MURCIA. Sé que me voy a meter en un charco… pero es el riesgo y la ventaja de escribir en un medio de comunicación y hacer uso de la libertad. Una libertad cada día más limitada por la dictadura de lo políticamente correcto.
Todos hemos oído aquello de que "Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros". Muchos quizá atribuyamos esa conocida frase a Groucho Marx, el actor, escritor y humorista que llevaba el peso principal en los diálogos de las películas de los Hermanos Marx. Unas películas basadas no tanto en gags (memorables algunos de Harpo), como en un hábil y brillante ingenio verbal y en una inagotable capacidad inventiva que genera situaciones cómicas sin respiro.
Sin embargo, parece que la frase apareció originariamente en un periódico de Nueva Zelanda en 1873, y su primera atribución a Groucho la hace más de un siglo después (en 1983) el Legal Times, pasados seis años del fallecimiento del actor.
Sea cual sea su origen, esas palabras han quedado como el arquetipo del comportamiento político, o más exactamente del comportamiento de algunos políticos.
En alguna otra ocasión he escrito que en mi opinión la política es una de las actividades más nobles que se pueden llevar a cabo. Y así sigo pensando. Política entendida como servicio a todos los ciudadanos, como búsqueda del bien común mediante la defensa de unos ideales sin desatender -y mucho menos despreciar- a la persona o grupo que piensa diferente. Y aunque no sean noticia y algunos amigos me tachen de ingenuo, sigo convencido de que hay muchos políticos en España que se levantan cada día con ese deseo de servir a los ciudadanos y a su país, y no por intereses económicos o de poder.
Pero cada vez hay una mayor desconexión entre políticos y ciudadanos. ¿Por qué? Pienso que la raíz está precisamente en esas palabras atribuidas a Groucho Marx.
Resultan infantiles y ridículos los continuos cambios de "principios" que, en el fondo, indican ausencia de principios e ideales. Y considero que es algo muy grave en una democracia, porque la prostituye.
No me estoy refiriendo a un determinado grupo. Desgraciadamente, y sobre todo a nivel nacional y autonómico, lo vemos en partidos de toda la gama cromática.
Lo del charco es porque quiero referirme a un suceso relacionado con el feminismo. Un feminismo que yo calificaría de pandereta.
Incluso personas que llegan a la política con un aura de independientes y con un reconocido prestigio profesional, son capaces de hacer el ridículo más espantoso cambiando de postura en solo unos días. Y me refiero en esta ocasión a la actual ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital (¡y vicepresidenta primera!).
El pasado mes de febrero declaraba (traigo la cita completa aunque sea un poco larga): "No voy a volver a hacerme una foto en la que sea la única mujer. No voy a volver a participar en un debate en el que sea la única mujer. Tenemos que tomarnos este tema muy en serio. El riesgo que tenemos de involución, de perder el foco de uno de los vectores de modernidad de este país desde que llegó la democracia, es muy elevado. Y son muchos los eventos en los que soy la única mujer porque soy la ministra".
El 10 de mayo, la ministra ejerció con coherencia su posición "feminista" negándose a posar en una foto con empresarios españoles por ser la única mujer.
Pero solo hizo falta que trascurrieran 8 días (18 de mayo) para que esa radical posición "feminista" se quebrara ante el de ministro de Finanzas y Economía del Estado de Qatar, el propio emir, y el presidente del Gobierno.
En fin… ¿Será para distraer la atención de las veces que la UE, el FMI, la OCDE o el propio Banco de España han tenido que corregir sus previsiones económicas? Lo desconozco. Lo que me parece penoso es el desprestigio que son capaces de asumir muchos políticos por esa constante incoherencia y falta de ideales. Como Esaú, son capaces de vender su primogenitura por un plato de lentejas.
¡Ojalá no nos dejen a los demás sin lentejas!
Economista
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P.S: Sobre el daño que hace ese supuesto feminismo progresista principalmente a las propias mujeres no sé si me atreveré a escribir otro día. Porque eso son ya palabras mayores.
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