MURCIA. Cumplir 100 años no es fácil para una empresa pero hay valores que caracterizan a las que lo logran. ¿Cuáles? Compromiso, amor al trabajo, cultura familiar, dimensión ética, aprendizaje continuo, paciencia, prudencia y responsabilidad social. Al menos así lo señala el estudio 'Claves de empresas y marcas españolas que han cumplido los 100 años', elaborado por Millward Brown Iberia, ADG Comunicación y APD.
En la Región de Murcia hay un buen puñado de compañías que ha conseguido sobrevivir 100 años, o más, y tienen ganas de continuar, que cuentan en su ADN con esos valores que hacen que una empresa sea longeva y productiva.
La Caja de Ahorros del Mediterráneo, Fundirmetal Amando, Juan José Albarracín, Pirotecnia Cañete, Rogelio Artesanos, Sucesores de Isidro Juan, Funeraria Tanatorio de Jesús o Supermercado Pardo son las algunas de ellas. En algunos casos, han sobrepasado los dos siglos de trabajo e historia, han evolucionado desde su origen para sobrevivir y han innovado para adaptarse a las nuevas demandas del mercado. Algunas han conocido tiempos mejores pero resisten a pesar de las circunstancias. Su historia, características y trayectoria difieren, pero todas tienen algo que enseñar. Tres de ellas nos cuentan cómo lo han logrado.
Amando López Buyón, gerente de Fundirmetal Amando, asegura que la empresa que dirige data de 1810 y, por lo tanto, podría ser la más antigua de la Región. Va ya por la quinta generación, pues el fundador fue su tatarabuelo. La empresa originalmente era una calderería y estaba en la calle del Pilar. “Mis tararabuelos, Ricardo y Josefa, eran naturales de Caravaca. Vinieron a Murcia, montaron el negocio y tuvieron varios hijos”, explica Amando. Fueron precisamente dos hijos, Ricardo y Ginés, los que pusieron en marcha la fundición sobre 1820. “Le dieron un giro al negocio. Hacían sobre todo fundición industrial”, señala.
Poco a poco el número de encargos y los productos que ofrecían fueron creciendo, aunque señala que siempre ha sido un negocio familiar, con una plantilla que no ha superado los 12 trabajadores. “A mi padre, Ginés López Egea, lo apodaban el campanero. Él fue el que diversificó más el producto y se introdujo en la temática de la Semana Santa".
La evolución ha continuado con él, pasando de la fundición industrial a la artística. "A mí me ha gustado mucho el mundo del arte y vi que era un campo con futuro. Hemos evolucionado mucho", indica. Cuenta con un equipo sobre todo de técnicos enfocados a la fundición de arte. Trabajan con diseñadores y a la carta, puntualiza, para elaborar piezas muy personalizadas y proyectos a medida. Entre sus clientes, artistas de la talla Antonio Campillo, Mariano González Beltrán, Muher, Rico Lido… “Y trabajo más fuera de la Región que dentro”, asegura.
El secreto para que una empresa llegue a cumplir más de un siglo lo tiene claro: la innovación y la externacionalización. “Llevamos 4 años trabajando en China y llevando la obra de más de 30 escultores de la Región”.
La sexta generación, la que tiene que continuar con el negocio, está en stand by. “Están formándose. Las generaciones de ahora no son como antes. Nosotros íbamos desde jóvenes a trabajar y formarnos en la empresa. Te llevaba tu padre para que aprendieras".
Sin embargo, el futuro lo ve con optimismo. “Si la próxima generación coge el relevo, podremos seguir con esta labor. Eso espero. Ahora están trabajando en otras empresas, pero sé que volverán conmigo”.
“El olor a pimentón es el olor de mi infancia”, cuenta Amor Albarracín. Ella y su hermana, Raquel, son la sexta generación de la empresa Juan José Albarracín, dedicada al pimentón y las especias desde que en 1854 la puso en marcha el tatarabuelo de su padre, José María Albarracín (presidente de Croem). Están llamadas a ser las próximas al frente de la empresa, las primeras mujeres que lo harán, y lo llevan en las venas. “Con 4 o 5 años ya veníamos con mi padre. Él se ponía a trabajar y a nosotras nos iba contando cómo se hacía todo”, señalan. De las dos, Amor confiesa una mayor debilidad por este negocio dedicado a una especia que en Murcia tuvo su edad de oro en el siglo XIX y primera mitad del XX.
