MURCIA. Va por usted, maestro Fuentes. Espero que Dios reparta suerte y salga una faena digna de su aprobación.
Ya me lo imagino señor lector, con su cafelito caliente, sus churritos, haciendo la lectura dominical de rigor y de pronto, en medio de estas coladas de pandemia, precio del kilovatio hora y por supuesto de lava, se encuentra con este regalo para la vista que llega automáticamente al cerebro y posteriormente al orgasmo emocional…, o físico, lo dejo a gusto del consumidor: ¡Está tó pagao! ¿A que le acabo de alegrar el domingo? Si es que es sólo leerlo y ya se te humedecen los ojillos de la emoción.
Esta frase es música para nuestros oídos. No sé qué tipo de sustancias químicas desencadena en nuestro organismo que te llevan al éxtasis, a la exaltación de la amistad. ¡Ese!, ese ya es amigo tuyo pa siempre, porque una alegría como esa solo se puede pagar con amistad verdadera. Ahora, no sea usted rata y devuélvale el momentazo al amigo en otra buena convidada, ¡que nos conocemos! Cuanto más primo más te la arrimo, y no se despega usted del susodicho hasta que cruza esa invisible línea que hay entre amigo del alma y gorrón.
Aunque esta frase es la que te lleva al clímax por antonomasia, hay otras que tampoco se quedan atrás. El momento del Gordo de la lotería de Navidad no es comparable a Déjame este fin de semana a los críos. Porque tú piensas, pero ¿quién en su sano juicio va a querer quedarse un fin de semana con estos energúmenos? Pero claro no seré yo quien pregunte, vaya a ser que levante la liebre y se arrepientan.
¡Ya ves!, crees que te vas a comer el mundo y terminas con la manta en el sofá, cayendote la babilla en el primer episodio de La casa de papel.
Y ¿qué me dicen de éste?: después de pasarse todo el tardeo cavando en la mina, pico pala, pico pala, y de repente el ligue le susurra al oído ¿Nos vamos? Hordas de júbilo recorren su cuerpo. Y si no es así, ya sabe… pastillita azul.
Y por último no puedo dejar pasar este otro momento: cuando de repente te pones el abrigo del invierno pasado y al meter las manos en los bolsillos ¡ahí está! ¡veinte euritos! Esa sensación es impagable. Te los guardas como si fueran un tesoro, que nadie se entere de tu secreto no te los vayan a quitar. Nos comportamos como niños que hubieran sisado algo en la tienda del chino.
Así es, fíjense con qué poco somos felices. Yo lo tengo claro, la alegría está cuando estas rodeado de los tuyos, compartiendo, charlando, riendo delante de una buena caña, un poco de jamón, hueva y unas marineras. ¿No piensa usted igual? Pues, ¡venga! ¿a qué espera? Aún está a tiempo, levante el teléfono y alégrele el domingo a algún amigo. Invito yo.
Gracias por su lectura.