MURCIA .Decía (e incluso escribía) Galdós que España, a veces, era una "majaderópolis". Siglo y cuarto después, yo no me atrevería a tamaña afirmación. A lo sumo, sostendría (y sostengo) que nuestra ‘macro-urbe’ nacional continúa acaparando muchos méritos para que se la considere una auténtica ‘colmópolis’, la sempiterna ciudad/nación del colmo. Especialmente del colmo de la paciencia.
Paciencia cristiana, como de la que hacen gala, los más necesitados que recurren al clavo ardiendo del Ingreso Mínimo Vital en días tan aciagos y desesperantes, anhelando hallar una vía de alivio a sus muchos problemas. Sin embargo, han de encontrarse con dificultades, a veces insalvables.
No sé quién ha pergeñado el sistema de acceso a esta ayuda tan necesaria; pero sea quien fuere, hoy el conseguirla implica recorrer un laberinto digno de Ariadna, aunque no haya minotauros al acecho. Mas otras temibles amenazas sí que se esconden en tan perverso sistema. Los inventores del IMV deben de dar por sentado que todo aquel que vive con lo puesto en la puñetera calle goza de una alta competencia informática, y dispone de ordenador, tablet o móvil de última generación. Amén de su certificado digital o, al menos, de la llamada cl@ve permanente.
Por supuesto, también se puede optar por una visita presencial. No lo intenten; disipen tal tentación, tendrían que pasar inexorablemente por el infierno de la cita; el teléfono o la Sede Electrónica de la Seguridad Social, uno de los dos (o ambos), le pueden partir el corazón al españolito que guarda Dios. Porque conseguir cita previa en las oficinas de la Seguridad Social de las principales ciudades de esta España trágica resulta un imposible. No hay fechas disponibles, ni siquiera justificaciones, ni la más mínima explicación.
Según los sindicatos, no se puede lograr una simple cita prácticamente en ninguna de nuestras capitales. El colapso en la tramitación y la atención presencial es un lamentabilísimo hecho, ya consumado, al que nadie sabe dar respuesta. En este sentido, Comisiones Obreras ha informado que sólo en el último mes se han contabilizado 600.000 llamadas a la Seguridad Social que no fueron atendidas. Apenas 85.000 personas consiguieron que les respondieran o respondiesen. Afortunadas ellas.
Aun así, el Ministerio del ramo asegura que, en poco más de un mes, se han recibido cerca de 600.000 solicitudes del IMV, de las que probablemente la mitad sean rechazadas por no cumplir los requisitos. De momento, desde finales de junio, 74 mil hogares españoles ya se benefician de esta prestación.
Los progenitores del IMV pretenden que toda la tramitación del Mínimo Ingreso se realice online preferentemente. Loable propósito en tiempos de virus y bacterias, que se topa de bruces con la realidad. Por desgracia, la mayoría de sus hipotéticos beneficiarios carece tanto de las oportunas certificaciones digitales como de la necesaria capacitación informática, que permiten solicitar la prestación a través de la web con absoluta seguridad.
En consecuencia, una legión de solicitantes suspira por una cita presencial en la oficina más próxima de la Social Seguridad, para poder aclarar sus dudas y presentar, al fin, su minúscula candidatura al Oscar a la pobreza. Se va en busca de ayuda; pero no se sabe bien dónde se mete uno, ni lo que le aguarda: sin cita previa, no hay paraíso para nadie.
En teoría, pedir cita para el IMV es sumamente fácil: hay una web y un teléfono para ello. La página https://imv.seg-social.es/ , tras una media hora de ansiosa búsqueda, le derivará al aguerrido explorador a otra dirección, https://w6.seg-social.es/ , que pronto le sorprenderá al constatar que está siempre saturada, y de la que sólo obtiene pertinaces negativas. A su vez, el teléfono (que es de pago compartido, un 901 enigmático), deja al usuario en espera durante inquietantes minutos, con el coste que le supone sin que le lleguen a atender siquiera. No es extraño que bastantes claudiquen ante el temor de una factura telefónica minotáurica. Los que perseveren, y soporten la espera y el coste de la llamada, tendrán que hacerse entender con un contestador automático, que no siempre atiende a razones.
Dado este panorama de desespero telefónico, se reincide una y otra vez en la web, aunque únicamente se logra, tras denodados intentos, una lacónica respuesta: “Lo sentimos, no existe disponibilidad en los próximos días para el servicio solicitado. Si lo desea, puede intentar de nuevo su búsqueda volviendo a la pantalla anterior y eligiendo otra ubicación”. Pasan las horas, pasan los días, y corren los plazos. No por nada, este servicio tan seguro y social ostenta el eufónico nombre de GESTIÓN DE ESPERAS Y CITA PREVIA.
De lo primero no cabe duda alguna; esperar, se espera… y tanto…; en muchos casos, no se llega ni a solicitar la cita. Un “vuelva usted mañana” telemático, con el que hubiera gozado altamente la acerba pluma de Larra.
Como la cita presencial resulta casi utópica, no queda otra solución que claudicar y buscarse a alguien dotado de un equipo informático más o menos actualizado, que sea capaz de gestionar la operación eficazmente, adjuntando todos los documentos sin en el más mínimo error. Al no haber posibilidad alguna de preguntarle oralmente a nadie nada, las probabilidades de equivocarse aumentan de manera exponencial. Sin remedio, estamos abocados a caer en la red de redes y sus insondables misterios.
No obstante, algún funcionario sagaz me puede rebatir con la fuerza de un simple argumento: existe la alternativa de mandar la documentación por correo ordinario. Aun así, obviamente antes hay que descargarse el voluminoso modelo de solicitud y después tener muy claro cómo cumplimentarlo. Las dudas surgen por doquier (la web no disipa todas las incógnitas que pueden suscitarse de su lectura).
En suma, por cualquiera de estos caminos (presencial, telemático o postal), una vez remitida la solicitud, hay que volver a confiar en la divina providencia. Y la divina providencia institucional siempre responde (al menos es su obligación); aunque a menudo no en el sentido deseado. Mas indefectiblemente habrá que sufrir una tensa espera, que se suma a las ya padecidas con cristiana resignación.
Y España no puede esperar. Como señala la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en su informe 'El paisaje del abandono', la pobreza severa en nuestro país no ha hecho sino incrementarse en el último decenio: 800.000 personas más que en 2008. Son casi cuatro millones y medio de españoles que subsisten al año con 5.914 euros (en los hogares monoparentales) o con 12.419 euros, en aquellos habitados por dos adultos.
De esta aciaga suerte, si tantos compatriotas que lo necesitan se quedaran desamparados sin el IMV (por desconocimiento, por un simple error o sencillamente por no haberlo podido solicitar), supondría el más funesto fracaso de esta España negra, que creíamos ya blanca. Una inmensa derrota colectiva inadmisible.
A este periodista sin brazos, le sigue corroyendo por dentro una pregunta tan ingenua que me avergüenzo al formularla: ¿por qué no se ponen los medios antes de que volvamos a llegar tarde?; no sólo técnicos, sino especialmente humanos. ¿O acaso estamos condenados a ser siempre los invariables ciudadanos de una ‘colmópolis’ anclada en su inconsciencia?
Hipólito Martínez es periodista