“Desde pequeña me ha llamado mucho la atención. El olor, el color, el sabor… Tengo el recuerdo del aroma del pimentón impregnándolo todo”. Por eso, asegura, estudió la carrera sabiendo que iba a trabajar en la empresa. “Siempre nos han inculcado lo importante que era la formación y nunca me he planteado trabajar en otro sitio”, destaca. Ambas hicieron Administración y Dirección de Empresas y vivieron en Londres una temporada para perfeccionar el inglés. Raquel, la mayor de ambas, también estuvo un tiempo trabajando en otros sitios para luego volver al negocio familiar.
La empresa, que originalmente estuvo en Espinado, se ubica en la actualidad en el Polígono Industrial de Cabezo Cortado. Su evolución y crecimiento obligaron a trasladar el negocio a un lugar más amplio para continuar su expansión. Ahora cuentan con unas instalaciónes de 8.000 metros cuadrados e invierten en nuevas tecnologías y equipamientos para la mejora de los productos. Siempre han sido exportadores. El 85% de su producción, en la actualidad, lo exportan. Pimentón sobre todo, pero en los últimos años también han apostado por el chili y otras especias.
Dónde reside el secreto de un negocio tan longevo y que funciona tan bien lo encuentran en su referente. “Nuestro padre siempre nos ha dicho: formación, formación, formación”, señalan. También destacan el “esfuerzo, trabajo duro y estar unidos” y “la innovación, que es muy importante”.
Ninguna tiene duda de que el negocio cumplirá otros 100 años más. “Claro que sí. Siempre ha funcionado bien. Hay otra generación que viene por detrás y lo damos todo”, subrayan.
El bisabuelo de Emilio Cañete, al frente de Pirotecnica Cañete junto a su hermano José Luis, era un enamorado de los fuegos artificiales. Algo que a finales del siglo XIX no abundaba precisamente. “Era un hombre muy creativo. En aquella época no era algo común pero a él le llamaban mucho la atención y lo había visto fuera de Murcia”. Y se lanzó a la aventura de impulsar un negocio inusual y exigente que le llevó a recorrer gran parte de la geografía nacional lanzando fuegos artificiales. “Cuando fundó la empresa, trabajaba por toda España, ya que había muy pocas de este tipo”.
Como en los negocios antiguos se involucraba toda la familia, después se incorporaron sus hijos, y después los nietos. La empresa llegó a tener hasta 35 trabajadores en temporada alta, la de verano, cuando las fiestas de los pueblos proliferaran y el trabajo se disparaba. “Antes lo hacíamos todo, de principio a fin, y se terminaban los castillos en el mismo pueblo o ciudad a la que ibas. Si viajaban a Cádiz o Galicia, se tiraban una semana para finalizar las creaciones y ponerlas a punto”, cuenta.
Cuenta que su padre, Antonio, aprendió de su abuelo, y él también. “Yo entré al negocio cuando era mi abuelo Emilio el que aún lo dirigía. Cuando entrabas, aprendías desde abajo y pasabas por todos los puestos para aprender bien el proceso”, explica. “Venían los productos químicos a granel y tenías que picarlos en morteros para hacer las combinaciones químicas y las mezclas”. Y no es una industria inocua. La fabricación implica mucha mano de obra y sobre todo mucho peligro, recalca.
La evolución del negocio de la pirotecnia, lamenta, ha ido a menos. “Cada vez hay menos mano de obra, se fabrica menos, dependemos más del exterior”. Casi todo, indica, viene ya de China, “cuando antes lo fabricábamos”. Ahora elaboran sobre todo cohetes, tracas y petardos. “Todo el diseño de castillos y de fuegos artificiales se ha ido perdiendo, como pasa con tantos productos”, a favor del gigante asiático.
En la actualidad cuenta con encargos en Murcia, Albacete, Almería, y continúan lanzando sus castillos en el Entierro de la Sardina, que comparten con la Asociación de Pirotécnicos.
Admite que no ve a sus bisnietos con la empresa. “Cuando me jubile es posible que esto se termine. Mis hijos no están conmigo, se dedican a otras cosas”. Las empresas de pirotecnia pequeñas, como la mayoría, “tendemos a desaparecer. Es difícil competir y cuesta mucho trabajo mantener una empresa pequeña hoy en día. Hace falta más papeleo para tirar un castillo que luego lo que ganas”. Sin embargo, resiste. “Todo está cambiando mucho. Pero mientras podamos, lucharemos”.