Dice la segunda ley de la termodinámica que “la cantidad de entropía de un sistema tiende a incrementarse con el tiempo”. Podemos definir la entropía como la cantidad de desorden de un sistema. Es por eso que una de las consecuencias de ese incremento es el caos: el sistema se tornará insostenible.
La palabra entropía deriva del griego, y significa también ‘evolución’ o ‘transformación’. Por tanto podríamos afirmar que aquello que juzgamos como desorden, también puede considerarse de una manera más aséptica como una simple y necesaria transformación. Y la transformación, en realidad, es ser necesaria para que el sistema logre re-equilibrarse a un nivel superior, buscando una nueva armonía entre los distintos micro-estados que lo componen y que varían caóticamente. Microestados… interesante definición si esto lo aplicamos, en sociología, a elementos como las relacione entre naciones, regiones, ayuntamientos, barrios, edificios, y las familias y personas que viven dentro.
Si en una anterior entrega les hablé de un mundo distópico, hoy les pondré un ejemplo de sistema entrópico. Y usaré como ejemplo la situación actual de crisis asociada al coronavirus.
Imagine una familia donde los padres están en conflicto porque, para una o ambas partes, es más fácil perseguir sus intereses y placeres individuales, en lugar de invertir la energía necesaria para alimentar el amor y la convivencia. Imagine a la vecina o vecino de esa familia: un hombre o una mujer soltera, de entre 30 y 40 años, que no es capaz de mantener una relación duradera con otra persona porque es más cómodo vivir soltero/a y quedar con quien se desee por app, según el momento, la conveniencia.
Imagine el edificio donde viven esas personas: hay más perros que niños viviendo en apartamentos, porque sus dueños encuentran más fácil comprar la compañía de un animal, que invertir en una persona con quien crear una familia y tener hijos. Imagine que ese edificio se encuentre en una ciudad donde una gran proporción de mayores vive aparcada en residencias: sus hijos no pueden cuidarles debido al trabajo que desempeñan; o tal vez no les convenga tenerles en casa por el ritmo de vida independiente que prefieren tener.
Una ciudad, donde los niños pasan más tiempo con una maestro/a, una niñera, o un dispositivo móvil, que con sus padres. Donde los padres trabajan en empresas considerando que sus dueños, les explotan y se enriquecen a sus costas, sin tener ellos la valentía de salir de ahí y montar su propio negocio. En un mercado laboral donde la gran mayoría aspira a ser funcionario/a para tener su propia vida personal resuelta, en lugar de crear valor y beneficio social, generando empleo y progreso también para otros.
Imagine todo lo mencionado anteriormente, inmerso en una sociedad donde los políticos regionales alientan a las personas a considerarse diferentes respecto a otras regiones, creando separación en lugar de alianzas: señalando diferencias en lugar de semejanzas; buscando defectos para culpar a lo ajeno, en lugar de virtudes para aprender de ellos. Persiguiendo la autodeterminación en lugar de construir acuerdos para convivir y crecer juntos.
Imagine esa sociedad inmersa en un debate ideológico que enfrenta a mujeres y hombres en lugar de fomentar su capacidad de amarse, comprenderse y complementarse en su diversidad.
Imagine ahora el todo formando parte de un conjunto de sociedades que no confían entre ellas. Y que debido a esa desconfianza, crean un complejo sistema burocrático y administrativo, obsesionado por controlar y regular todo tipo de iniciativa, hasta convertir los mecanismos de gobierno en órganos tan inoperativos que impiden la toma de decisiones rápidas y ágiles. Imagine ahora que una de esas sociedades decida abandonar y marcharse porque considera que en solitario puede prosperar más que en conjunto con las otras: donde las partes son incapaces de renunciar a sus propias posiciones e intereses para lograr un acuerdo común. Y así volvemos al ejemplo inicial de esa familia, y cerramos el círculo.
En efecto acabo de describirles un repetirse constante del mismo patrón a distintos niveles: familiar, comunitario, social, nacional, y continental.
Un patrón que conduce irremediablemente hacia el caos por su insostenibilidad, tal como recita la segunda ley de la termodinámica. Insostenibilidad puesta en evidencia por un elemento tan microscópico como un virus extremadamente contagioso.
¿En qué nivel del infierno el autor humanista Dante Alighieri describió este mundo?
En ninguno. Porque este es el mundo en el que estamos viviendo hoy. Esto es Europa y esto es España: y tal vez sea también la realidad familiar y personal de muchos lectores.
