como ayer / OPINIÓN

En el cuarto centenario de las primeras canonizaciones jesuíticas

10/03/2022 - 

MURCIA. Pasado mañana se cumplirán 400 años de la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier por el Papa Gregorio XV, si bien fue su sucesor, Urbano VIII, quien promulgó la bula en el mes de agosto del año siguiente. Además de los dos grandes santos jesuitas, el sumo pontífice elevó a los altares el mismo día, 12 de marzo de 1622, a Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri, todos de nuestra nación excepto el último, por lo que fue, sin duda, uno de los días más grandes en la larga y gloriosa historia de la Iglesia española.

Al hilo de esta efemérides, pero cien años atrás, se hacía eco José María Ibáñez, en el diario La Verdad, de las celebraciones con que los jesuitas murcianos, radicados en San Esteban, festejaron el reconocimiento de la santidad de dos de los fundadores de la Compañía, vasco Ignacio de Loyola, navarro Francisco Javier, que se convertían así en los primeros de esta orden singular en obtener de la Santa Sede tal condición.

"Fue el obispo Esteban Almeyda, portugués, quien impulsó en Murcia la Compañía de Jesús"

Nos da pie esta fecha redonda a recordar algunos asuntos relacionados con el establecimiento de los jesuitas en Murcia, que cabe destacar como muy temprano, pues el colegio de San Esteban fue de los primeros que se edificaron tras la aprobación de la orden por el Papa Pablo III en 1540.

Fue el obispo Esteban Almeyda, portugués, quien impulsó la fundación en Murcia de la Compañía de Jesús, y patrocinó las obras del templo, por lo que los jesuitas, agradecidos, dieron el nombre del protomártir a iglesia y colegio. Almeyda había venido a España con el séquito de Isabel de Portugal cuando casó con el rey-emperador Carlos I, y antes de tomar posesión de la sede episcopal de Cartagena, por espacio de siete años, rigió las de Astorga y León.

Falleció sin ver terminados los trabajos emprendidos por la Compañía bajo su episcopado y fue enterrado en San Esteban, en un rico sepulcro renacentista, labrado en mármol de Carrara en 1572 por el destacado artífice italiano Bartolomé de Lugano, que legó a la posteridad uno de los pocos ejemplos de arte funerario en la Región de Murcia, aparte de ser, como refiere el profesor Juan Ramón Moreno "una de las obras más sobresalientes del autor italiano por la delicada ornamentación de los hábitos episcopales y la sutileza con la que fueron grabados los elementos de orfebrería y la ornamentación textil de la ropa".

Recomendable es, por tanto, la visita a este monumental sepulcro, sin perjuicio de que la iglesia se haya convertido, básicamente, en una hermosa y amplia sala de exposiciones desde hace décadas, y que el emplazamiento del túmulo episcopal no haya sido el más adecuado.

El Obispo Almeyda escribió en 1555 una carta a San Francisco de Borja, que se encontraba en Plasencia, por la que pedía que enviase a algunos jesuitas a Murcia para la fundación de un nuevo Colegio en la ciudad. Y el que fue tercer general de la Compañía, tras San Ignacio y Pedro Láinez, envió cinco padres desde los colegios de Valencia y Gandía, y también al primer rector del nuevo establecimiento, Juan Bautista de Barna.

"las noticias no corrían como ahora, que llegan a veces antes de que se produzcan"

La construcción de lo que hoy llamamos Palacio de San Esteban se inició en 1555 en un solar cedido por el obispo, y las clases dieron comienzo en 1576, y aunque su destino, en la idea original, era dedicarlo a la oración y la evangelización, también se impartieron desde el principio clases de Artes, Gramática y Teología, convirtiéndose así en uno de los centros de estudios más importantes del país, incluso por delante de algunas universidades de la época.

Esteban Almeyda, que había asistido al Concilio de Trento, pensó en el Colegio de San Esteban como foco cultural y artístico en la ciudad, desde donde poder adoctrinar a generaciones enteras de murcianos bajo las ideas contrarreformistas dirigidas a combatir el protestantismo.

Los jesuitas asentados en Murcia fundaron otro colegio, el de la Anunciata, del que aún podemos admirar su bella portada, inserta en la fachada de mediodía de la Casa de los 9 Pisos, así como los arcos de su claustro en los establecimientos comerciales de los bajos. 

Y ambas entidades, San Esteban y la Anunciata, como era de razón, acordaron, junto con las autoridades religiosas y civiles de la ciudad, celebrar debidamente la canonización de dos de sus fundadores, que ya habían sido beatificados unos años antes y que, consecuentemente, ya eran objeto de veneración y contaban con sendas efigies en la iglesia de la Compañía.

De entrada, el municipio (lo que entonces se llamaba "los señores Murcia") se hizo eco de la noticia en cuanto llegó a la ciudad, y ordenó que "se haga fiestas y todo género de regocijos, por todos los medios que los suele haber, y para principio dellos, se manda que tres días se pongan luminarias y se hagan fuegos  en todas las casas, plazas y calles". Era corregidor Felipe de Porres.

Fue un 19 de julio del año citado (las noticias no corrían como ahora, que llegan a veces antes de que se produzcan) cuando el padre rector de San Esteban compareció ante la Ciudad para invitar a la autoridad municipal a participar de las fiestas en honor de los nuevos santos. La misa principal y sus vísperas fueron fijadas para mediados de septiembre, y los munícipes fueron unánimes en acordar la asistencia, aunque no tanto en lo referido a la cantidad con que se debía contribuir a la solemnidad de las celebraciones, que se fijo en 1.500 reales.

Además de las celebraciones litúrgicas, hubo procesión con los nuevos santos hasta la Catedral, y también "danzas, pólvora, música y cantores". Y como homenaje al Papa que tuvo a bien elevar a la dignidad de los santos a Ignacio de Loyola y Francisco Javier, se encargó un retrato del pontífice que fue colocado en la sacristía en lugar preferente, haciendo pareja con el del obispo Almeyda que ya ocupaba la misma. A saber, con todo lo que pasó después en San Esteban, a dónde irían a parar.

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