MURCIA. De nuevo repetimos visita a la ciudad del Lignum Cruces, a la ciudad de pasado templario y protectora de una de las Santas Reliquias de La Pasión de Cristo. Nos referimos a Caravaca de la Cruz, protagonista de esta historia que poco tiene de leyenda y sí de mucha confusión. Según la tradición, la Vera Cruz se apareció en el Castillo-Alcázar de Caravaca el 3 de mayo de 1232 y allí se venera desde el siglo XIII, cuando tuvieron lugar las primeras peregrinaciones que continuarían a lo largo de los siglos. Aunque la reliquia ha tenido algún contratiempo en el último siglo.
Hace muy pocos días se conmemoró uno de los hechos que pasó a la historia al dejar sin aliento a la propia ciudad: el 15 de febrero de 1934, las crónicas de la época hablaban que "Caravaca está de duelo. Una mano criminal y profana ha arrebatado del Sagrario en que se veneraba su joya más preciosa".
Estas líneas se encuentran entre las primeras que se produjeron sobre el robo, una fechoría que, en las siete décadas posteriores, provocaría miles y miles de publicaciones, artículos y cartas. Sin contar el centenar largo de folios del sumario judicial, que sirvió para embrollar más el asunto.
En estas últimas siete décadas se han producido versiones del expolio para todos los gustos. Una de ellas mantiene que se trató de un simple robo, aunque no explica por qué razón los ladrones no se llevaron también la caja de plata, del siglo XIV, que contenía la Cruz. Otros señalan a los herederos de los caballeros templarios o a los masones, teniendo en cuenta la existencia en la época de alguna orden. Y no falta quien señale que la Cruz fue trasladada a México o que fue la propia Iglesia Católica la que retiró la pieza. Incluso señalan la visita del Nuncio del Papa a la ciudad, cincuenta años después del robo, como argumento que refuerza su tesis. Sin olvidar que hasta el mismísimo Papa Ratzinger, cuando era cardenal, tampoco quiso perderse una visita al Santuario.
Según las conclusiones definitivas del sumario judicial referido, la tarde de autos, el ya citado Martes de Carnaval, un grupo de personas conocidas por la mayor parte de la población y cuyos nombres no vienen al caso, se presentaron en el Castillo y en la Sala de Cabildos del Santuario, donde previamente habían pactado reunirse con el capellán Ildefonso Ramírez Alonso.
El sacerdote se presentó ante ellos con la Reliquia en la mano y, ante una fugaz duda del cabecilla del grupo, fue el propio capellán quien le animó a hacerse cargo de Ella, guardándosela uno de ellos en el bolsillo de su pelliza.
El pequeño grupo de hombres en cuestión se llevó la Reliquia por la puerta de su iglesia o la que da acceso al claustro, sin necesidad de romper sagrario ni puerta alguna, y sin tener que escalar y descender después por la muralla norte del edificio.
Tanto la débil cuerda que al día siguiente encontró la Guardia Civil, que ni siquiera llegaba al suelo sino que acababa tres metros por encima de aquel, como el boquete practicado en la Puerta de San Lázaro, como el forzado del Sagrario del altar mayor fueron, como desde el principio se pensó, una pantomima para distraer la atención de la Justicia en el primer momento.
La Reliquia, según las conclusiones del Sumario, quedó en propiedad del caravaqueño Juan Picón, quien aquella misma noche, o al día siguiente, la llevó a Murcia, al domicilio de José Moreno Galvache o al del farmacéutico Luis López Ambit, en cuyo poder permaneció hasta que Juan Antonio Méndez (comerciante de Lorca) la trasladó a Madrid y la depositó en casa de Francisco López de Goicoechea, en la calle Francisco Giner, número 9. En aquel lugar se pierde toda pista, siendo opinión generalizada que fue objeto de profanación posterior y destrucción definitiva en una logia masónica, bien en España o bien en México.
El investigador José Antonio Melgares Guerrero ya adelantó hace unos años que se podían reducir a dos los objetivos del robo. Primero, el espiritual, en un tiempo en que se menospreciaba la fe hasta el extremo de amenazarla. El otro, el material. El estuche de la cruz fue regalado en 1777 por el Duque de Alba. Era de oro y piedras preciosas.
Por último, algunas versiones sostienen que la cruz sigue en España, escondida y a la espera de volver a ocupar el sitio que le corresponde. Siguiendo a Melgares, podemos hablar de varias teorías que podrían explicar el robo, pero nunca su localización: la teoría popular, según la cual nunca hubo tal robo sino más bien una ocultación para proteger la Reliquia de los incendios que se provocaron en la Guerra Civil, fruto del odio a la religión oficial del bando nacional. Esta teoría no se sostiene y se fundamente en el deseo de querer olvidar este suceso, teniendo en cuenta que en 1940 se restituye el Lignum Crucis por el Papa Pío XII gracias a las gestiones del Obispo de la Diócesis de Cartagena de los Santos Díaz y Gomarra.
Por su parte encontramos la teoría judicial, en donde los culpables 'masones', de los que Franco era ferviente enemigo, se encontraban exiliados o encarcelados. Era muy habitual en época franquista que todos los problemas de cierta relevancia fueran achacados a "conspiraciones judeo-masónicas", por lo que no hemos de darle a esta hipótesis mayor importancia que al resto.
Existe una tercera teoría y es la del propio Vaticano, el cual, viendo los desastres de la guerra que se avecinaban, orquestó el robo de la Reliquia para protegerla de una posible quema o desaparición. El hecho de que se le pierda la pista en Madrid es muy llamativo puesto que desde la capital de España al Vaticano hay dos horas de avión, lugar donde este Sagrado Objeto estaría a salvo. A esta hipótesis hay que añadir que se orquesta desde antes de la contienda española poniendo un sacerdote que había sido suspendido a divinis, quien no tendría escrúpulos en coordinar el robo. Del mismo modo se aprovecha el clima de agitación social para llevarlo a cabo y, por último, no se sabe si en el relicario que Ildefonso entrega estaba dentro el trozo de madera.
* Santi García es responsable de 'Rutas Misteriosas' y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural