MURCIA. Leo con cierto estupor en la prensa, por primera vez, el calificativo de "excluidos digitales" para referirse a aquellos jóvenes que, a pesar de ser nativos digitales y poseer teléfonos móviles inteligentes, sin embargo, eran incapaces de utilizarlos como herramienta para desenvolverse en el mundo digital. Y pensé que más que excluidos, puesto que nadie los deja fuera, se trataría de una autoexclusión, puesto que en su mano y en sus pulgares de duendecillos -nunca mejor dicho- está el estar dentro, si así lo quisiesen.
Más peliagudo se me antoja a mí el problema de las personas que ya tenemos una cierta edad, que nacimos en un mundo analógico y nos vemos ahora superados por un entorno cada vez más digitalizado y cambiante. Porque los avances tecnológicos, y la continua aparición en el mercado de sus aplicaciones, desbordan ampliamente nuestras capacidades de comprensión y asimilación, incluso las de los más avezados.
La aparición de los robots humanoides más útiles y capaces y con unos precios menores. El nuevo dinero digital, primero con los bitcoins y los cientos de criptomonedas, y ahora con la pronta implantación de las Monedas Digitales de los Bancos Centrales (los llamados CBDC, del inglés Central Bank Digital Currency). Las redes sociales ampliadas con los desarrollos software de próxima generación. La realidad inmersiva en un ciberespacio repleto de avatares y gemelos digitales. O las múltiples aplicaciones de las Inteligencias Artificiales, que con su desarrollo acelerado de los últimos años están transformando los puestos de trabajo y el mercado laboral, y empujan a las empresas a incorporar estas innovaciones para lograr una ventaja competitiva, son algunos de estos avances tecnológicos que, a mí, y me temo que a una inmensa mayoría de nosotros, me hacen sentir desbordado, es decir, sobrepasado en mi capacidad intelectual o emocional (según la definición de la RAE).
"la carrera entre los gigantes tecnológicos para poner en el mercado el mejor robot humanoide entra en una fase de aceleración"
Hace unos meses, animado por unos amigos entusiastas de los bitcoins, y por qué no decirlo, espoleado por la codicia de supuestos beneficios rápidos a causa de un fenómeno que va a suceder pronto y que en el argot de los bitcoiners se denomina halving (obvio explicar en qué consiste por no aburrir a los lectores), me vine arriba y me dije que ya estaba bien de ser un ignorante absoluto de estos temas y empecé a estudiar las criptomonedas. Y he de confesar que, tras leer un par de libros y visionar horas y horas de tutoriales en YouTube, me considero un simple iniciado todavía lejos de sentirme cómodo a la hora de adquirir bitcoins, y mucho menos de hacer trading (compraventa), o utilizarlos en otras aplicaciones más complejas para pedir préstamos u obtener renta de dichos activos.
Lo que sí me ha servido es para darme cuenta de la amplitud y complejidad de este ámbito cripto. Y para abrirme los ojos a la que se nos viene encima con la exclusividad del dinero digital y la supresión del papel moneda, en concreto lo que supondrá de nuevo giro a la tuerca del control social que los poderes ejercen sobre nuestra privacidad y libertad.
Y al mismo tiempo que "me dejaba caer por la madriguera" (otra expresión del citado argot), y ya que me había puesto en modo tech, me empecé a bajar aplicaciones de Inteligencia Artificial para utilizarlas como asistente para el mejor desempeño de mi trabajo de creación y redacción de documentos o elaboración de presentaciones visuales.
Una experiencia ciertamente estresante, porque cuando empezaba a conocer los rudimentos de alguna de estas aplicaciones de las IAs generativas que había en el mercado, las más de las veces en sus versiones gratuitas de prueba, veía con zozobra y nerviosismo que aparecía una nueva aplicación de otra empresa que se presentaba como mejor, más versátil y veloz que la que yo estaba empezando a aprender. Vamos, un sin vivir.
Si no quieres caldo, dos tazas: la carrera entre los gigantes tecnológicos para poner en el mercado el mejor robot humanoide ha entrado en una fase de aceleración. Un ámbito éste al que, aunque lo podemos ver como más distante, sin duda antes que después, habremos de dedicarle también parte de nuestros cada vez más exiguos recursos mentales y temporales para entender cómo afectará a nuestras vidas y poder adaptarnos a su uso y convivencia.
Y estos meros ejemplos se insertan en un marco mucho más amplio en el que cada día nos vemos acuciados a incorporar a nuestro día a día nuevas aplicaciones digitales para, según nos dicen, mejorar servicios públicos como la seguridad (con la ID digital), la atención sanitaria (con la nueva tarjeta sanitaria europea) o los servicios bancarios y financieros con las CBDCs.
Acuérdense ustedes la que se lio hace poco cuando las entidades bancarias quisieron suprimir la atención personalizada presencial y derivar a los cajeros automáticos y a sus páginas web la prestación de sus servicios. Muchas personas mayores se sintieron excluidas (aquí sí cobra pleno sentido este término).
Porque, ciertamente, la transformación digital conlleva una transformación social de un calado y amplitud que ahora empezamos a vislumbrar y para la que no todos estamos preparados, ni mucho menos.
"URGE destinar recursos humanos y materiales a facilitar que las personas seamos capaces de entender y asimilar toda la transformación"
Por ello, entiendo que resultaría necesario que desde los poderes públicos se procurase abordar esta cuestión de manera ambiciosa e inclusiva. Urge interiorizar que, además de invertir ingentes cantidades de dinero en digitalizar todos y cada uno de los ámbitos de nuestras vidas, es preciso destinar recursos humanos y materiales a facilitar que las personas seamos capaces de entender y asimilar todo este proceso de transformación. Porque, de lo contrario, cada vez seremos más los excluidos de esas supuestas bonanzas que nos prometen con la transformación digital.
Ha llegado el momento de ir más allá de las palabras y acompasar realmente las agendas digitales con las medidas necesarias para que las personas no queden excluidas: formación de los distintos sectores de la sociedad acorde con sus capacidades y necesidades; acompañamiento o pasarelas simplificadas que faciliten el tránsito a lo digital y el ciberespacio; difusión y divulgación masiva dirigida a los distintos públicos objetivos y utilizando múltiples medios; o extender al debate público el cómo impactan e impactarán estas nuevas tecnologías en nuestras vidas, entre otras.
Propongo una medida sencilla: que toda actuación para la transformación digital lleve aparejada una para la transformación social que facilite su asimilación por la sociedad.
Solo de este modo podremos disminuir el creciente desasosiego que sentimos muchos y que provoca nuestro rechazo a dicha transformación digital, lo que redunda a su vez en la exclusión de sectores cada vez más amplios de nuestra sociedad, con el consiguiente panorama de un mundo distópico en el que cada vez hay mayor distancia entre una élite minoritaria, dominadora de los recursos y capacidades que brindan las nuevas tecnologías, y el resto, convertido en una masa de población a modo y manera de los siervos de la gleba de la Edad Media.