En algún artículo anterior en Murcia Plaza he defendido que uno de los principales problemas actuales en Europa y más concretamente en España –¡y no acentuado por la crisis del coronavirus!- es la falta de auténticos líderes políticos: personas que desde el ejemplo y desde el ejercicio de sus responsabilidades sepan defender y promover valores necesarios para una sociedad, como la verdad, la responsabilidad personal, el valor del trabajo y del esfuerzo, la reconciliación, la solidaridad, etc.
Por eso (y quizá también por el contraste con la “Comisión para la Reconstrucción Social y Económica” que, por política, nació ya con intereses de partido) me llamó la atención el título que la CEOE eligió para la cumbre que ha celebrado entre los pasados 15 y 25 de Junio: “Empresas españolas: liderando el futuro”.
Durante esos días, muchos empresarios y directivos de nuestro país, y también autónomos con pequeños negocios, han puesto en común sus experiencias y conocimientos, y sus propuestas para la reconstrucción tras el impacto que la covid-19 va a suponer en nuestra economía. Y me parece que sería esencial escucharlos, pues son personas que arriesgan su patrimonio personal o su carrera profesional, no sólo por la obtención de un beneficio legítimo, sino por generar riqueza que necesariamente se reparte (¿o hay mayor riqueza para un país que la generación de empleo?).
Además, en estos difíciles momentos hemos podido ver en muchos de ellos, no sólo el ejercicio de una solidaridad de cuantiosos donativos, sino otro comportamiento quizá más importante: la puesta a disposición de la sociedad de materiales, medios de transporte y canales de distribución establecidos tras años de duro trabajo y que han mitigado de manera importante las carencias propias de una situación como la vivida en estos últimos tiempos.
El último día de esa cumbre a la que me refería, uno de los directivos más admirados de nuestro país presentó -acompañado del presidente de la CEOE- a modo de conclusiones, un decálogo de puntos necesarios para la reconstrucción. Recomiendo su lectura, y pretendo iniciar con éste, una serie de artículos para comentar algunas de esas conclusiones, que me parecen (todas ellas) esenciales para conseguir una rápida y sobre todo sólida reconstrucción de nuestra economía.
El punto 2 de ese decálogo dice: “La confianza a través de la seguridad jurídica es fundamental. Esa confianza es clave para generar credibilidad y atraer y retener inversiones”.
Me parece tan de Perogrullo que no necesitaría explicación. El empleo estable no lo genera el gasto (ni siquiera el público) sino la inversión. Pero a nadie en su sano juicio se le ocurre invertir en un país donde no hay seguridad y estabilidad jurídica. Y esa seguridad no es otra cosa que conocer las “reglas de juego” y tener la certeza de que éstas no van a cambiar a mitad de partida.
Porque además, muchas de esas empresas que generan empleo de calidad (quizá como Nissan o Alcoa, que hace poco han anunciado su marcha de España) requieren enormes inversiones, y eso suele significar unos periodos de amortización que se miden en lustros. O sea, una “partida” larga.
Y claro…: hay países en los que -por poner algún ejemplo- los partidos políticos pactan sobre temas esenciales como la educación, y esas leyes duran décadas aunque sea con los necesarios ajustes -también pactados-; o sobre sistemas fiscales a largo plazo que hagan atractiva tanto la inversión como el trabajo y el ahorro; o protegen con legislación adecuada la producción y el derecho a trabajar.
Y sin embargo en otros países cada vez que se produce un cambio de Gobierno: se dicta una nueva Ley de Educación (como si las matemáticas, la historia, la física o la gramática inglesa cambiaran cada pocos años…); o se cambia de arriba abajo el régimen fiscal y sus tipos; o se permite el desabastecimiento de importantes industrias para no molestar a grupos de personas que impunemente –como ocurrió en una Comunidad Autónoma hace pocos meses- bloquean las carreteras e incluso un aeropuerto y una frontera.
Me parece que cualquiera podríamos poner un ejemplo de cada uno de los países a los que me refiero, y también me temo que si tuviéramos una importante suma de dinero tendríamos muy claro donde “colocarla”.
Como país, ¿estamos generando credibilidad y atrayendo inversiones?
Me temo que no, y que para conseguirlo además de seguridad jurídica (o quizá para llegar a ella) sería necesario consenso y diálogo social. Pero precisamente ése es el punto 3 del referido decálogo.
Javier Giner Almendral es economista
Linkedin: Javier Giner