MURCIA. Bajo un cielo azul despejado, todo el Mediterráneo me entraba por los sentidos, que parecían expandirse y contaminarse entre ellos. Destellos de luz deslumbraban mis ojos y me hacían difusa la línea violeta y púrpura que separaba el cielo y la tierra. El mar accidentado, descompuesto en mil matices de bermellón, violetas, verdes, anaranjados…, fluía mudándome el paisaje de sitio, cuando un fulgor traspasó la burbuja dorada que lo envolvía todo atravesándome el pecho y la caricia del agua tibia en mis tobillos me transportó, por un momento, al refugio del útero materno.
Un niño y su caballo caminaban hacia mí, a paso sosegado, arrojando, sobre la superficie acharolada por el agua, sombras alargadas que las olas arrastraban suavemente hacia dentro.
Los barcos pesqueros arribaban a la playa, empujados por sus velas almidonadas por el viento y el horizonte remoto se adelgazaba. En la orilla, una mujer agachada, con pañuelo flameante en la cabeza, sumergía en el agua que se arremolinaba a sus pies, a modo de cesto, a una criatura desnuda sujeta por los hombros, como un animalillo alzado.
Extendidos y rebozados en la arena, brillaban los cuerpos de los niños barnizados por el sol. Sus risas bulliciosas se amortiguaban con el rugido de fondo del mar.
"como salida de la nada, una mujer, con el camisón pegado a la silueta, cruzó un mar de algas en llamas"
Y como salida de la nada, una mujer, con el camisón pegado a la silueta, cruzó un mar de algas en llamas. Desplazaba alternativamente los brazos hacia adelante, en movimiento sincronizado, como si se sujetasen por un hilo. Una extremidad se alzaba en el aire con la palma hacia abajo dispuesta a ingresar en el agua, a la vez que la otra avanzaba sumergida. Su oscilación ralentizada parecía distorsionar la percepción del tiempo, creando una experiencia ilusoria de la velocidad. Por su expresión ensimismada, parecía soñar despierta, intensificando el impacto visual y embelleciendo la estética del paisaje con su letargo.
A lo lejos paseaban dos figuras femeninas. La brisa marina jugaba con la gasa de sus ropas que se levantaba como espuma blanca y un beso de sol tatuaba sus sombreros y sus sombrillas mientras la distancia se vestía de azul intenso anegando la vista.
Repentinamente, unos niños pasaron corriendo, como si huyeran de la corriente o fueran empujados por ella, salpicándome con sus ropas en agua empapadas. Los gritos de sus madres me devolvieron de la lejanía. Miré sobre el hombro y vi mi brazo enrojecido, casi tostado por el sol. Instintivamente di un salto hacia atrás y, de súbito, me encontré al final de la sala.
Yo ya había oído hablar del artista "buscador incansable de la belleza hasta en lo trágico". Un pintor de costumbres, de época, pero que tras sus motivos trascendía lo humano, haciéndolo universal y perdiéndose cronológicamente en el tiempo. No plasmaba fielmente lo que tenía delante, sino su mirada, sumergiendo al espectador en la traducción propia de las cosas.
Reflejaba la vida cotidiana capturando la rutina diaria, la playa, la pesca, la geografía española y las experiencias extraídas de sus viajes. El retrato, cuestiones como la maternidad, los niños, la muerte, la fe y la naturaleza, de la que nacía su pasión por la pintura al aire libre, componían su dilatada temática.
Presentaba influencia del claroscuro de la fotografía que, en su mano, se volvía animada. Los colores vibrantes, la atención a la iluminación con altos contrastes, y su técnica de cambios de luz, llenaban sus composiciones con una danza mágica de luces y sombras.
"¿Era víctima de un espejismo o estaba asistiendo a una futura revolución tecnológica?"
Atrevido en el trazo, con pinceladas sueltas, vivaces, ágiles, y rápidas dominaba la libertad de los elementos naturales captando emociones y al atrapar la realidad, sin congelarla, reflejaba el flujo eterno de la vida. Toda su obra es vital, síntesis del impresionismo, el naturalismo y el realismo del siglo XIX, este último, sin duda, al estilo del "realismo mágico de Velázquez o del de Galdós en literatura".
Los estudiosos del artista resaltan su orden, método y disciplina, cualidades sin las que no habría podido hacer una obra tan vasta, que le introduce de lleno en la tradición española. A sus lienzos se asoma un artista para el que pintar era una forma de ser y de vivir.
Por eso fui a la exposición buscando un espectáculo de arte y cuál fue mi sorpresa al encontrarme ante un fenómeno científico:
¿Era víctima de un espejismo o estaba asistiendo a una futura revolución tecnológica? Mi entendimiento de la física se clarificaba y, a la vez, me abría un cauce donde las leyes de la ciencia y la creatividad se entremezclaban.
Al mirar a mi alrededor, los asistentes me parecieron científicos absortos, como si analizaran la luz más allá de lo estético y por un instante el museo se me volvió un laboratorio.
¿Estaba lo creativo por encima de las leyes físicas?, ¿el arte podía dominar la ciencia, podía ser una forma de explorar y experimentar conceptos científicos?, o ¿estaba ante una conexión inesperada entre dos mundos aparentemente distantes, ante el testimonio de que podían romperse las barreras entre ambas disciplinas, coexistiendo y enriqueciéndose mutuamente?, ¿se podría pensar en un entrelazamiento cuántico entre ciencia y arte?
Tal vez aquellas obras no eran simples muros de forma y color, sino portales de energía, donde la ciencia y el arte se encontraban y viajaban juntas, desvelándonos ese secreto de sumario que se guarda la naturaleza y ofreciéndonos una herramienta, desconocida hasta ahora, que desvele una nueva visión para aclarar los eventos que surgen en aquella, para nuestra comprensión del mundo y de las leyes fundamentales que lo gobiernan.
Estas reflexiones me asaltaban de golpe y no alcanzaba a ponerlas en palabras. Allí, de pie, sofocada por aquella fuente de calor, hecha mi mente una laguna de sal…, ¿cómo aclarar estas ideas…?, ¿cómo transmitir esa cascada de emociones...?, ¿y cómo expresar todo aquello y mucho más…? Sorolla y punto.