CARTAGENA. Está en marcha una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) cuyos promotores recaban firmas para conceder personalidad jurídica al Mar Menor, una emotiva alegoría poética en defensa de determinadas convicciones ecologistas cuyos autores estiman que conviene establecer una novedosa figura jurídica adicional a las que ya existen para protegerlo, que bastarían si las tres administraciones implicadas las aplicasen diligentemente.
Visto que el PSOE ha votado en contra de admitir a trámite la propuesta podemita de convertir el Mar Menor en un Parque Regional, lo que habría surtido un efecto similar a la ILP, cabe pronosticar que tampoco esa iniciativa tampoco saldrá adelante. Solo queda, por tanto, debatir si es conveniente conceder personalidad jurídica a ciertos ecosistemas. Sus promotores aducen que muchas empresas poseen personalidad jurídica y, efectivamente, así es, solo que esas normas lo que regulan son los derechos y deberes de los humanos que han creado las empresas, las hacen funcionar y, eventualmente, las disolverán. Ninguna empresa existiría sin humanos y tampoco tendría derechos al margen de ellos, de modo que hablar de la personalidad jurídica de una empresa es hacerlo del grupo de humanos a ella vinculados. También dicen los promotores que ahora los niños y las mujeres detentan unos derechos de los carecían en el pasado y que, análogamente, ha llegado el momento de conferir "el derecho a existir" a la Naturaleza. Ese peculiar discurso omite el pequeño detalle de que los niños y las mujeres son tan humanos como los hombres, lo que lo echa por tierra de raíz. Ellos saben, como nosotros, que no veremos a las nacras presentando querellas contra los agricultores, ni a los nitratos interponiendo recursos, por lo que la dicha personalidad jurídica es solo una figura retórica.
"EL Mar Menor carece de capacidades lingüísticas y del más mínimo grado de consciencia para reclamar derechos y pergeñarlos"
En efecto, como todo lo cultural, el Derecho es un constructo humano, elaborado por humanos y aplicado por humanos, pues hacer leyes y aplicarlas requiere de algunas cualidades que, en la actualidad, solo el Homo sapiens posee en grado suficiente para lograrlo. Otros animales poseen lenguajes, pero ninguno de la potencia y versatilidad de nuestro lenguaje simbólico, articulado y recursivo; otros animales poseen cierto grado de consciencia, pero ninguno en un nivel comparable al nuestro; otros animales viven en sociedades, pero ninguno de la flexibilidad, amplitud y capacidad evolutiva de las nuestras. Ni siquiera la más perspicaz banda de chimpancés podría elaborar alguna elemental norma para regular la entrada a los teatros, así que no digamos los estatutos de cualquier universidad, lo que suele llevar meses de largas discusiones entre ilustrados claustrales. Y eso que, el chimpancé, como el delfín y el cuervo, figura entre los animales no humanos más dotados en cuestión de lenguaje, consciencia y vida social (de las hormigas y las abejas mejor no hablar porque evaluar su grado de consciencia parece, a fecha de hoy, imposible).
Salvo poéticamente, el Mar Menor carece de capacidades lingüísticas y del más mínimo grado de consciencia para reclamar derechos y pergeñarlos, como lo prueba el hecho de que la ILP no haya sido elaborada por caballitos de mar, sino por humanos, quienes no ruegan a los mújoles que la firmen, sino a otros humanos. Si reuniesen las firmas suficientes, serían humanos quienes la aprobasen o rechazasen y, si la aprobasen, serían humanos quienes la aplicasen, presentasen las querellas contra otros humanos, se defendiesen de ellas, las juzgasen e hiciesen cumplir lo juzgado. Desde el comienzo hasta el final, la ILP es un asunto humano, meramente humano, y no conferiría derechos al Mar Menor, sino a unos humanos contra otros, como todas las leyes. Hablar de dotar de personalidad jurídica al Mar Menor es simplemente la forma que ciertos grupos de humanos, altamente motivados, han ideado para tratar de imponer a los demás sus criterios sobre qué hacer con el Mar Menor por el expeditivo procedimiento de otorgar fuerza legal a sus opiniones.
