MURCIA. Hace medio siglo, tres años antes de que llegara a Murcia el movimiento titulado ‘Jesús Abandonado’, nacido en Sevilla, las instalaciones de la calle de Eulogio Soriano, junto a la iglesia de San Juan de Dios, que ofician hoy de comedor social de esta institución, eran regidas por las Hijas de la Caridad, desarrollando una función social similar de acogida y atención a transeúntes.
Un reportaje en el diario Línea ponía de manifiesto que las monjas desarrollaban su labor benéfica en aquel lugar desde 70 años antes, o lo que es igual, desde los primeros años del siglo XX, y explicaba su funcionamiento y el perfil de los usuarios.
Las hermanas, que también aportaban su buen hacer al Hospital de San Juan de Dios, luego Provincial y General, y hoy Reina Sofía, así como a la Casa Belluga (la Inclusa, en el decir popular), en la calle de Santa Teresa, ofrecían en aquellas instalaciones de la Tienda-Asilo un servicio de comedor y 20 camas, pero también atendieron en aquel lugar a un pequeño centro educativo de Educación Infantil, 'Nuestra Señora de la Fuensanta', por el que llegaron a pasar dos de mis hermanos.
"su única condición era que se comportaran y que no vengan aquí borrachos"
La monja entrevistada exponía la situación con claridad, e indicaba que apenas tenían que dar cuatro comidas al día, pero recordaba que en la posguerra llegaban a las mil comidas diarias. Señalaba también que de la gente que atendían "sólo uno de cada cien busca trabajo, no porque no lo necesiten, sino porque prefieren pedir limosna"; y aseguraba que la mayoría eran jóvenes, que llegaban desde otros lugares de España, sobre todo de Andalucía, y que vivían "de venderse la sangre".
Podían permanecer tres días en el centro, pero lo cierto es que si los veían verdaderamente necesitados les dejaban permanecer en él "aunque no tengan intenciones de trabajar", con la única condición de que se comportaran correctamente y "que no vengan aquí borrachos".
El Ayuntamiento contribuía hace 50 años al sostenimiento de esta obra benéfica con una cuota de 3.000 pesetas para cubrir todos los servicios, una aportación a todas luces insuficiente, que compensaban con el dinero que obtenían del colegio.
Y las anécdotas, como la de aquel 'necesitado' al que sorprendieron con una factura bien reciente del Hotel Victoria; o los estudiantes de los pueblos que acudían a comer a final de mes, cuando se les acababa la paga familiar, o la de algunos oficios que pasaban por allí para hacer reparaciones y recordaban que en los tiempos duros de la posguerra fue allí donde se les dio de comer.
Esa era, como queda escrito, la situación de hace medio siglo, multiplicable hoy por todos los dígitos que el lector quiera. Pero si queremos marcharnos hasta el momento en que el inmueble de la calle de Eulogio Soriano inició su largo recorrido en el terreno de la beneficencia debemos saltar del siglo XX a los finales del XIX y a los días de un concejal llamado… Eulogio Soriano.
Porque fue el murciano que dio nombre con el tiempo a la calle donde se emplaza la vieja Tienda-Asilo quien presentó una moción en el Ayuntamiento en la que proponía la apertura de una cocina económica mediante la que paliar las estrecheces que padecía una buena parte de la población.
Precisaban los promotores de la idea, pues a Soriano se sumó Guirao, que los destinatarios de la atención social habían de aquellos que "no pueden trabajar, como viudas, ancianos, etc"; sujetando a un precio la ayuda, fijado en 15 céntimos la ración; y especificando que para el funcionamiento de lo que se conocería pronto como ‘la cocinilla’ no sería precioso que concurrieran "circunstancias excepcionales, como una epidemia".
Con todo, el primer local que se utilizó a este fin fue el antiguo Colegio de San Leandro, en la plaza de los Apóstoles, que fue más tarde sede del diario La Verdad y del que sólo queda la parte central de la fachada, adosada hoy al moderno edificio que ocupa el solar.
El propio Lorenzo Pausa, siendo ya alcalde, fue quien impulsó unos años después, en 1898, la adquisición de los inmuebles sitos en la manzana donde quedó definitivamente situado el establecimiento. Y en 1908 quedó alzado el edificio actual, sin perjuicio de las reformas que se han ido sucediendo en los 125 años que han transcurrido.
La primera piedra se colocó el 9 de febrero del primer año del siglo XX (el 1901, no el 1900, no lo olvide el lector), con bendición a cargo del obispo de la Diócesis y la presencia de todas las fuerzas vivas (como se decía antes), de la ciudad, lo que da buena idea de lo mucho que se valoraba la acción social que venía desempeñando la Tienda-Asilo murciana desde su puesta en marcha.
En aquellas instalaciones, como en las otras citadas al principio, desarrollaron, y desarrollan, su inmensa tarea las Hijas de la Caridad, una benemérita asociación nacida en Francia, como tantas en aquella época, en 1633 de la mano de San Vicente de Paul y Santa Luisa de Marillac.
A España llegó la orden en el año 1790, comenzando su expansión por Cataluña. La Región de Murcia pertenece hoy a la provincia Centro de España, pese a su situación geográfica, y en ella permanece, como centro social, el citado Hogar Cardenal Belluga, como centro de primera acogida y media estancia de menores de 0 a 5 años con necesidades de protección social, además del centro que funciona en Cartagena.
También permanecen las Hijas de la Caridad en el Hospital Reina Sofía, aunque hoy se vea muy disminuida si se compara con la de hace algunas décadas en el viejo hospital de San Juan de Dios y en el posterior, alzado en Vistabella en el año 1953.
Además, estas mujeres que llevan siglos de entrega en el orden de la atención social, sanitaria y educativa, cuentan con cinco colegios en la Región, en Espinardo, Cartagena, Blanca, Totana y Águilas. Mujeres trabajadoras, sin duda.