MURCIA. Juan Cruz vuelve a ponerse frente al reto de explorar su dimensión literaria. Lo hace con Mil doscientos pasos (Alfaguara), una colección de recuerdos inspirados por la infancia del propio autor en el Tenerife de la postguerra. Un ejercicio de melancolía, que se ubica en ese espectro tan complicado de la memoria, la nostalgia, y cómo las historias personales pueden explicar (o mejor dicho, se preguntan hasta dónde) un relato de país. El escritor atiende a las preguntas de Plaza.
- Siempre que hablamos de la memoria, sobre todo una memoria vinculada con el autor, hace que la lectura sea diferente según la generación de cada persona que lo lea. Supongo que a mí no me dirá lo mismo que a un coetáneo tuyo. ¿Cómo controlar y armonizar la narración teniendo en cuenta esa diferencia?
- Yo lo leería pensando que te pasó a ti o alguien cercano. No recuerdo que edad tendría yo cuando leí El extranjero de Camus; sé más o menos qué edad tenía cuando leí El gran Gatsby, o 100 años de soledad. Todos esos libros, en ese momento, estaban escritos por mí. Todo lo que uno escribe lo ha escrito otro o ha sido leído como si lo hubiera escrito uno mismo.
- Pero a lo mejor el contexto de una España tan concreta a la que te refieres contiene tantos fantasmas que tiene diferentes capas de lecturas según la cercanía a esos espectros.
- Yo creo que este libro está escrito por los chicos del barrio. Cualquiera de ellos, si se hubiera puesto a escribir, hubiera hecho capítulos distintos, o se habría fijado en cosas distintas. El ritmo está obligado también por la sintaxis del autor, pero todos aquellos chicos tuvieron experiencias como la mía. Y yo me siento deudor de sus experiencias, yo les he copiado. Mi vida, con todas esas experiencias colectivas, ha pasado luego por un turmix. Y este es mi resultado. Otros lo hubieran escrito distinto, pero la base es el barrio.
- Es un relato muy sombrío, ¿el contexto social y político que estaba viviendo España en ese momento ensombrece la propia memoria personal o son precisamente los recuerdos de cada uno los que ponen luz al contexto?
- Espero haberle dado luz a ese territorio, que como otros de España, sufrieron mucho durante el franquismo. El régimen franquista no era solo lo que había en el Pardo. Tampoco era solo la policía, tampoco era solo la maldad. Los propios chicos eran como la policía o como la maldad, porque todo se pega. En esa historia, todos estaban viviendo la consecuencia de aquel desastre; pero nosotros no sabíamos nada, solo interpretábamos una película hecha por otros.
- Echando la vista atrás, qué ensombrecida estaba España por eso mismo que reflejas y cuánto de la rutina de entonces estaba determinado por la dictadura.
- Lo lamentable es que, 80 años después, aún haya nostálgicos de ese periodo que pretendan reconstruir una sociedad parecida con el pretexto de que entonces vivíamos mejor. Y no vivíamos mejor, vivíamos mucho peor.
- Hay un debate encendidísimo sobre el discurso de la nostalgia en la literatura, y parece que hay que reafirmar que sí, que cualquier tiempo pasado fue peor.
- La maldad es algo que no caduca y se manifiesta en una época de una forma, y en otra época de otra. Siempre está volviendo, como un fenómeno que forma parte de nuestro modo de ser. España es un país, pero también es un modo de ser. En España hubo una guerra civil, y ahora probablemente no la habría, pero el desprecio que hay a quienes piensan diferente es idéntico al que hubo en aquella época contra los que pensaban diferente.
- ¿Por eso esquivas la nostalgia y abrazas la melancolía en este libro?
- La melancolía es más personal, más bella. La melancolía te salva y te da argumentos poéticos para seguir viviendo.
- El libro, más que una historia novelada, parece un álbum de recuerdos que ocupan tonos y tiempos diferentes en la narración. ¿Cómo lo has escrito?
- Yo escribía todos los días y luego vino una editora magnífica que lo fue unificando todo. Escribía lo que me venía a la cabeza, sin tener en mente que estaba haciendo una novela. El libro se hizo posible luego gracias a que mi editora la fue reajustando. Si ella no hubiera estado probablemente aquí hubiera habido un poema.
- ¿Qué esperas provocar al lector con esta narración tan poética?
- Música, la música de escribir. A mí no me interesa tanto el ruido de los libros, las luchas y las guerras, a mí gusta la música de los libros. Escribo como si estuviera escuchando una música.
- ¿De qué es consecuencia la maldad?
- La maldad de entonces era la consecuencia directa de la guerra y de la ignorancia. Nosotros teníamos miedo. Y el miedo convoca la maldad. Si alguien sabe o percibe que tú estás triste y es malvado, te entristece más. La maldad es un una fruta podrida que se pone entre las frutas de la que tú puedes disfrutar para que tú te mueras de asco. La maldad es algo que se aproxima al asesinato.
- Todos los periodistas culturales conocemos tu nombre y tu trayectoria. Ahora que estás en el otro lado, en el del entrevistado, supongo que verás las cosas con algo más de perspectiva, ¿en qué punto está el periodismo cultural?
- Yo creo que estamos pasando por un bache. Las redes sociales y la combinación de géneros ha puesto a un lado la esencia de lo que llamaríamos la esencia del periodismo cultural, que es saber qué están haciendo los artistas. Eso es lo que estamos descuidando: ahora no vamos a sus estudios, no les preguntamos por sus fuentes de inspiración. Estamos más observando máquinas que artistas, ese es el problema actual del periodismo cultural.
- Pero, por otra parte y como ejemplo, también son tiempos en los que una novela puede ser trending topic y generar más conversación que nunca.
- Yo desconfío del trending topic, es pan para hoy y hambre para mañana.