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como ayer / OPINIÓN

La ley del silencio

28/01/2021 - 

MURCIA. Hace unos días, llegó hasta el centro de Murcia procedente de El Palmar, su pedanía más poblada, una larga comitiva de vehículos que hizo sonar con generosidad el bocinazo de su hastío por la oleada de robos que vienen padeciendo. A falta de manifestaciones al uso, se ha impuesto la caravana como expresión de la nueva manifestabilidad.

"Algo bueno de estos tiempos de toques de queda, confinamientos y demás restricciones es la placidez del silencio"

Expresión ruidosa, a mayor abundamiento, porque donde esté un concierto de claxon, interpretado por no menos de un centenar de manifestantes sobre ruedas, que se quiten la algarabía y los cánticos de forzada rima de la tropa de a pie. La parte positiva es que la manifa rodante se desplaza con cierta agilidad, y el ruido que la acompaña se aleja pronto.

Hace al caso este comentario sobre la protesta altisonante, sin cuestionar lo más mínimo la legitimidad de sus planteamientos y reivindicaciones, y tomando lo de El Palmar sólo como reciente ejemplo, porque si algo bueno ha encontrado uno en estos tiempos de confinamientos, toques de queda y demás restricciones es la placidez del silencio.

Supongo que pesa también la edad, pero lo de no padecer a cualquier hora de la noche el griterío callejero de algunos noctámbulos empedernidos, o el trajín sin tasa de los vehículos tripulados por quienes no parecen conocer otro modo de hacerse notar que molestando, o los actos públicos de toda guisa que parecerían no celebrarse si no fueran acompañados de una estruendosa megafonía, se me antoja una delicia.

Y como esta sección va de evocaciones puestas en conexión con las cosas que nos pasan cada día, me retrotraigo al año 1960 para traer a colación lo que se decía entonces sobre esa forma de contaminación tan de nuestros días que es la acústica.

En un artículo marcadamente estival, publicado por el diario Línea en agosto del año indicado, podía leerse: "Cada año, al llegar, el verano, por eso de que con el calor se abren todos los balcones y ventanas, y se oye todo lo que pasa por la calle, se inician unas campañas de silencio para combatir los ruidos callejeros. Con estas campañas de silencio, se descubren de repente, casi con asombro, cosas que están sucediendo todo el año: los camiones estrepitosos, las motos con escape libre, las voces de los vendedores y los cánticos de algunos trasnochadores que, por eso de que la última fase del vino son los cantos regionales, les da por ahí, ya sea por el lado flamenco, las canciones asturianas o las jotas de todos los calibres, que son las tres variaciones predilectas, sobre todo para el orfeón".

"En la callé, ciertamente, están los camiones, las motos, las palmadas para llamar a los serenos y los cánticos regionales de los entusiastas. Pero en las casas hay también toda una gama de ruidos que cada productor o responsable de ellos considera legítimos e insignificantes, y que no lo son. De modo que está muy bien pedir e imponer silencio en la calle, silenciar a trasnochadores, a vendedores a motoristas... Pero también hay que pedir el silencio en la propia casa, guardándolo celosamente en el volumen justo de la radio, en las actividades sonoras que pueden molestar y en los cánticos usuales que acompañan a cualquier fregado consciente. Campaña de silencio, de verdad, para todos".

Pensará el lector que esas eran cosas de los tiempos de Franco, o de Maricastaña, que a estas alturas viene a ser lo mismo, pero podemos traer esas consideraciones a tiempos más cercanos, cuando aún se usaba aquella señal de tráfico que prohibía usar el claxon en ciertos ámbitos, especialmente en las proximidades de los centros sanitarios; centros que, por otra parte, estaban llenos de carteles en los que la imagen de una enfermera llevándose el dedo a los labios reclamaba silencio. Un silencio que hoy se echa bastante de menos en esos lugares.

En 1980, ya en democracia y con gobierno municipal y regional socialista, se ponía en marcha una nueva campaña estival de silencio del 1 de julio al 31 de agosto, tras la llevada a cabo el año anterior con carácter experimental, enfocándose principalmente "hacia la evitación de los ruidos ocasionados por los ciclomotores y las alteraciones en su estructura".

Las medidas adoptadas consistieron en la creación de patrullas situadas en puntos estratégicos de la ciudad, que dieron como resultado la sanción a más de 2.000 ciclomotores, de los que 350 eran robados. El concejal de la cosa anunciaba que en esta edición se atendería también a las pedanías, "a donde llegan las carreras de motos y demás ruidos".

Y aún ofreceré a la curiosidad de mis lectores una reseña más, en este caso del balance de la campara de silencio de 1982, el verano del Naranjito. Durante los meses de julio y agosto se registró un alto índice de infracciones por exceso de ruido en la franja horaria determinada por la normativa, que fue entre las ocho de la tarde y las dos de la madrugada, aunque imagino que más allá de ese horario también se sancionaría a quien tuviera la ocurrencia de esperar a eses avanzadas horas para armar bulla.

El control afectó no sólo al casco urbano, sino también a todas las pedanías murcianas, y por infringir lo establecido 500 vehículos fueron registrados en los partes de entrada municipales, de los que 102 permanecieron en depósito, la mayoría por ser sustraídos o abandonados y no ser reclamados.

Pero no todas las infracciones contra la campaña de silencio provenían de vehículos. Las viviendas particulares con exceso de volumen en la televisión o en el aparato de radio, la hora de cierre de las discotecas y salas de fiestas, así como otras alteraciones dieron lugar a sanciones o a advertencias.

Pero igual resulta que los días de Naranjito también quedan ya demasiado lejos, y que hasta en cuestión de silencios y ruidos se ha vuelto uno un nostálgico.

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