Dario Argento y Françoise Lebrun protagonizan el ocaso de una pareja en Vórtex
MURCIA. Tras el periplo de su última película durante un año por festivales, los seguidores de Gaspar Noé (Argentina, 1963) ya no pueden caer en la trampa tendida por el director argentino-francés. Sobre el papel, Vórtex puede parecer una nueva propuesta iconoclasta, pero no lo es. Cierto que su título no desentona en su filmografía, que reincide en el formato cinemascope y su actor protagonista es el referente del giallo Dario Argento, pero este drama crepuscular nada tiene que ver con la controversia y el impacto visual a los que acostumbra el autor de títulos como Irreversible (2002) y Enter the Void (2009). De hecho, se enraíza con muchos de los melodramas clásicos japoneses que descubrió durante el confinamiento, títulos de Kenji Mizoguchi, Mikio Naruse y Keisuke Kinoshita.
“Ya he hecho films con los que los espectadores han pasado miedo, se han puesto cachondos o se han reído. Esta vez quería hacerles llorar tan fuerte como yo lo he hecho, tanto en la vida como en el cine”, avanza el creador.
El terror en su nueva propuesta es real. Tanto como vivir en persona la decadencia física y mental de tus mayores. La madre de Noé murió en sus brazos y el hondo dolor de su pérdida en los abismos de la demencia senil inspira su séptimo largometraje, que ya esta en las salas de nuestros país después de presentarse este fin de semana en el Atlàntida Mallorca Film Fest.
- A principios de 2020 sufriste una grave hemorragia cerebral con un 10% de posibilidades de sobrevivir y la pandemia te arrebató a varios seres queridos. ¿Cómo has conseguido elevar con esta película circunstancias tan personales a una propuesta universal?
- Vórtex reproduce un montón de situaciones que viví personalmente, por ejemplo, la madre que confunde al padre con el hijo o que no reconoce al padre y alerta al hijos de que les está siguiendo. Es una película que está ligada a cosas que he vivido y conozco. Así que me resultaba fácil dirigirla. La decoración del apartamento de los protagonistas tiene un aire intelectual de izquierdas de mis padres, de sus amigos… Había situaciones muy frescas en mi memoria, como la presencia omnipresente de la muerte, los hospitales, las ceremonias, los entierros. Abordarlo fue muy natural, de forma que la comencé en enero y en julio la presenté en el Festival de Cannes.
- ¿Cómo ha estado condicionada tu película por la presencia mediática de los ancianos en los últimos años?
- Aunque no hubiéramos vivido la COVID, hubiera querido hacer esta película por lo complicada que fue la situación que vivieron mi madre y mi abuela. Una historia como la de Clímax (2018), sobre dos adolescentes que se meten LSD y se vuelven locos, se extiende el plazo de una noche, mientras que la demencia puede llegar a ser terrorífica, porque no se para, uno entra en un mundo paralelo donde todo es confusión y la situación se agrava cada día. Todo el mundo era bueno con mi madre, hacíamos lo posible y lo imposible para que se encontrara mejor, pero ni con todo el amor del mundo se puede lograr mejorar su condición. Un poco antes de que falleciera vi Amour (Michael Haneke, 2012) que era una película sobre algo parecido. En la vida real es un tema universal, en cada familia hay un caso así, todos cuidamos de nuestros padres cuando están vivos para que no sufran con la senilidad o el cáncer. Es la realidad más simple y la más universal.
- ¿Por qué elegiste a Françoise Lebrun, la legendaria actriz de La mamá y la puta (Jean Eustache, 1973) para el papel protagonista femenino?
- Françoise representa lo mejor del cine intelectual francés de los setenta. Fue la primera persona en la que pensé para interpretar el personaje. La conocí en la Cinemateca hace dos años y hablamos de rodar algo juntos. Le pasé el guion, que tan solo tenía 10 páginas conceptuales que planeaba desarrollar en el mismo set, y le pareció raro, pero le comenté que Vórtex se iba a construir de una manera conjunta, como mis últimas películas.
- Su personaje no puede articular frases, porque tiene un problema en la dicción. ¿Qué dificultades le planteó sirviéndose de su cuerpo y de sus ojos?
- Su madre tiene 100 años, vive sola y mantiene sus facultades mentales intactas, así que tiene muy buenos genes y no disponía de una referencia cercana para interpretar el papel. Le conseguí documentales donde se veía a gente que no encontraba sus palabras o que en medio de su casa, miraba a su familia como si estuviera en una película de terror, e imágenes de mi madre y de gente que conozco. La demencia se convierte en un estado de miedo permanente, los que la sufren desconfían de su marido, de sus hijos… Y eso se plasma en el movimiento de los ojos, en la mirada perdida...
- Darío Argento fue crítico de cine en los inicios de su carrera. ¿Es esa la razón por la que elegiste que el personaje del marido también lo fuera?
- Le pregunté a Dario y me propuso dos ideas, que su mujer creyera que tenía una amante y que el protagonista fuera un director de cine que estaba escribiendo un libro sobre los genios del séptimo arte. Para la decoración de su oficina recurrimos a mi colección de pósteres.
- En Lux Æterna (2019) utilizaste el recurso de la pantalla partida con ciertos personajes, ¿por qué has vuelto a recurrir a ese recurso en esta película?
- En esta ocasión me parecía lógico, porque el lenguaje cinematográfico habitual es artificial: en la vida real no hay campo contracampo, la gente no desaparece de la imagen y se ve al que responde. Me parecía casi más natural tener una cámara sobre el hombre y otra sobre la mujer, porque así, además, se puede representar lo que son dos soledades entrecruzadas. La casa es un intestino donde ellos dos son como un par de gusanos. Una vez la película arranca y pillas el concepto, al cabo de 15 segundos resulta natural, te olvidas de esa pantalla partida.