MURCIA. Burl Yves decía a Paul Newman en La gata sobre el tejado de zinc que "la verdad es dolor, sudor, pagar deudas (...), los sueños malogrados, y el nombre que no aparece en los periódicos hasta que uno se muere". Pero, si bien es cierta esta afirmación, quién no necesita pequeños acontecimientos que complazcan al espíritu para sobrevivir a nuestra realidad diaria; quién no necesita la delicadeza para hacerse fuerte y que no se le endurezca el corazón; quién no necesita tratarse bien y que lo traten bien para lograr el equilibrio; quién no necesita un refugio, un abrazo, una caricia, una patria; quién no necesita la belleza.
Dice Javier Gomá que "las obras más perfectas (…) atraen con el paso del tiempo, a veces no sin vacilaciones iniciales, la admiración de las personas de buen gusto y, después, suscitan la aclamación general de la sociedad, que las recibe como modelos y las integra con orgullo en el glorioso canon patrio".
El éxito incontestable de estas obras, que emanan de unos pocos, nos impregna de dignidad de forma individual cuando, como colectivo, reconocemos su importancia mediante actos llenos de belleza como el que Emmanuel Macron -y por ende los franceses- dedicó a Jean-Paul Belmondo en París tras su fallecimiento, en el que una orquesta interpretaba de forma rotunda la composición Chi Mai del italiano Ennio Morricone al paso del féretro adornado con la bandera de Francia. Sentí que no sólo era un homenaje al trabajo de Belmondo, sino a los franceses, a Occidente, a nuestras costumbres, a nuestro modo de ver la vida, a nuestras obras y, por qué no decirlo, a cada uno de nosotros mismos a título individual. .
Al igual que el posterior homenaje a Joséphine Baker, fue un gran y bello acto de patriotismo capaz de iluminar en cada uno de los franceses una identidad necesaria en un momento en el que no somos plenamente conscientes de la necesidad de la defensa de nuestros derechos y libertades en un mundo globalizado en el que España es frontera. Dicen expertos vinculados al Ministerio de Defensa que, ante una invasión, un porcentaje alarmante de la población española no se defendería al no existir una cultura en esta materia, porque a los partidos políticos no sólo no da votos comunicar esta necesidad de formación -no militar sino en defensa en términos generales- sino que se los quita.
No vemos que la seguridad es un concepto global, como afirma el diplomático Nicolás Pascual de la Parte, y que posibilita la actividad normal del ciudadano cuando, a modo de ejemplo, comercia o viaja, siendo un bien público nacional. Estas libertades habituales nuestras que asumimos en Occidente con la naturalidad de la costumbre, distan mucho de ser algo al uso en otras partes del mundo, de ahí la importancia de ser capaces de identificarlas como algo valioso y de defenderlas, puesto que en algunos lugares del planeta, ni el nombre aparece en los periódicos cuando uno fallece, ni existen los sueños, ni pueden llegar a malograrse, quedando la vida reducida a sudor y a dolor. Todo esto nos lleva a pensar en la necesidad de una Europa más fuerte y cada vez con más políticas comunes ahora que dicen que estamos ante una nueva Guerra Fría y la tensión aumenta tras la posición de Rusia sobre Ucrania. Afirma Josep Piqué, que de la respuesta de Occidente tomará buena nota China respecto a su reivindicación de Taiwán.
Pero, ¿qué se espera de un comportamiento patriótico en el siglo XXI? Desde la responsabilidad individual, lo primero que se me ocurre es no contribuir a la agitación de las masas; lo segundo, estar vigilantes ante las amenazas a nuestro Estado de Derecho que puedan provenir tanto de dentro, como de fuera; lo tercero, no dar pábulo a mercaderes de falsos remedios; lo cuarto, pensar que con nuestro iter laboral, profesional e intelectual, podemos ayudar al bienestar del resto de los españoles en la medida de nuestras posibilidades en un mundo cada vez más competitivo en el que no debemos caminar separados porque cada uno de nosotros somos una pieza importante del engranaje de España.
Pero también hemos de ser conscientes de que un patriotismo sano también se alimenta de la belleza y que ha de ser sutil para que este arraigue en las almas y no sea percibido como algo tosco o banal que, a la postre, despierte un eterno conflicto entre los ciudadanos perdiéndose en batallas estériles. El pasado domingo, coincidiendo con el cumpleaños del Rey Felipe VI, vimos la belleza del esfuerzo, de la elegancia y del patriotismo sutil en Rafa Nadal al ganar su Grand Slam número 21, convirtiéndose así en el mejor tenista de la historia, siendo hoy nuestra bandera un motivo de concordia con un significado profundo basado en lo que nos une.