Creación y gestión administrativa, dos universos antagónicos condenados a entenderse
MURCIA. Gris, ininteligible, abrumadora. Inevitable. Cruel e impasible. Paralizante. Por donde pasa germina la desazón. En ella se refugian todas las caras de la ansiedad. Es… la burocracia (gritos de horror, aullido de lobos, relámpagos atravesando el firmamento, temblores en la vía láctea).
En Trabajos de mierda (Ariel), David Graeber denuncia que en muchas profesiones los trámites administrativos se están multiplicando sin sentido. Tareas cada vez más fragmentadas y numerosas imponen su ley. Pero además, el antropólogo registra el aumento en complejidad de estas gestiones: son más abundantes y también más engorrosas. Y, como apunta, innecesarias. Un diagnóstico del que no escapan los bulevares de la creatividad. No en vano, pese a las visiones idealizadas de los trabajos culturales, la maquinaria burocrática juega aquí un papel esencial. Solicitudes de ayudas económicas, memorias justificativas, albaranes, facturas, bases de datos, inventarios y cualquier otra diligencia que Kafka hubiese podido incluir en sus escritos invaden las rutinas productivas de creadores, libreros, editores y demás sospechosos habituales de Murcia Plaza.
“Algunos meses vives encerrada buscando convocatorias, enviando facturas, escribiendo memorias y pidiendo financiación. Sin ello, no puedes sostener el aspecto creativo de tu proyecto de forma profesional. El tiempo de oficina es tan importante como el dedicado a idear una pieza”, señalan Andrea Torres y Mónica Vázquez, responsables de la compañía Dunatacá. Un relato que a juego con el de Marta Fernández, coordinadora y asesora general de proyectos del Festival 10 Sentidos, para quien las decisiones creativas están “sujetas a la burocracia y existe un entramado de requisitos que parece no acabar nunca. Si algo administrativo se tuerce, se tambalean las propuestas artísticas que hay sobre la mesa. En cuanto a las ayudas institucionales, debes lograr que tu proyecto sea comprensible para la persona que está al otro lado”. Eso sí, Fernández huye de la brocha gorda y reconoce que gran parte de los procesos burocráticos son imprescindibles para contar con un panorama cultural de calidad: “no quiero demonizar todo esto porque, aunque tedioso, es necesario. Resulta fácil entrar en la queja contra la burocracia y decir ‘qué horror’, pero se debe garantizar que una evaluación con criterios más o menos objetivos”.
Por su parte, Alberto Haller, editor de Barlin Libros recuerda que “el espacio mental” del que disponemos es finito y cualquier manifestación creativa “queda arrinconada cuando te centras en asuntos burocráticos, que por desgracia, son la mayoría. Se tiende a que lo burocrático lo ocupe todo. Hablamos de burocracia de todo tipo, desde entidades públicas hasta cuestiones de la industria editorial: liquidaciones a autores, facturación a distribuidoras…”.
Héctor Gómez inauguró en agosto de 2023 Arribada Llibres. Estos meses han supuesto para él un máster exprés en el oficio de librero y todavía afronta los arroyos administrativos “con algo de miedo. Nunca sabes si estás haciéndolo bien, si este papel que no has presentado será importante, si no llegas a tiempo a alguna ayuda, si se te ha pasado una factura... Pero es parte del trabajo”. Eso sí, asumirlo no implica gozarlo: “me encantaría que de todo eso se encargara un gnomo de manera gratuita. Así yo podría dedicarme a estar leyendo y recomendando títulos. Por ahora, no es posible”.
¿Y cómo afecta esa omnipresencia del impreso 53b, el formulario 84a o el anexo 36z (archivos inventados, que a nadie le dé un síncope pensando que no ha entrado algún papelito) en los procesos creativos? Fernández alerta sobre los peligros de lo que ella llama ‘cultura administrativa’: “entras en el bucle oficina-ordenador-documentos”. “Llega un punto en el que que se te quitan las ganas de crear – relatan desde Dunatacá–. Piensas, ‘no soy bailarina, estoy sentada en una silla, no me acuerdo de mi cuerpo'”. No es casualidad que en su ensayo El Entusiasmo (Anagrama), Remedios Zafra recorra la ‘burocratización’ de la vida de los trabajadores culturales, ahogados en procedimientos y diligencias que poco tienen que ver con el desempeño artístico y mucho con la hiperproducción, la competitividad y la vigilancia.
La poeta y creadora escénica Elsa Moreno es una novata en esta galaxia del archivador. Para sobrevivir, ha optado por el fake it until you make it: “me lanzo al ‘voy a fingir que soy adulta y sé lo que estoy haciendo, pero no tengo ni idea’. Intento pensar que si no se ha muerto nadie aún haciendo unas ayudas, yo tampoco, aunque, a menudo tengo esa sensación de ‘haré algo mal y me meterán en la cárcel'". Pero resulta que con el papeleo sucede lo mismo que con el resto de la vida adulta: “realmente nadie tiene ni idea de lo que está haciendo, todos fingen que está todo en orden mientras intentan solucionar los problemas”. Sus aventuras en el imperio del formulario se van construyendo a base de tropiezos: “en los estudios artísticos no te forman en esta vertiente administrativa y se debería insistir más en ello. Por muy buena creadora que seas, ¿cómo vas a vivir de ello si no sabes introducirlo dentro del circuito, del mercado laboral y las industrias culturales?”.
A Pau Martínez, director y guionista, las preguntas para este texto le llegan en plena solicitud de las ayudas de guion y desarrollo de proyectos de 2023, “tenían que haber salido antes, pero salieron a finales de año. Supongo que por el cambio de gobierno”. Metido en harina, admite que uno de los escollos administrativos que más está afectando al sector audiovisual es “la falta de personal en las entidades competentes. Si tienes una duda y la única persona que la puede resolver está de baja, sientes una mezcla de agobio, enfado y desconcierto”.
Cualquiera que se haya asomado más de cinco minutos a un trámite burocrático estándar, (llámese declaración de la renta, contrato de alquiler o cualquier otra variante), sabe lo que supone mirar al abismo a los ojos. La confusión, la ansiedad y, cuando los obstáculos se multiplican, también la frustración. Para las integrantes de Dunatacá, la situación que protagoniza sus pesadillas va disfrazada de problemas informáticos: “es terrible que cuando envías un proyecto la plataforma falle o se colapse. Y sucede muchísimo”. Según Martínez, lo más frustrante es que las convocatorias “cambian cada año, aunque sea en aspectos pequeños. Eso te obliga a perder un tiempo precioso ajustando modificaciones. Si te equivocas, el trabajo de meses o un año se puede quedar fuera por un asunto técnico”.
Aquí Fernández introduce otra derivada: la burocracia y sus tiempos (en ocasiones, exigentes y vertiginosos; en otras, insoportablemente sosegados). “Las instituciones y los festivales trabajamos con ritmos y plazos diferentes. Hay un desfase tremendo”. Este desequilibrio en la gestión de los calendarios afecta, por ejemplo, al cobro de las ayudas: “haces un trabajo, al cabo de un año empiezan a generarse las respuestas definitivas de las subvenciones… y el pago llega siempre tarde”.
El papeleo es fuente de sudores fríos y angustias varias, pero también puede convertirse en el escenario de victorias cotidianas. De fugaces satisfacciones que te hacen sentir que, por una vez, has hackeado el sistema.
