Morella se ha trasladado este fin de semana a Vallivana para devolver la pequeña imagen de la Mare de Déu y depositarla en su Santuario. Dentro de seis años, en el 2030, la Virgen de Vallivana regresará a la ciudad para celebrar unas nuevas fiestas del Sexenni. La Rogativa que se celebra cada seis años, en el mes de octubre, es un recorrido íntimo, sin las aglomeraciones del mes de agosto, es un recorrido bellísimo que camina entre los paisajes del otoño morellano. Ahora se cierra un nuevo ciclo sexenal, comenzando la dureza de los primeros inviernos sin la presencia de Vallivana en la ciudad. Tras el paso de un Sexenni el pueblo morellano se sumerge en una especie de melancolía colectiva, añorando las fiestas y remarcando en la memoria el paso del tiempo.
Mis cuatro nietos tendrán seis años más el próximo Sexenni. Todas y todos tendremos seis años más en en lejano, cercano, 2030. Morella hace los cálculos del paso del tiempo según este ciclo, calculando el presente y el futuro, deseando que los seres queridos permanezcan unidos, sanos, que puedan reunirse las familias enteras en estas fiestas solemnes. Así se vive la vida en las montañas morellanas, en sus calles que ya lucen otoñales, solitarias entre semana, arropadas por el humo de la madera de carrasca que queman sus chimeneas. La comarca de Els Ports es especialmente bella en estos meses de neblinas, grises, ocres, dorados, de amaneceres y atardeceres rojos.
Pancho correteó este domingo, lentamente, por el Parque Ribalta, añorando Morella, en una mañana que amaneció gris, con los primeros y tibios frescos del otoño castellonense. Los patios interiores de mi casa, como si fuera el alma misma del gran edificio, bullían ayer por la mañana con los sonidos de las cocinas, con los olores de pucheros, sofritos de arroces, caldos de pescado, de verduras… un domingo que nos adentra hacia el final del mes, hacia el 1 de Noviembre.
Hay algunas casas cuyas puertas ya muestran adornos de Halloween, esa “tradición” adoptada hace unos años y que enloquece sin remedio a los más pequeños. La ciudad, en sus comercios, está tomada por esta celebración anglosajona dedicada a los muertos, a la Noche de los Espíritus. Mientras los estadounidenses adoptaron esta fiesta en el siglo XIX, Halloween procede de Irlanda, de un antiguo festival celta de hace más de tres mil años, conocido como Samhain (Fin del verano).
Aquí vivimos rodeadas de calabazas, calaveras, telarañas, fantasmas y velos negros. Octubre se llena de estos elementos desde su primer día, dando paso, en unas pocas semanas a los adornos navideños. La muerte vuelve a ser tema de celebración en todo el mundo, ahuyentando los malos espíritus, protegiendo a los nuestros, homenajeando a quienes ya no están. En Gavarda, mi abuela Pepica celebraba el segundo día de noviembre, el día Les Ànimes, en Morella Les Animetes. La casa se llenaba de lamparillas, esos cuencos de aceite con velas pequeñas y bases de estaño para ofrendar y pedir la protección de las ánimas. Cada noche y madrugada del 2 de noviembre la casa era tomada por aquellas delicadas llamas que tintineaban en las habitaciones, junto a imágenes de santos, santas y retratos de los seres queridos de la familia que marcharon.
Visitar los cementerios es otra de las tradiciones mediterráneas del día de Todos los Santos. Visitar los nichos, limpiar las lápidas, cuya mayoría llevan fotografías de las personas difuntas, y llenar de flores el entorno. Hace poco estuve en València, celebrando un encuentro de amigas y amigos en el que salió el tema de Halloween, las Catrinas mexicanas, que nos encantan, y todo lo relacionado con muerte, cementerios, cremaciones, velatorios y nuestras últimas voluntades.
Mi querida amiga Mariló habló de una de las nuevas posibilidades para despedirnos de esta vida, un Ecofuneral. Ella quería, y yo me sumé rápidamente, que sus cenizas se convirtieran en un árbol. Como bien explica una página web comercial que consultamos, “Morir forma parte del ciclo de la vida, un ciclo que vuelve a empezar cuando ultimamos las cenizas para que crezca un árbol o una planta”. Es una buena propuesta, nos dijimos. Pero no pudimos decidir dónde ‘plantarnos’, si en medio de un bosque, en un cementerio, o en el jardín de la casa de nuestros hijos para que nos recordaran con cada riego y floración. Reímos y lloramos a partes iguales. Pero convertirnos en un árbol era un deseo firme.
