuma el riesgo de convocar unas elecciones a las que, finalmente, no pueda concurrir.
Pero hay otra arma poderosa en el arsenal del presidente, que es cambiar a su equipo de Gobierno. No es el cañón Bertha electoral, pero tiene también una razonable potencia de fuego. Además, cambiar a los consejeros es una decisión que agradará a su socio de Gobierno, Ciudadanos, al que permitiría sustituir sus piezas y adecuarlas a de la inminente remodelación de su dirección regional.
En última instancia, la ejecutiva del partido naranja en Murcia es en gran parte un apéndice del PP dirigido por personajes que deben a los populares toda su carrera política. Un Gobierno regional forjado bajo este nuevo paradigma daría cohesión al equipo y permitiría a López Miras afrontar el resto de legislatura con más libertad.
Por todo ello, la apuesta que gana enteros en los mentideros de la capital es una crisis de Gobierno a la vuelta del verano, cuando se sustancien los procesos internos de Ciudadanos y PP. Hasta entonces, es fácil imaginar la situación nerviosa de los que se ven en el peligro de salir del Gobierno y, sobre todo, de los que aspiran a entrar en la nómina oficial.