MURCIA. No hay una musa, en el mundo clásico, para la Leyenda. Sí la hay para la Historia, Clío. En aquel pasado remoto de antigüedad clásica, apenas se distinguían ambas. La Iliada es un conjunto de leyendas, que Homero compila unos cuantos siglos después. Las compila y las escribe, magistralmente, por cierto. La Iliada se estudia en las clases de Literatura, no en las de Historia.
En esta tierra, hoy Comunidad Autónoma, antaño Reino y antañazo Provincia Romana no tenemos un recuerdo épico de la altura de lo de Troya. Pero sí tenemos materia de leyenda. Y mucha, materia legendaria ubicada en los tiempos antiguos y modernos.
Pero vayamos al 825 d. C. En la confluencia del río Segura, entonces Gaualabyad, y el Sangonera, entonces Guadalentín, hay parras, vides. Impera el Islam en el terreno. Los árabes, así de erróneamente llamados, son un colectivo plural de gente: Modaríes, o ricos muy venidos arriba porque se consideran los verdaderos paisanos del Profeta, Yemeníes, o pobres amarrados al duro banco de laburar para sobrevivir. Y luego, sirios y bereberes; también eslavos cogidos al rebufo de la conquista incesante desde Egipto hasta el mismo Tánger.
Bien, un buen día de finales de verano, las cepas de las vides apuntan ya la granación que precede a la cosecha. Un piernas yemení, aguador, pasa por un sembrado de sarmientos en su punto. Ni corto, ni perezoso, arranca varias hojas de parra, dejando los ubérrimos racimos a merced de los insectos. Con ellas hace un buen atadijo en la boca de su cántaro, para impedir le entren abejas al líquido elemento. Y repite la acción varios días. Hete aquí, entonces, que es visto por algún servidor del Modarí dueño de la plantación, y lo chiva. Al día siguiente, el aguador es apiolado por los servidores de alfanje y lanza del Modarí vinatero. Entéranse los deudos del yemení, y cobran venganza.
A partir de ahí, todos los grupos y grupetes, incluidos mozárabes descendientes de hispanorromanos y visigodos, se van a la guerra, que técnicamente puede llamarse civil. Entéranse en Córdoba, la capital, y envían a un general, un Omeya, al mando de una tropa regular y ordenada, que, en poco tiempo arrasa con todos los cabecillas, y jefecillos de banderías de las algaradas. Antes de irse, destruye Ello, en la Cordillera Sur, entre Algezares y Los Garres, y ordena trasladar sus mejores piedras sillares hasta Myrtia, en medio del valle, en la orilla izquierda del río, aldea de origen romano, encrucijada que vive de los viajeros entre Cartagena y centro peninsular, y entre Lorca y Elche. Deja destacamento y órdenes de levantar muralla; nombra Capital de Todmir a la nueva capital, y se va. Ha convertido a la comercial Myrtia-Múrsiya en ciudad militar con mando en todo el territorio. Desde ahora, la aldea es capital y todos la llaman Múrsiya.
Alguien debería escribir la Leyenda de la Hoja de Parra, con motivo de la reconversión de la Myrtia romana en la Múrsiya musulmana.