MURCIA. Crecí pensando que de los diseñadores se esperaba que fueran eternos (muchos han muerto trabajando, como Coco Chanel, que se desplomó sobre un figurín en su escritorio de la habitación del hotel Ritz en París) y de los y las modelos que se quedaran estáticos, que el tiempo no pasara por ellos. Realmente, no solo los modelos, hablo más bien de los iconos. Que no envejezcan, que no engorden, que no pase el tiempo por ellos. Aunque casi siempre son ellas. Envejecer está permitido si eres hombre se ve. Les pasó a las chicas de Sexo en Nueva York.
Cuando Carrie, Charlotte y Miranda decidieron juntarse de nuevo para el reboot de la que fue la serie cabecera de todos aquellos que aprendimos qué era un Manolo por ellas, fue evidente algo: el tiempo había pasado por todos. Veinte años no pasan en balde por nadie. Estas mujeres se habían arrugado, salido canas y sus cuerpos habían cambiado. ¿No es que pase el tiempo la mejor señal de indicar que estamos vivos?
Cuando las primeras imágenes vieron la luz, una sociedad de masas se lanzó contra ellas. Los cometarios eran brutales. Las propias actrices admitieron, en una entrevista para Vogue, que nunca se harían contra un hombre. Nadie habló del paso del tiempo y cómo había azotado a Mr. Big. Porque la lacra de los años es algo que parece que solo va en contra de las mujeres. Tan solo debemos de mirar las colecciones de cosmética. Siempre son ellas las protagonistas. Nunca ellos. A excepción, claro está, de cuando pone la palabra “men” como coletilla de una crema facial, desodorante o exfoliante al que le han puesto aroma marino. ¿Acaso no son las mismas pieles por tener una cosa u otra bajo las piernas?
Decía Miuccia Prada en su entrevista concedida a Vogue hace tiempo: “es extraño, porque cada mañana tengo que decidir si soy una chica de quince años o una anciana al borde la muerte”. En el desfile de Miu Miu (dirigida por ella misma) no ha tenido que escoger cuál de los dos arquetipos ser: directamente ha sido ambos. Y la señora madura a la que aludía estuvo encarnada en varias mujeres estupendas, como Kristin Scott Thomas. Pero sobre todo en una muy concreta: Ángela Molina.
La que fue protagonista de una campaña de Zara contra el edadismo –a pesar de que después han seguido poniendo a sus modelos jovencísimas, tanto que no parecen mortales todavía– desfiló sobre la pasarela parisina a sus 68 años. “Desfilar es un divertimento y una sensación de celebración enorme, es algo mágico”, confiesa Molina. “Es como el vuelo de un ave”, apunta poética. Y es que ella es poética, con sus canas y arrugas, con su sonrisa vibrante y llena de vida, dispuesta a comerse cada pedazo de esta en trozos de tarta.
Días antes, la alicantina Esther Cañadas reventaba la pasarela de la mítica firma Balenciaga reptando con su particular forma de desfilar a sus cuarenta y siete años en el centro de París. El 3 de marzo, como en los viejos tiempos, la modelo hizo doblete y, además de desfilar para Balenciaga, su mirada felina también lo hizo para Mugler.
La noticia de la semana la ha protagonizado Laura Ponte: la modelo sorprendía –y a la vez no tanto– como imagen del e-commerce de la recién retornada diseñadora Phoebe Philo. A falta de un motivo, la relevancia de lo logrado ha llegado en este caso por partida doble. Por un lado, porque pocos regresos al ruedo han sido tan comentados como el de la diseñadora británica y en un momento en el que cualquiera de sus escuetos movimientos es observado hasta el escrutinio; la presencia de la española supone una noticia de primer orden. Y, por otro, porque pese a que el gesto de incorporar a modelos por encima de los cuarenta sea un ademán cada vez más familiar, todavía sorprende que las grandes firmas apuesten por mujeres hechas y derechas para sus campañas y, además, lo hagan sin necesidad de artificios o cabriolas que disimulen el paso del tiempo.
“Es una fotografía sin retoque, con una luz… Muestra a la persona tal y como es”, opina la propia Ponte al respecto de esa imagen que proyecta la firma. “Me parece que es brillante el modo en que apuesta por la verdad, y me parece que es el momento de hacerlo. Tenemos esa responsabilidad también de mostrar las cosas tal y como son. Estoy muy contenta, sobre todo, porque la mujer de la que habla es una mujer con la que me identifico y siempre que existe cierta coherencia entre la marca y tú, es un trabajo mucho más agradable. Siento que no hay disfraz”, sentenciaba Ponte.
Al igual que en otros aspectos como la talla, la altura o el color de la piel, la edad ha comenzado a dar muestras de diversidad –incluso– sobre la pasarela. Que la moda abra las puertas a perfiles diversos tan solo es bueno, porque enseña con megáfono que la vida sigue pasados los treinta. Y que queda mucha vida. Porque si a los veinte no tienes experiencia, a los treinta la consigues –pero ya no tienes veinte–, a los cuarenta no puedes pararte a pensar qué quieres realmente y a los cincuenta ya corres el riesgo de volverte invisible a mí, señoras y señores, no me salen las cuentas. Enterrar los estereotipos de qué podemos hacer o no por tener una edad u otra nos hará libres, sobre todo a hacer lo que nos dé la gana a pesar de lo que opinen los demás.
Y así, sin más, sobre el fin del edadismo.