Aquel que durante la pasada semana se haya querido abstraer de debates como la financiación autonómica o la guerra de Gaza se habrá topado con las protestas de los sindicatos CCOO y UGT para reclamar la aplicación de las 37,5 horas laborales. Los sindicatos exigen ese logro, y además lo hacen con inmediatez ante la desgana de la patronal CEOE, y a la espera de que la mayoría progresista del Congreso de los Diputados lo acabe aprobando -veremos dónde se sitúan PNV y Junts-.
En esas, a las centrales sindicales les ha aparecido un inesperado aliado, Alberto Núñez Feijóo, que en su afán de arrastrar desencantados votantes progresistas —y quién sabe si frustado por cómo Sánchez escapa de casi todos los debates— ha exhibido en estas dos últimas semanas su catálogo de medidas de conciliación laboral, algunas detestadas en el pasado. Núñez Feijóo se ha sacado la chistera la jornada laboral de cuatro horas (¡ooohhh!, en algunos sectores; el aumento de los permisos de paternidad, el incremento de las deducciones fiscales, etc). No hace falta mirar al pasado sobre qué piensa el PP en estos asuntos, pero bienvenidos sean los razonamientos de ahora.
Hay varios trasfondos en la jornada laboral de las 37,5 horas. Los sindicatos defienden que la productividad en las empresas ya ha aumentado y prueba sus beneficios desde que salimos de la pandemia. UGT y CCOO quieren que la nueva dedicación laboral se aplique sin afectar al sueldo y que se haga por igual en todos los sectores, cuando las pymes —mayoritarias en España— ponen reparos y creen que no serán capaces de lograr esa transformación. O si lo hacen, será a un coste mayor.
"caerá por su propio peso por el tipo de sociedad en el que ya estamos: una generación salida de la pandemia que antepone su bienestar personal a un mejor sueldo"
Sea como fuere, yo creo que la jornada laboral de 37,5 horas -y posiblemente, más adelante la de 35 horas -caerá por su propio peso. No porque los reclamen los sindicatos, o porque el PP tiña sus siglas de granate, sino por el tipo de sociedad en el que ya estamos y al que vamos inexorablemente: una generación salida de la pandemia que antepone su bienestar personal -y remarco lo de personal- a un mejor sueldo o una posición mejor retribuida dentro de la empresa. Hay varios estudios que apuntan a ello. Pero tampoco hace falta irse tan lejos: la principal preocupación de cualquier empresario hoy es tener personal cualificado, y posiblemente, motivado. No hay sector que escape de esas dos directrices: o bien el personal no reúne la capacitación necesaria para el puesto; o bien al interesado no le motiva por múltiples razones: horarios, tipo de actividad, lejanía de su residencia, indisponibilidad de vivienda (o precio elevado) para trasladarse. Ante todos estos dilemas, las generaciones que se incorporan al mercado laboral caen en lo que se denomina quiet ambition y que afecta fundamentalmente a la Generación Z (los nacidos entre 1995 y el 2000). "Estos ya no buscan afán de poder ni se sienten atraídos por los puestos laborales de mayor influencia, sino que prefieren tener una vida tranquila en la que prime el equilibrio entre la esfera personal y laboral". Esta sería la definición del quiet ambition que afecta estas nuevas generaciones, según un artículo publicado en la revista Fortune.
Y ante esta situación, que es el pan nuestro de cada día, el reto de las empresas es ímprobo: no solo deben luchar por atraer al nuevo talento con buenos sueldos, sino posiblemente con jornadas laborales atractivas. De lo contrario, se las verán y desearán para poder contar operarios atraídos por una profesión o un puesto.
Después, esto tiene muchos matices porque dependen del sector, y posiblemente, también de la compañía en cuestión. Hay sectores en los que es más fácil de aplicar que en otros. Y después, hay empresas que sitúan al trabajador en el centro de su acción para que trabaje motive y, además, exhiba el sentimiento de pertenencia. Si habláramos de otras generaciones, pues la actitud lo salvaría todo, las horas extraordinarias, los permisos, las gratificaciones, pero el problema al que se enfrenta la economía del futuro es que las generaciones del futuro anteponen otros valores, como el tiempo libre, la flexibilidad horaria, el poder trabajar en remoto… que a veces se puede, y a veces no, y depende de muchos factores. Ahora bien, si no se comienzan a poner las bases de esa nueva economía, mayor será la exigencia y peor su aplicación. Pero la jornada laboral de las 37,5 horas caerá como fruta madura. ¿Qué otras consecuencias? Pues claro. Lo que está por ver es cómo la regular o la soporta el mercado.