España se halla hoy en guerra contra un enemigo tan diminuto como formidable; un virus que ha puesto en jaque, no ya a nuestro país, sino el mundo entero, desatando una crisis que ha supuesto una dura prueba para los Estados, las sociedades y las personas, pues en eso consiste la respuesta que cada uno debemos darle: en un examen.
Las crisis sacan de nosotros lo peor, los instintos más básicos, como el de supervivencia; el sálvese quien pueda inmisericorde. Pero también despiertan lo mejor del ser humano: la generosidad, la solidaridad, el espíritu de entrega, de sacrificio. Y es también en momentos adversos cuando se forjan los líderes y se caen los mitos. Estos últimos dejan su falsedad al descubierto si se analiza con detalle su actuación y la vista se acerca lo suficiente como para comprobar que el mármol no pasaba de cartón piedra. El Gobierno de España se halla plagado de ejemplos de esta calaña. Para constatarlo, basta con que encienda usted el televisor.
Sin embargo, es a los líderes a los que merece la pena prestar especial atención. Sé bien de lo que hablo pues, como murciano exiliado en Madrid, tengo estas semanas la fortuna de observar, en primera fila, el formidable despliegue de liderazgo y efectividad del alcalde de Madrid y de la presidenta de esta comunidad autónoma. Algo que habría de ser “lo justo” para sus habitantes, pero que, ante la escasez de gobernantes así, constituye hoy un regalo. Sin embargo, no todos se encuentran en la capital y, por fortuna, en mi patria chica, también hay algunos que están navegando con solvencia estas aguas bravas. Quizá, el exponente más representativo lo encontremos en el presidente de la Región de Murcia.
Fernando López Miras ha ido, no uno, sino varios pasos por delante de un tambaleante e incompetente Sánchez durante el transcurso de esta crisis. En cuanto esta se hizo “oficial”, por disponerlo así este último (si bien, a esas alturas, resultaba para todos, y para él mismo, una evidencia), López Miras manifestó su deseo de blindar la Región. Cuando cientos de personas arribaron a las costas murcianas ante la amenaza del cierre de la Comunidad de Madrid, el presidente autonómico, ni corto ni perezoso, acordonó el Mar Menor. Cuando Sánchez decretó el estado de alarma, que en realidad lo es de excepción, López Miras pidió enseguida que se suspendieran todas las actividades no esenciales. “Amén”, musitó el presidente del Gobierno días después ante la gravedad de la situación, no sin antes haber criticado la súplica de su homólogo murciano. Como en todo lo demás.
Y no. No se debe al buen tiempo el que la Región de Murcia se encuentre en una de las mejores situaciones en lo que se refiere a contagiados y fallecidos por la Covid-19, solo superada, en cuanto a menor número de muertes respecto a la población, por Galicia, y en cantidad de infectados, por Canarias. Muy al contrario, el motivo reside en el liderazgo de un presidente que ha adoptado medidas de acopio y atención sanitaria con la antelación que debería exigírseles a los poderes públicos, y que se ha mostrado valiente en la solicitud de un mayor aislamiento. También es muy positiva la batería de medidas económicas (exenciones y aplazamientos de tasas e impuestos, mayoritariamente) que su Gobierno ha aprobado con el fin de paliar los efectos de esta crisis.
López Miras representa hoy un gran activo para los ciudadanos de la Región, desde el momento en el que vela, parece que con eficacia, por su seguridad y su bienestar. Precisamente por ello, sumado a un largo historial de despechos (financiación autonómica, pin parental, etc.), el cantón murciano recibe el desprecio furibundo de Sánchez, lo que no ha de constituir motivo de inquietud. Lo único que ha de preocupar, si proviene del Gobierno actual, es su elogio. ¡Ánimo!
Director de la Fundación Civismo