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La exclusión de Schrödinger

31/03/2023 - 

CARTAGENA. Al físico alemán Werner Heisenberg le concedieron el premio Nobel en 1932; al físico austríaco Erwin Schrödinger en 1993. En ambos casos, por sus aportaciones a la naciente ciencia de la Mecánica Cuántica. Ambos también compartían cierta afición por el montañismo y mantenían relaciones abiertas con mujeres. De hecho, el austríaco se mantuvo en la bigamia durante una larga etapa, una circunstancia normal en muchos países islámicos, pero no en la universidad inglesa de Oxford, ni en el ambiente católico de su familia. Sin embargo, el alemán y el austríaco chocaron en sus concepciones políticas. El primero aceptó dirigir el proyecto nazi de fabricar una bomba atómica, mientras que el segundo se exilió a Inglaterra y luego anduvo por otros países, pero no colaboró nunca con los hitlerianos. No falta quien diga que, en realidad, Heisenberg boicoteó sutilmente el proyecto atómico nazi, pero lo cierto es que aceptó el puesto que le ofrecieron.

El austríaco llegó a ser conocido fundamentalmente por su ecuación de onda cuántica. Los resultados de su ecuación coincidían con las previsiones del modelo matemático que ya antes había hecho el alemán. No obstante, a la mayoría de los físicos el planteamiento de Erwin le resultó más atractivo porque se trataba de una ecuación de onda y los físicos llevaban más de un siglo manejando ondas, como las del sonido o las famosas electromagnéticas. Por otra parte, el modelo de Werner se basaba en matrices, es decir disposiciones de números en filas y columnas, unos engendros que habían interesado sobre todo a los matemáticos, esos raros tipos que no investigaban sobre lo que existía, sino sobre todo lo que fuese coherente desde un punto de vista lógico, es decir sobre todo lo que podría existir.

"Erwin concluyó que la generalizada sensación de que nuestra consciencia reside de alguna forma en nuestro interior, quizás en el cerebro, solo es un espejismo"

Las trayectorias de Erwin y de Werner fueron distanciándose todavía más a medida que pasó el tiempo. El austríaco ganó popularidad planteando el enigma de su gato, que se encontraba a la vez un poco vivo y un poco muerto en una caja antes de que la abriéramos, pero se quedaba por completo vivo o por completo muerto no bien la abríamos. Por su parte, el alemán obtuvo su propia fama por su principio de indeterminación: si medíamos con mucha precisión la energía de un objeto, entonces se hacía más amplio el intervalo de tiempo en el que poseía esa energía; cuanto mayor era la precisión con la que mediamos su cantidad de movimiento, tanto menos precisa era su posición en el espacio. Dicho de otro modo, no podíamos concretar a la vez la posición o el tiempo de los sucesos y su energía o su cantidad de movimiento.

Tanto los planteamientos del alemán como los del austríaco chocaban con las intuiciones del sentido común, basadas en repetidas observaciones de nuestro mundo ordinario. En nuestra experiencia cotidiana, los gatos estaban ya fuese muertos, ya fuese vivos, pero no en ambos estados a la vez (¿y los gatos agonizantes?); en nuestro mundo ordinario sabíamos a la vez a qué velocidad se movía un coche y dónde estaba en cada momento del tiempo. Pero en el mundo cuántico las cosas eran diferentes y paradójicas.

Ante esa constatación, de la que ambos eran conscientes, reaccionaron de forma muy diferente. La estrategia de Werner fue restringir el alcance de las ciencias naturales, una suerte de sutil escepticismo. Ante la evidencia de que no había manera de asignar ninguna interpretación intuitivamente aceptable a las ecuaciones de la mecánica cuántica decidió que, en realidad, la ciencia no se ocupaba de cómo era la Naturaleza, sino solo de qué podíamos decir de la Naturaleza. Por el contrario, Erwin afrontó más valientemente la paradoja y postuló que el problema de las ciencias naturales era que, para construirlas, los científicos habían dejado de lado sus propias consciencias (él hablaba más bien de mentes). En opinión de Erwin, las ciencias se basaban en el llamado principio de objetividad, según el cual era factible investigar la Naturaleza obviando por completo al investigador. La consecuencia necesaria de ese planteamiento era que la consciencia quedaba fuera del ámbito de las ciencias naturales y, una vez hecho eso, ya era imposible introducirla más adelante. En suma, la ciencia era capaz de explicarlo todo menos la consciencia de los investigadores. Se puede estar de acuerdo con Erwin o discrepar de él, pero lo cierto es que a fecha de hoy todavía no hay ninguna explicación científica de la relación exacta entre la consciencia y el cuerpo.

Profundizando en esa línea, Erwin concluyó que la generalizada sensación de que nuestra consciencia reside de alguna forma en nuestro interior, quizás en el cerebro, solo es un espejismo. Predijo que sería imposible dar con la consciencia investigando la estructura detallada del cerebro porque sencillamente la consciencia era la propia Naturaleza. En vez de espíritus individuales, cada uno asignable a un cuerpo humano (¿y los animales?), lo que existía era una gran consciencia universal, a la cual cada uno de nosotros podíamos acceder en cierto grado. El físico cuántico había llegado por su cuenta a la misma imagen de la realidad que muchos siglos antes habían pergeñado algunos pensadores indios: Atman es Brahman, o sea la consciencia individual solo es una forma de conexión a la consciencia universal, tan real como inmortal. Y los espiritistas no hacíamos, sin saberlo, más que conectarnos con algunos retazos de esa consciencia universal, a la que los místicos accedían directamente. Todo un hallazgo.

JR Medina Precioso

jrmedinaprecioso@gmail.com

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