Tras ser incinerado el cuerpo, las cenizas deben depositarse en una urna biodegradable. Una empresa de La Seu d’Urgell ha creado este tipo de urnas en las que se depositan las semillas de un árbol, el que se desee. “Nuestra urna pretende cambiar la manera como la gente ve la muerte, de modo que se perciba que el fin de la vida es un proceso transformador de la vida a través de la naturaleza”, señalan los creadores de este sistema que ofrece, además, la posibilidad de ser enterrada en una maceta inteligente, la BiosIncube es la alternativa a la plantación de un árbol. Si no disponemos de jardín o no decidimos dónde ser enterradas, nuestras cenizas pueden convertirse en una planta.
Esta conversación con Mariló me llevó a desear con todas mis fuerzas ser un limonero. Mis cenizas debieran compartir semillas de limonero, como el árbol prodigioso que preside los corrales y patios de mi vida, quizás las mujeres de mi familia han renacido en estos cítricos. Mariló me miraba con una sonrisa enorme. Ella querría estar en un bosque, cerca del mar, en la montaña, en un jardín… ser un cerezo japonés, un roble con corteza de cerezo, o un arce azucarero, porque ella tiene azúcar, y yo pienso que sería un ejemplar maravilloso.
Ser un limonero en un jardín familiar, en medio de una huerta, en un palmeral, en el patio de una casa, a salvo de tanta ignominia y las agresiones medioambientales, significa seguir vigilando los sueños, protegiendo con sombras frondosas, dando frutos todo el año, floreciendo con azahares en primavera. En el libro “La mujer habitada” (1988) de Gioconda Belli, la india Itzá renació en un naranjo, alumbrando a otra mujer, la joven Lavinia, arquitecta, luchadora, feminista. El jardín de una casa familiar cobijaba a las dos mujeres. Las ramas del naranjo eran las extremidades de una mujer que aleteaba para mostrar las emociones y arrastrar a la joven arquitecta, comparando su lucha ancestral con la Revolución Sandinista.
Belli nos devuelve a la época de la conquista española por medio de los recuerdos y creencias de una india náhuatl que, más de cuatro siglos después de su muerte, emerge de su lecho de tierra, fructificando, por primera vez, un viejo naranjo. Gioconda Belli nos adentra en la lucha de las mujeres en mundos dominados por los hombres. ‘La mujer habitada’ son las dos protagonistas, habitadas de eternos sueños y luchas, dolor, soledad, rabia, esperanzas, y toda la fuerza necesaria para crecer con la gratitud de un naranjo, dando los mejores frutos. Itzá florecía de azahares fuera de temporada, alimentando el espíritu de Lavinia, la cultura, la identidad, la igualdad, la tierra… y para que ella no sufriera lo vivido en su pasado lejano, abusada y maltratada por tantos hombres.
Las mujeres nos enredamos y enramamos de esta hermosa manera. Mariló, sin decidir concretamente qué árbol querría ser, ejercía la resiliencia precisa que nos une a todas las mujeres. Por eso quiero ser limonero y repartir limones para limonada, y florecer azahares. Carmen, mi vecina, se troncha de la risa, pero no le disgusta la idea, a pesar de que ya ha previsto en su pueblo, una parcela para ser enterrada junto a su familia, pero ha pensado que puede ser un esbelto árbol floreciente en esa tierra.
….Penetré en el árbol, en su sistema sanguíneo, lo recorrí como una larga caricia de savia y vida, un abrir de pétalos, un estremecimiento de hojas. Sentí su tacto rugoso, la delicada arquitectura de sus ramas y me extendí en los pasadizos vegetales de esa nueva piel, desperezándome después de tanto tiempo, soltando mi cabellera, asomándome al cielo azul de nubes blancas para oír los pájaros que cantan como antes….
La Mujer Habitada. Gioconda Belli.