CARTAGENA. Los partidos comunistas solían tener, en su etapa épica, una sección dedicada a la agitación y propaganda, resumida en la jerga de los iniciados como agitprop, contracción similar a la de diamat para el materialismo dialectico e histomat para el materialismo histórico. Los militantes encargados de esa tarea tenían claro que lo suyo no era informar, ni comentar, sino hacer propaganda de sus ideas. Basándose en esa venerable tradición, los propagandistas de izquierdas han alcanzado cotas de excelencia difícilmente superables. ¿Quién puede competir con un Sánchez afirmando "la inflación es responsabilidad exclusiva de Putin" y adoptando un tono de honestidad injustamente ofendida cuando la oposición le recordó que ya era del 7% antes de que los rusos invadiesen Ucrania? Insuperable, y más con el apoyo de una Adriana Lastra apostillando que el "el PP es indigno y desleal" y un golpista Rufián quejándose cariacontecido con un "echo de menos una derecha civilizada y dialogante y no esta banda de salvajes". Y todo porque los indignos y desleales salvajes, que no respetaban a nadie, se habían atrevido a enseñar a la gente una gráfica con la cronología del índice de precios del consumo, que empezó a empinarse, cual novio nuevo, antes del pasado verano, ante lo que los dos principales sindicatos se mostraron muy preocupados porque los tribunales estaban dificultando la inmersión lingüística en Cataluña. ¿Qué fue de la viejecita que padecía pobreza energética por "la crueldad de Rajoy"? Ni Paco Lobatón sería capaz de encontrarla ahora que gobiernan los que la encumbraron.
"Tan lesivo es que los gobiernos se dediquen a engañar como que los partidos renuncien a divulgar sus ideales y criticar los de sus adversarios"
Ante esa magnificente capacidad propagandista, los peperos y algunos de sus aliados han desarrollado una política de comunicación verdaderamente ineficaz. Y su primer error ha sido no comprender que si los gobiernos, tanto el español como los regionales, tienen la obligación de informar, los partidos deben dedicarse a la propaganda. Tan lesivo para la democracia es que los gobiernos se dediquen a engañar como que los partidos renuncien a divulgar sus ideales y criticar los de sus adversarios. Los gobiernos deben utilizar periodistas en sus gabinetes de comunicación; los partidos deben poner a propagandistas, de la calidad de un Pablo Iglesias si fuese posible, a la hora de exponer sus criterios.
Con ánimo didáctico, el Aparecido se propone en este Pasico introducir tres nociones básicas de la propaganda política, con la vanidosa esperanza de que los sucesores de Montesinos las lean. ¿De dónde aprender los fundamentos del agitprop? Naturalmente de los auténticos maestros en esa especialidad: los agitadores de izquierda y sus medios de comunicación. En ese sentido, ninguna fuente es más provechosa que El País y la cadena sexta de televisión. Recordemos como ese periódico dedicó más de cien portadas a los trajes de Camps, valorados como máximo en 20.000 euros, mientras que apenas dedicó cinco portadas a los ERE de Chaves y Griñán, por un importe de unos 687 millones de euros. ¿Se dan cuenta? En este aspecto, la Sexta nos brindó el sábado pasado una lección magistral de agitprop: el diálogo nocturno entre dos notables mujeres.
"hay que hablar de la paja en el ojo ajeno; nunca de la viga en el propio"
Primera lección que hay aprender: en contra de lo que pueda parecer, lo más importante de la propaganda no es lo que se dice. Eso solo viene en tercer lugar. En efecto, dar argumentos a favor o en contra de determinada cuestión es mucho menos importante que la cuestión elegida sobre la que opinar. El que impone el tema a analizar ya ha ganado más de la mitad de la batalla. Da lo mismo que después se aporten pruebas favorables a las tesis de tus adversarios; si tú eliges el tema, ya llevas una ventaja casi insuperable. ¿Y qué tema eligieron los propagandistas de la Sexta? En efecto, el contrato del hermano de Ayuso. Batalla ganada de antemano. Si, por ejemplo, hubiesen escogido debatir del caso Invercaria habrían perdido de entrada. ¿Qué es eso? Una sociedad de capital riesgo montada por el gobierno socialista andaluz que ha dado origen a más de treinta causas penales por malversación de más de 20 millones de euros. Naturalmente, tantos millones de euros son una nadería frente a los 300.00 euros de Tomás Ayuso. Una trivialidad indigna de la atención de las noctívagas damas. Así pues, primera conclusión: lo primero y principal es elegir el tema a debatir. Un buen propagandista siempre se decantará por un tema que ponga a su adversario a la defensiva; nunca uno en el que su protegido tenga que dar excusas o explicaciones. En suma, hay que hablar de la paja en el ojo ajeno; nunca de la viga en el propio.