Albero Haller atesora una pequeña heroicidad frente a la maquinaria administrativa. Un episodio épico. Durante años, este editor se vio obligado a lidiar con “un funcionario muy maleducado con el que muchos compañeros teníamos problemas. Esas actitudes me dan mucha rabia porque dañan el valor de lo público". Damos un salto en el tiempo hasta los años salvajes del COVID-19. Con la pandemia, el organismo donde trabajaba su antagonista instauró el sistema de cita previa: “había que llamar por teléfono para solicitarla, pero él no descolgaba el teléfono nunca. Te podías tirar días llamando. Una vez, milagrosamente, contestó a la primera. Solicité cita previa, me dijo ‘un segundo, por favor' y dejó el teléfono descolgado, de manera que, sin que él se diera cuenta, yo podía escuchar lo que sucedía. Pasaron 10 minutos y no volvía, pero yo oía las conversaciones que tenía con otras compañeras. Les hablaba de Clara Campoamor, Victoria Kent y la situación de la mujer en la República. Era una charla interesante”.
Pasaron más de 45 minutos. Haller sabía que la oficina cerraba en breve, así que agarró su teléfono y se plantó con la moto en la puerta, mientras seguía escuchando la cháchara. “Justo cuando acababa de aparcar, regresó al teléfono y le dije ‘hola, sigo aquí, era para pedir cita previa’. Me respondió: ‘tendrá que ser otro día, vamos a cerrar…’; contraataqué: ‘estoy en la puerta, entro’. Alucinó al verme aparecer. Rellenó el formulario en dos minutos y cuando ya tenía mi copia le dije: ‘por cierto, sobre la mujer en la Segunda República hay un libro de Pasado y presente que lo explica genial, porque eso que estabas diciendo de Clara Campoamor no era exactamente así’. Y me marché”.
El instante victorioso de Pau Martínez no presenta tantas probabilidades de entrar en los cantares de gesta, pero también tiene su mérito: “trabajo con Mac y hasta ahora no había podido instalarme el certificado electrónico. Por fin lo he conseguido y ha sido un gran éxito, llevaba años intentándolo. Estoy eufórico, a ver si ahora cuando presente los proyectos no me da problemas”. Cualquiera que haya batallado con este trámite sabe que no es un logro baladí. Lector, por favor, felicita al realizador desde donde te encuentres.
La burocracia es una bestia despiadada e insaciable, así que nunca sobran algunos consejos de quienes la surfean habitualmente. En el caso de Haller, apuesta por ser majo como clave para la supervivencia: “si hay alguien con quien debes gestionar el papeleo y tiene más poder que tú, es importante que haya buena relación (esto contradice mi historia épica anterior, pero era un caso extremo)”. Otro asunto fundamental: “leer el DOGV y el BOE muy bien. ¡Y usar subrayador!”.
Una recomendación, la de la lectura atenta, que rima con la de Pau Martínez: “Hay que aprender a leer las convocatorias (incluso los anexos) y estar atento a aquellos aspectos que te pueden dejar fuera. Te hace perder tiempo, pero si sale bien es una alegría enorme. Para Marta Fernández, el mejor truco es “seguir los pasos de forma calmada aunque el tiempo juegue en tu contra y encarar la situación con la máxima tranquilidad y control posibles. Y sentirte acompañada, tener alguien con quien desahogarte”. Turno para Dunatacá, que apuestan por la aceptación radical: “lo mejor es aliarse con la burocracia, hacerla tuya. Eso sí, no hay que redactar contenidos de manera poética porque piden textos terrenales y concretos”.
En su papel de flamante librero, Gómez apunta a la organización como llave maestra y anima a “prestar mucha atención a detalles que no parecen demasiado importantes. Y entender que cada día tienes que dedicarle algo de tiempo”. Si la experiencia administrativa de Elsa Moreno estaba marcada por el temor a equivocarse, el consejo que da es, precisamente, intentar vencer ese temor: “hay que poner en marcha proyectos aunque sea con miedo; que el desconocimiento no genere parálisis. Y debemos preguntar: todas empezamos así y no creo que haya un momento en el que lo sabes todo y estás tranquila; siempre tienes ese punto de adrenalina y estrés”.
¡La victoria burocrática es para los valientes (y para quienes se leen bien la documentación y consiguen rellenarla sin desfallecer en el proceso)!