MURCIA. No le voy a engañar, puestos a elegir me hubiera gustado más sentirme identificada con la Preysler. Esa elegancia innata, esa discreción absoluta, ese tipín tan juvenil aún a pesar de haber parido cinco retoños y acariciar los setenta, esa edad en la que tendemos a atocinarnos... Sin contar cómo ha conseguido hacer un anuncio donde no articula palabra y consigue que su eslogan se haga famoso hasta nuestros días. Desde luego que Isabel nos ha conquistado. Lo de la cara de museo de cera ya no me pone tanto pero… ¡y ese rosario tan cultivado de maridos! ¿Quién no lo quisiera para si?: un cantante internacional, un marqués, un ministro y un Premio Nobel de Literatura. No me digan que así enumerado no impone…lo de ella sí que es un plan de carrera y lo demás son tonterías.
Sin embargo un día cualquiera, estas sentada a la mesa con tu familia y tu hijo bailando la comida. Encima le has hecho plato especial porque no come garbanzos como el resto. Cuando ya no puedes más con tanto plié y revelé, de repente, como si estuvieras poseída por el espíritu de la Esteban, en un ataque de desesperación brota de tu boca esa frase mítica:
- Antoñito ¡comete el pollo! ¡Por Dios! ¡Cómete el pollo!
Es en ese momento, como si de una epifanía se tratara, cuando comprendes que hay más cosas que te acercan a la de San Blas que a la de Filipinas… ¿Y QUÉ HAGO? ¿ME MATO?... Pues no claro, no te matas, reflexionas y te percatas de la Belén Esteban que llevas dentro. Es lo que tenemos las de barrio, cuando nos sale la vena chunga nos cuesta controlarnos…Sobre todo si nos tocan a nuestros hijos, porque nosotros pensaremos que son Chuky el muñeco diabólico, pero que nadie se atreva a hablar de ellos que ya se sabe…por mis hijos ¡MA-TO!
Otro momento mío muy de la Esteban es en Abril, cuando hago la declaración de la renta, todos los compañeros congratulándose de lo bien que funcionan las devoluciones de Hacienda:
- Pues yo hice la declaración ayer y me han devuelto hoy ¡Ja, ja, ja! ¡Esto parece Amazon! ¡Ja,ja,ja!
Y tú como la Pantoja… pasa la primavera, pasa el verano se va el otoño y sin ver un céntimo, que ya no sabes si irte a la Gran Vía a decirles ¡PA-GA-ME! o prefieres dejarlo estar no vaya a ser que descubran que te desgravas la casa de tu abuela como primera residencia.
Lo cierto es que a mí me encanta la Belén de ahora, se ha ganado a pulso el título de Princesa del pueblo. Me siento identificada con ella porque recoge la esencia de la calle, nuestro yo más auténtico y primitivo con sus virtudes y sus defectos, sin complejos, por eso genera a partes iguales tanta admiración como repulsión. Admiración por haber llegado donde está. Ninguna despechada de barrio antes había aguantado en la televisión veinte años, ni había hecho cameos en películas, ni ha cantado con Rosalía… ¿o acaso usted lo ha hecho? ¡PREGUNTO! La crítica y la repulsión es por el rechazo que nos provoca observar en otros los defectos propios. Está claro que caer en la cuenta de que estamos más cerca de un objeto de loza alfarera que de una delicada pieza de porcelana oriental no es plato de buen gusto para nadie, pero es lo que tiene darse de bruces con la realidad. Todo tiene su encanto, simplemente hay que ser auténtico como es ella y no intentar aparentar ser lo que no somos.
Así que desde mi yo más belenista no puedo más que despedirme hoy con un… ¡Hasta luego, Mari Carmen!
Gracias por su lectura.