En los meses pasados Europa quedó huérfana Gran Bretaña. Todo ello por la desconfianza entre una y otra parte. Y por la desconfianza latente, entre todos los países continentales, que condujo a lo largo lo últimos treinta años (casi veinte de moneda única), a crear una maquinaria burocrática que no se entiende ni se explica a sí misma. Donde no existe la posibilidad de tomar decisiones rápidas para hacer frente a una pandemia, sin sentirse obligados a tener que regular previamente miles de detalles. Donde, por las mismas razones, en uno de sus países (España) resulta tan difícil tomar medidas centralizadas y aplicarlas en el territorio para salvar vidas, por el miedo a ofender a los ideales autonómicos de algunos. Donde, desde ciertas autonomías se vive el estado de alarma por Coronavirus como opresión. Donde la ayuda de los medios del estado se percibe como una amenaza. Donde, desde ciertos políticos, se incita ideológicamente a contagiar a toda persona que represente al estado. Donde algunos siguen ese consejo: y donde una sola persona se permite contaminar a 8 guardia civiles escupiéndoles a la cara por no considerar legítima su autoridad en el territorio autonómico. Donde la posesión de una segunda vivienda legitima a los habitantes a ciertas zonas confinadas, a saltarse reiteradamente el confinamiento para migrar, durante dos fines de semana seguidos, hacia zonas costeras. Donde muchas familias tienen a los mayores aparcados en focos de contagio como son los centros de tercera edad. Donde padres separados y divorciados hacen uso de su derecho para seguir el régimen de visitas, moviéndose y pasando a los niños de un hogar a otro, incrementando así el riesgo: o donde una madre divorciada recibe la visita del padre de sus hijos, sin tener en cuenta que ambos tienen relación con otras parejas respectivamente, que hace lo mismo con los suyos, alimentando así el riesgo de la cadena de contagios. Donde la gran cantidad de perros en los apartamentos de las ciudades, hace que todavía haya demasiada gente en la calle.
Dos conclusiones: 1. Que tenemos más imbéciles que enfermos; 2. Que no nos extinguiremos por el Coronavirus, sino por ser imbéciles.
No me sorprende que Italia y España sean los países con el mayor número de contagios por Coronavirus, debido a sus estructuras sociales.
Tal vez tengamos que analizar la velocidad de propagación del Covid19 en los países con una mayor proporción de personas con segundas viviendas, divorcios, y perros que habitan en las viviendas de centros urbanos. Desde luego ni China, ni Corea, ni Singapur, ni Hong Kong, los cuatro países que más rápidamente atajaron la crisis, presentan estas características sociales.
Respecto a las culturas asiáticas, nuestra civilización occidental ha llegado a un estado en el que la desconfianza (tanto en uno mismo y como en el otro) se ha extendido universalmente como efecto de la adquisición de valores y hábitos individualistas.
En las últimas décadas, las transformaciones entrópicas de la sociedad han incentivado que la desconfianza entre las personas, pueblos, regiones y naciones se ha contagiado de una manera más virulenta que el mismo Covid19, infectando a la gran mayoría de nosotros.
Ya estábamos enfermos cuando llegó el Coronavirus. Lo único que está sucediendo es que la pandemia actual pone en evidencia todas esas fisuras que nuestra civilización ha dejado por el camino hacia su progreso entrópico.
Por ejemplo, hemos dado por válida una cultura social donde la vida y la salud de las personas tiene menos valor que la libertad individual de un solo sujeto para elegir como quiere ser feliz. Donde una persona se siente más legitimada para actuar de acuerdo a su sentimiento personal, respecto a lo que resulte objetivamente más saludable para todos.
Por todo esto, no sorprende que el sábado 21 de Marzo de 2020 se hiciera público en España, que junto a los casi 25 mil contagios, se sumaban 31 mil multas por realizar desplazamientos indebidos.
Dos conclusiones: 1. Que tenemos más imbéciles que enfermos; 2. Que no nos extinguiremos por el Coronavirus, sino por ser imbéciles.
Hemos dado por bueno que la felicidad es más importante que la vida misma: que la salud misma. Porque nada nos legitima más que nuestro propio libre albedrío.
Nuestra manera de entender el “libre albedrío” es la causa de todo. En nombre del libre albedrío hemos creado una sociedad individualista y fragmentada, y por tanto débil y sin recursos para generar la confianza suficiente, compactarse y coordinarse, y hacer frente a problemas colectivos como la pandemia del Coronavirus.
Lo que está poniendo de rodillas a Europa no es el virus Covid19, sino el virus de la desconfianza entre sus personas y pueblos, partiendo desde la familia, hasta las relaciones entre países. Desde los divorcios, en nombre de la felicidad individual, hasta el Brexit como expresión de la libre autodeterminación de un pueblo, pasando por la descentralización de los estados y regionalismos radicales basados en el adoctrinamiento separatista, así como las reivindicaciones ideológicas de género que, pese a la buena intención de fondo, acaban creando más distancia entre hombres y mujeres, en lugar de educarles en el amor y el respeto a la vida.
Nuestra sociedad es más vulnerable al Covid19 respecto a las orientales, por nuestros hábitos y por nuestras concepciones individualistas basadas en un “libre albedrío absoluto”, radical, y mal concebido. Todo esto incrementa nuestra subjetiva “legitimidad” de salir de casa, movernos y desplazarnos por el motivo que nos plazca. Desde pasear al perro, al ver a los hijos, o hacer 3 o 4 compras en un día. Estos hábitos no solo impiden que Covid19 se contenga, sino que incrementan el riesgo. Los efectos de todo ello en Italia son muy claros: en los últimos tres días pasamos respectivamente a 5 mil, 6 mil, y 7 mil contagios en tan solo 24 horas, y 675, 625 y casi 793 muertos el sábado 21 de Marzo. Es evidente que las personas no siguen las instrucciones de las autoridades y se dejan llevar más por su libre albedrío individual.
Tal vez el Covid19 represente la purga necesaria para desintoxicarnos de ciertos valores que no nos convienen como colectividad, y a la vez la oportunidad de crear finalmente relaciones de mayor confianza, hasta lograr una sociedad más solidaria, comprometida y sostenible.
Roberto Crobu es psicólogo
https://www.youtube.com/user/Optimacoaching.