Tiempo, espacio o gravedad distan de ser conceptos que entendamos completamente, no solo eso: es muy probable que no sean en absoluto lo que solemos creer que son
MURCIA. Mucho de lo que nos enseñaron en el colegio o mas tarde, en el instituto, ya no tiene validez: Plutón, por ejemplo, dejó de ser considerado un planeta —ahora es un planeta enano transneptuniano como sus vecinos Haumea, Makemake o Eris—, el Sistema Solar no lo forman solo ocho planetas más el Sol —el barrio también comprende el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter hogar de otro planeta enano como es Ceres, el cinturón de Kuiper, el disco disperso o la nube de Oort—, y los sentidos humanos no son cinco. La ciencia avanza y con ella el conocimiento humano, o al menos así debería ser: en las últimas décadas es tremenda la resistencia que ejerce un sector asustado de la sociedad, enfermo de pensamiento mágico y superstición y obsesionado con negar cualquier evidencia para arrojarse en brazos en su lugar de disparates de lo más peregrino. El género de los terraplanistas va más allá de los conspiranoicos de principios del milenio: para creer que la Tierra es plana tienes que esforzarte mucho y uno quiere creer que salvo trastorno, ni siquiera así. La realidad, es cierto, se ha vuelto tremendamente compleja a muchos niveles: por un lado, las tecnologías de la comunicación han imprimido velocidades inhumanas a nuestro día a día, desquiciando nuestra forma de vida y desbaratando nuestras cabezas. Por otro, el estrés y la violencia lo contaminan todo, incluida la esfera geopolítica. Algunos de nuestros representantes dan muestras de estar sedientos de sangre cual vampiros de parlamento. Sumado a lo anterior aunque en el plano de lo hermoso, la ciencia nos dice que los agujeros negros, objetos de propiedades y efectos más mágicos que la magia, son enormemente comunes, que los más gigantescos se esconden en el centro de las galaxias —como la nuestra—, y también que ahora podemos escucharlos gracias a las ondas que provocan en el tejido del cosmos, o bien verlos, gracias a elaboradísimas fotografías siderales. Puede que hasta existan agujeros revertidos en el tiempo, y por tanto, blancos.
Lo cierto es que entender el presente exige un método riguroso, en especial ahora, en esta era de democratización del fake, y también una mente abierta capaz de asimilar que la realidad no es lo que parece, que hasta los conceptos esenciales de nuestro mundo son solo así por lo desenfocado de nuestra mirada, y no pasa nada: solo tenemos que aprender a verlo todo de otra manera (o no: nada nos impide seguir viviendo en la ingenuidad). Precisamente La realidad no es lo que parece. Conceptos clave de la física cuántica es el título de uno de los pocos libros del físico teórico, humanista y escritor italiano Carlo Rovelli de los que no habíamos hablado todavía por aquí. En edición de bolsillo de Booket y con traducción de Juan Manuel Salmerón, esta obra es como el interior de un agujero negro, mucho mayor de lo que sugiere su volumen exterior: en sus páginas hay suficiente espacio para pasar de Mileto a Copenhague, o lo que es lo mismo, de las raíces de nuestro saber hasta los descubrimientos que pusieron del revés nuestra concepción de la existencia a la vez que corregían la miopía que nos impedía ver su auténtica naturaleza, infinitamente más compleja de lo que pensábamos, y por ello materia prima ideal para servir de inspiración a las teorías y ecuaciones más bellas de cuántas habíamos conocido hasta entonces. Por supuesto, el camino no acabó allí, y por eso Rovelli nos lleva más allá, hasta el presente y sus últimas verdades e ideas. Va siendo hora de que asumamos que el tiempo tal y como lo solemos concebir ni se mide ni se observa: en cuanto a su medición, y siendo estrictos, lo que medimos son fenómenos respecto a otros, como latidos o pulsaciones en relación a oscilaciones de un péndulo o tictacs de un reloj. Lo que vamos sabiendo apunta al tiempo como la forma en que tiene nuestra especie de comprender los cambios.
Cuando uno se sumerge en estas ideas, hay instantes en que le parece vislumbrar o casi entender alguna cosa: son experiencias de intensa iluminación, lo más parecido al satori del budismo zen. Rovelli es uno de los abanderados de la gravedad cuántica de lazos —no confundir con las cuerdas adversarias—, que trata de completar el camino que separa nuestras mejores explicaciones, la teoría de la relatividad general y la mecánica cuántica, tan sólidas como irreconciliables. Lo fascinante de Rovelli ya no es su enorme talento como divulgador, sino su estilo literario, que se mueve entre lo científico y lo literario, y por supuesto, los territorios en los que pone el foco para explicarnos lo más incomprensible o antiintuitivo: “Intentemos decirlo de un modo más preciso. La característica más sobresaliente del tiempo es que va hacia delante y no hacia atrás, su irreversibilidad. Lo que caracteriza lo que llamamos tiempo es la irreversibilidad. Los fenómenos «mecánicos» —aquellos en los que no interviene el calor— son siempre reversibles. Si los filmamos y proyectamos hacia atrás, veremos fenómenos perfectamente realistas. Por ejemplo, si filmamos un péndulo, o una piedra lanzada hacia arriba que sube y cae, y vemos la filmación al revés, seguiremos viendo un razonabilísimo péndulo y una razonabilísima piedra que sube y cae. ¡No!, dirá el lector. ¡Mentira! Cuando la piedra llega al suelo, se queda quieta, pero en la filmación vista hacia atrás la piedra se eleva sola del suelo y esto es imposible. Exacto, y de hecho, cuando la piedra llega al suelo y se queda quieta, ¿adónde va su energía? ¡Va a calentar la tierra donde ha caído! Se transforma en un poco de calor. En el momento en que se produce calor, se da un fenómeno irreversible: un fenómeno que distingue claramente la filmación vista hacia delante de la vista hacia atrás, el pasado del futuro. En el fondo, siempre es el calor lo que distingue el pasado del futuro”. ¿Y no es así?