Segundo punto. ¿Qué interlocutoras eligieron los propagandistas de la Sexta? La abogada Cristina Almeida y su vecina y amiga la juez Manuela Carmena, sendas damas de acreditada tradición izquierdista. Había que amarrar. Aun habiendo elegido el caso Ayuso, no se podía correr ningún riesgo, encomendado el debate a Soledad Becerril y Fátima Báñez, por poner un ejemplo. Así pues, tras el tema vienen los portavoces. Si se quiere dar cierta impresión de pluralidad se puede incluir algún portavoz disidente, pero en eso caso con dos cautelas: el moderador, si lo hay, debe obstaculizar en la medida de lo posible la expresión del disidente y, muy importante, el último turno de palabra debe consumirlo un afín, de modo que no quepa contestación alguna.
Y solo en tercer lugar vienen los argumentos. Una vez establecido el tema y los ponentes, las explicaciones suelen tener menos importancias. Y aun así nunca cabe descartar que nuestros campeones se equivoquen, posibilidad ante la cual hay que estar pendientes para popularizar solo las partes de sus discursos y ocultar las inconvenientes. Justo eso pasó en el dialogo ente Cristina y Manuela. La cosa empezó bien: la conducta del PP ante el caso Ayuso era equiparable, convinieron ambas, a la ley del silencio, la omertá, que impera en la mafia. Ahora los indignos y desleales salvajes eran directamente mafiosos, todo un ejemplo de respeto al adversario que estos peperos son incapaces de practicar. ¿No había otros posibles ejemplos de omertá? ¿Acaso la negativa de los gobernantes valencianos a investigar el desprestigio de la menor abusada por el exmarido de la vicepresidente Oltra? No. ¿Y la negativa de los gobernantes baleares a elucidar la trama de prostitución de las menores tuteladas? Tampoco. ¿Y el intento a cargo de IU y Reunirse de que el Parlamento Europeo no investigue las conexiones de los separatistas de Puigdemont con los invasores rusos? No, mujer no. ¿Y el silencio de los presos etarras que van siendo liberados sin confesar quiénes fueron los autores e inductores de los más de 300 asesinatos pendientes de solución penal? ¡Quita ya! Aquí lo único que importa es el caso Ayuso.
La cosa iba saliendo a la perfección: dos famosas damas de izquierdas habían concluido, tras un reposado análisis del caso Ayuso, que los peperos eran unos mafiosos. De matrícula. Y entonces ocurrió la catástrofe: ante el hecho incontrovertible de que ese caso está en manos del fiscal anticorrupción, circunstancia muy prometedora en opinión de la médica izquierdista Mónica García, a la jueza Carmena le dio por lamentar que "los jueces se ven obligados a manejar el concepto jurídico de presunción de inocencia" y, todavía peor, "en los procesos penales eso de las pruebas es decisivo". ¡Pardiez! Así no hay modo: si en la vida política vamos a tener que respetar la presunción de inocencia, ese puritano tecnicismo jurídico, y esperar a que haya pruebas de los delitos, la máquina de agitprop va a griparse. Esa máquina solo funciona si imponemos que el criticado tenga que demostrar su inocencia y, aun así, aceptar que las sospechas siempre pesarán más que las pruebas. Como dice el juez Bosch, hay que asumir que existen conductas corruptas no delictivas.
En suma, lo importante es lo que mis propagandistas digan. Busquen los paseantes en los distintos medios favorables a los gobernantes comentarios de esa fase del diálogo entre las dos mujeres. No los encontrarán. El caso Ayuso, sí; la omertá pepera, también; la intervención del fiscal Anticorrupción, desde luego; ahora bien, que Almeida y Carmena, una abogada y una jueza, se quejen de que la presunción de inocencia y la exigencia de pruebas pueden arruinar nuestra propaganda, eso hay que ocultarlo a toda costa. Igual que hay que ocultar la estupefacción de Cristina cuando una crecida Carmena propuso, como forma de mejorar la democracia, que los ciudadanos puedan afiliarse a dos partidos distintos a la vez. ¿Y por qué no a cinco? Así siempre ganarán los nuestros, como quería Pío Cabanillas.
JR Medina Precioso