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Javier Gallego: "Uno es joven cuando se siente inmortal"

El director de 'Carne Cruda' debuta en la novela con la historia de un grupo de amigos que se desgaja a las puertas del 15M

15/04/2024 - 

MURCIA. Cuando todo cambio, un 15 de mayo de 2011, Javier Gallego trasladó el altavoz de Carne Cruda, entonces un humilde programa de Radio 3, a la plaza del Sol de Madrid. Lo improbable se estaba haciendo posible. Una década después, la pregunta de cuánto de eso se ha desvanecido y cuánto ayudó a transformar el país se hace en voz baja. Pero Gallego ya tiene una ventana para la política diaria. Ahora ha abierto otra con la publicación de su primera novela, La caída del imperio (Random House, 2024), que sigue el fin de semana de un grupo de amigos que se desgaja en el final de su juventud, a las puertas del 15M.

- El origen del libro está en el momento en el que te das cuenta de que, en diez años, tu juventud se había esfumado. Hay un momento en el libro en el que Juan dice que nadie entiende la juventud hasta que se acaba. ¿Haces esa frase también tuya?

- Esa frase es muy mía. El paso del tiempo, es el que te da la conciencia de lo que significa la juventud, el imperio de la juventud, de lo grandioso que uno es cuando es joven. Claro, la inconsciencia forma parte de esa grandiosidad. Uno es joven precisamente porque se siente inmortal: aunque no lo piensa explícitamente, actúa como pensara que no va a morir nunca, que tiene un poder infinito. Es cuando uno está empezando a perder ese poder, cuando uno empieza a sentirse mortal, cuando se da cuenta de que la juventud era eso. Y es cuando ya es tarde para vivirla, cuando te das cuenta de ello.  Pero también, por otro lado, pienso que la juventud no se puede vivir si no es desde la inconsciencia, porque esa inconsciencia es la que te hace inmortal. 

- En este viaje a la juventud no hay ni idealización ni reproches.

- Porque hablo desde la experiencia y hablo de épocas, sentimientos y emociones que me son muy cercanas. Yo sigo viviendo, además, en los ambientes que retrato y trato de mantener la juventud —si no ya en la carne, sí en el espíritu. Creo que la juventud, en todo su esplendor y en toda su crisis, es un momento fascinante de la vida de un ser humano, porque se da esa pulsión entre lo absoluto y el choque con la realidad, que es evidentemente limitada. 

Yo quería retratar en la novela precisamente esa pulsión, el primer momento de conciencia de “se está acabando la fiesta, van a encender las luces, bailemos hasta morir”. 

- Conocemos al grupo de amigos a través de Darío en una noche en la que parece que todo va relativamente bien. ¿Es solo un espejismo para que el abismo posterior, por contraste, sea mayor?

- Yo quería que fuera el lector fuera entrando a través de los ojos de otro lector, es decir, de un personaje externo que se acopla a este grupo de amigos. Al principio es verdad que es esa especie de celebración bacanal, de hecho la primera parte se llama El Imperio Romano porque no deja de ser ese momento de lujuria, de expansión. Luego, poco a poco van apareciendo los dramas y las inquietudes que tienen estos personajes y entonces se produce ese choque donde aparecen los oscuros y los claroscuros que hay entre toda esa luz. 

- Entonces, los primeros momento de luz, ¿son mentira? 

- Como cualquier lector en una novela, el camino es desde la superficie a la profundidad. Primero tocas la piel y luego, con el escalpelo, la abres y te introduces en las venas y la carne de esos personajes. Lo otro no es un espejismo, aunque vivimos a veces dentro de espejismos. La superficie puede parecer brillante, y ya detrás hay oscuridades y negruras.

También los personajes, en parte, se evaden de esa oscuridad a través de otra oscuridad, que es la de la fiesta, la de la noche. La novela también es una reivindicación de eso, de lo que ocurre cuando las luces se apagan, de la libertad y la desinhibición, de la conexión con nosotros mismos y con los demás. Muchas veces vivimos menos de día de lo que vivimos de noche.

Los personajes de la novela huyen del tedio de la rutina. Hay una especie de peterpunkismo de los personajes que no quieren entrar en el carril, ni seguir el modelo. Y la dificultad que tienen es seguir viviendo como imaginan en un mundo tan precario e inestable.

- No solo te complicas haciendo una historia coral, sino que además la haces polifónica. ¿Cómo ha sido enfrentarte a esto como escritor? 

- Ese ha sido el mayor reto de la novela. Eso creo que es lo que ha hecho que la novela se haya extendido tanto en el tiempo de escritura. Yo tomé la decisión, creo acertada, desde el inicio, de que los ocho personajes hablaran en primera persona. Cada uno tenía que contar su historia.

La siguiente dificultad fue cuando encontré el estilo, que apareció a lo largo de las primeras páginas, cuando me di cuenta de que la noche y la fiesta son transgresión de normas; y si yo quería contar esa experiencia, con su caos, su confusión y su adrenalina, tenía que contarlo con un estilo coherente a eso. Había que romper las normas convencionales de lo que sería una novela de día para contar una novela de noche. Yo quería que fuera lo que ahora se llama experiencia inmersiva. Y eso solo se puede conseguir a través del cómo. 

Creo que además hay un esfuerzo estilístico por ser poético, por escribir con mucha precisión. Y he hecho todo lo contrario de lo que me dijo mi editor de poesía, que me recomendó hacer una primera novela muy corta y sencilla. 

- Te quería preguntar por dos elementos que me parecen muy interesantes de la novela. El primero, que también afecta a lo formal, son las drogas. Háblame de la naturalización de las drogas en la narrativa y de cómo, al hablar en primera persona, la narración de cada personaje también se adaptaba a los efectos de cada una de ellas. 

- El cómo cuenta el qué en toda la novela, como te decía. Y especialmente con las sustancias, era una manera de generar esa sensación. Las drogas juegan un papel fundamental porque creo que, desde ya muchas generaciones, las drogas están en los ambientes nocturnos. No se han inventado ahora. Los músicos de jazz probaban la heroína, el opio, la marihuana… La cocaína ha estado desde hace mucho tiempo entre nosotros, y son formas de evasión de la realidad, son paraísos artificiales. Son formas de escapar del control, aunque pueden acabar controlándote, si abusas de ellas.

Aquí no hay una exaltación, ni una censura a las drogas. Las drogas (las permitidas y las ilegales) están ahí. Somos adultos, y cada uno tiene que tomar la decisión de qué quiere hacer con ellas. Estos personajes buscan una forma de evadirse, pero también las utilizan para conectar consigo mismos y con sus propias emociones. 

- El otro elemento es la religión, que está muy presente. Desde el nombre de Caín, hasta Salva vestido de cura, pero también hay muchas referencias más sutiles, todo el rato. 

- Esto tiene que ver mucho con mi pasado, con mi biografía. Yo fui una persona muy creyente de niño y adolescente. Tuve incluso un momento de tremenda vocación religiosa que luego acabó en un descreimiento y un momento de vacío cuando desapareció. Es la educación que he recibido, aunque no especialmente en mi casa. A otros les daba por Jim Morrison y las estrellas del rock, y a mí me dio por Jesucristo, que es otra estrella del rock. Yo tuve un momento muy místico en la adolescencia, hasta los 16 años, y creo que eso está en mí. 

Además, me parece que es muy rica toda la imaginería y la narración del cristianismo. Es una historia apasionante y vivimos en una cultura judio-cristiana que la tenemos metida en la sangre. Las referencias no han sido nada conscientes. De hecho, creo que ahí el inconsciente se ha revelado.

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