MURCIA. He de admitir que sigo estando dentro de ese grupo de uno de cada tres murcianos que no ha decidido su voto. O sí que lo tenía decidido ‘por los pelos’ y que esperaba convencerme con el debate de esta noche.
Solo me he perdido la presentación de mi admirada Ana Blanco y de un Vallés impecable. ¡Qué grande la televisión y qué lástima que aún valoremos los debates como algo excepcional!
Cerrado ese paréntesis, reconozco que el debate me ha dejado un tanto indeciso en cuanto a mi voto, pero caliente en cuanto tantos y tantos asuntos realmente importantes se han quedado como el rábano por las hojas y solo en titulares en esos papeles que preparan los asesores de los candidatos. Ninguno de los temas se ha debatido en profundidad.
Cuánta razón tiene hoy mi compañero de columna, mi amigo Antonio Imízcoz, en que al final debe votarse con el bolsillo. ¿Acaso hay ahora algo más importante?
Posiblemente porque esta campaña está siendo la más corta de la Democracia española, cada cual teníamos nuestra particular confianza puesta en este espectáculo nocturno (casi de mañana ya una vez pasada la hora bruja). Reconozco que como espectáculo ha sido buen, de los mejores que he conocido en el circo de los partidos y el circo de las campañas. Cada uno de los candidatos en la pista que le correspondiera bajo la carpa ha estado más que aceptable; especialmente aquellos que aún no han tenido la incomodidad del banco azul, un banco que como esta noche ha indicado Casado tendrá que ampliarse para dar cabida a todos los ministerios anunciados por Sánchez.
Respecto a formas, valore cada uno el papel que ha juzgado Rivera y el adoquín catalán, la inexistente corbata de Abascal y la descamisada presencia de Iglesias. Lo dejo para los analistas de estilo.
Casado, ciertamente, está aprendiendo y del presidente (en funciones) poco más se podía esperar tras dejar pendientes asuntos de máximo interés en su casi año y medio en La Moncloa.
Por lo demás, parole, parole, parole.