La del Mar Menor es la primera iniciativa de ese tipo en suelo europeo, cuyo origen hay que encontrarlo en algunos grupos indigenistas de América del Sur. Así, la Constitución de Ecuador reconoce la personalidad jurídica de los ecosistemas, y en Colombia le han concedido personalidad jurídica a cierta zona fluvial donde viven tribus indígenas de creencias animistas. Ese movimiento eco-indigenista se ha extendido a Nueva Zelanda, donde han protegido de ese modo un río del que los maoríes dicen sentir que es su ancestro. En cambio, la ley que confería personalidad jurídica al lago Erie, compartido por Canadá y Estados Unidos, fue anulada por inconstitucional.
Aunque sea arriesgado pronosticar el grado de influencia que alcanzará ese nuevo enfoque jurídico, vinculado a las concepciones animistas de las tribus prehispánicas y malayas, parece poco probable que prosperen en Europa, cuna de la revolución científica. A semejanza de los naturalistas, los juristas europeos han hecho grandes esfuerzos por establecer con la máxima precisión posible los significados de los términos que emplean y por despojarse de los residuos mitológicos y religiosos que impregnaban el Derecho. Hijos del rico legado romano, depurado por la Ilustración, será difícil que vuelvan a introducir expresiones alegóricas, que lo única que harían sería degradar la seguridad jurídica y enturbiar la racionalidad de sus discursos.
"No es probable que los juristas europeos, más allá del algún debate puramente académico, acepten de buen grado volver a mezclar la poesía con el derecho penal"
Si bien establecer el derecho de las personas a disfrutar de un medio ambiente adecuado, sano y agradable está siendo un avance y extensión loable de los derechos humanos básicos, conceder personalidad jurídica a los ecosistemas es una iniciativa regresiva desde el punto de vista conceptual. No la rechazarán por ecologista, sino por irracionalista. Después de todo, los occidentales ya teníamos nuestro propio mito sobre la Naturaleza. Se llama el Génesis y fue elaborado por los judíos con el título de En el principio porque su primera frase decía: "En el principio Dios creó los cielos y la tierra". Pues bien, ese mito establecía una clara separación entre la Naturaleza, lo creado, y Dios, su creador, alejándose así del animismo tribal del que derivó el panteísmo. Además, señalaba que solo nuestros primeros ancestros, Adán y Eva, fueron hechos "a imagen y semejanza" de su autor, estableciendo una diferencia adicional entre nuestra especie y el resto de la creación.
En resumen, en Occidente, ni su tradición alegórica y religiosa, ni su aportación científica y racionalista, abonan a apuntarse al animismo de aroma panteísta típico de las culturas en cuyo honor se han dotado de personalidad jurídica a algunos ecosistemas a ellas vinculadas. Frente al nuevo irracionalismo que nos acosa, Europa sigue teniendo el alto deber de defender la herencia ilustrada, el triunfo de la racionalidad, los métodos científicos de análisis de la realidad y de solución de los problemas, y, si se quiere, la tradición religiosa que pone a los humanos en el centro. Después de todo, las diversas religiones cristianas parten de la convicción de que Dios se encarnó en un hombre, Jesús de Nazaret, y no en ningún río, ni ninguna selva. Según sus preferencias, los europeos ilustrados suelen creer que su origen remoto se encuentra en algún primate por una larga evolución, o en un acto creador de Dios, sin faltar los que tratan de conciliar ambas ideas, pero desde luego ninguno pensará ahora, salvo poéticamente, que nació de ningún río. No es probable que los juristas europeos, más allá del algún debate puramente académico, acepten de buen grado volver a mezclar la poesía con el derecho penal.
JR Medina Precioso