La publicación de sus cuentos casi perdidos a cargo de los sellos Imbunche y Cathartes acerca a los lectores el enorme talento de esta escritora de lo fantástico y lo insólito
MURCIA. Es un juego sencillo pero revelador, un scattergories mental que nos habla de lo que ha quedado fuera de foco, de lo que ha permanecido en los márgenes y de lo cual por tanto no tenemos constancia: nombra tus tres referencias literarias, pongamos, en el terreno de la ciencia ficción: ¿cuántas de ellas son mujeres? A estas alturas de la película humana tenemos bastante claro de que el éxito depende en gran medida de la casilla de salida, y que los altavoces más grandes son los más caros, esto es, los que pocos pueden permitirse. Además de eso, históricamente ha habido quien ha tenido la mano perdedora antes incluso de que se repartiesen las cartas, o a quien directamente no se le ha permitido jugar. Las reglas nunca han sido iguales para todo el mundo. Por eso, cuando echamos la vista atrás, los nombres que nos vienen a la cabeza suelen ser mayoritariamente los de hombres blancos. Esto, por suerte, está cambiando. No obstante, a veces la militancia nos lleva a engaño, y creemos que lo que sucede en un pequeño círculo es un fenómeno generalizado: aunque, por ejemplo, se publican muchas más mujeres que antaño, el camino recorrido en desigualdad ha sido muy largo, y llevará años corregir el rumbo, y a pesar de eso, será mucho lo que se habrá perdido. Otro engaño es creer que todo está en internet, y en absoluto. Bibliotecas y librerías siguen albergando incontables historias que no han saltado fuera del papel, algunas de ellas muy desconocidas, y que si nadie lo remedia, durarán tanto como resista la página el paso del tiempo. No, todo no está en internet. Ni siquiera todo lo nuevo. La cultura fanzinera es un buen ejemplo. También las ediciones más artesanales, o las más marginales (las que habitan los márgenes).
Se puede descubrir mucho saltando de página en página hipertextual, y también husmeando en modo deriva en librerías con fondo de segunda mano. Hasta ellas llegan ejemplares descatalogadísimos, últimos supervivientes de tiradas mínimas. En las profundidades de Todos contentos y yo también se escondía un libro con un ajolote rojizo en la portada: solo más tarde, cámara mediante, se manifestaría la figura femenina y atlante que le da la mano. El título resultaba de así así sugerente como para no dedicarle una mirada: Ficciones de la Quinta Era Glacial y otros relatos insólitos. La autora, Ilda Cádiz. A juzgar por la edición, muy actual, la primera impresión es que se tratará de la obra de una escritora novel. La contraportada, sin embargo, nos sacará rápido del error: nacida en Talcahuano en 1911 y fallecida en el 2000, la chilena Ilda Cádiz fue una autora del siglo pasado a la que esta edición de Imbunche Ediciones y Catharte Ediciones de 2021 trata de hacer justicia: en ella se incluyen las historias de sus dos colecciones de relatos La tierra dormida, cuentos de anticipación y fantasía (1969) y La casa junto al mar y otros cuentos (1984), leídas las cuales cuesta creer que sepamos tan poco de esta autora fascinante: humanos atraídos por el mar en transformación hacia lo pisciforme, seres confinados bajo la superficie de su planetoide que suelan con atrapar los restos de una desaparecida Tierra, un extraño accidente que ocurra una verdad inquietante, réplicas sintéticas capaces de hacer revivir el amor olvidado, desapariciones históricas, naves estelares que se manejan con la mente, experimentos genéticos fallidos, dobles borgianos del planeta, viajes astrales en el tiempo muy atrás y muy adelante en la cuarta dimensión, horrendos crímenes espaciales, corazones que estallan por una promesa, la memoria de un romance ancestral que sobrevive a los milenios, y las fascinantes ficciones de esa quinta glaciación que conocemos al abrigo de curvas y túneles en los Andes, y que sume a la humanidad en un sueño de veinte generaciones; un enorme mérito literario de la autora, que se anticipó en varias décadas al terror climático actual:
“Don Lucho, aferrado al riel de la puerta, sin poder cerrar los párpados en su terror, pudo ver cómo el cielo parecía romperse en bloques de hielo. Eran nubes enteras que caían como planchas sobre la ciudad y los campos, introduciéndose en los huecos, tumbando edificios y antenas, unas sobre otras en cascadas que no tenían fin. A los gritos y lamentos en el interior de la caverna se sumaba el estrépito de los bloques despeñándose por la montaña y quebrándose en mil pedazos y, más sordo, el chocar de las masas heladas sobre la ciudad. Santiago, la luminosa y vivaracha Santiago, yacía bajo decenas de metros de hielo. Y como Santiago, al mismo tiempo debían estarlo Valparaíso, la orgullosa Talca, los villorrios del desierto norteño, las grandes pampas argentinas, los ricos cafetales de Colombia, los pozos petroleros de la Comunidad del Norte, los centros abigarrados de la Comunidad Europea, el enjambre de islas de la Comunidad Asiática. Pasado el primer impacto de horror vino la resignación. Estaban seguros de morir también dentro de poco, pero parecía no importarles ya. Su mundo había muerto […] El granito resistió, no sin concesiones […] Carlos alcanzó a divisarlo antes de que su padre corriera de nuevo la puerta y se propuso localizar la fuente «cuando esto pasara, si pasaba»”. Hay muchísimo en los relatos de esta autora excepcional casi engullida por el
Insaciable olvido, pero rescatada por fortuna por las manos tendidas de las editoriales que han permitido que exista este volumen de cuentos reunidos que fue adquirido por alguien y de algún modo cruzó el océano para acabar en las estanterías de una librería lejana geográficamente a su Chile original (aunque cercana culturalmente), y de ahí acabó en manos de alguien a quien atrapó el título y sus posibilidades, y que una vez leído, ha trasladado su experiencia más allá del papel, a la red global que ahora sabe un poco más de ella, de Ilda Cádiz.