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crítica de cine

'El contador de cartas': otro gran antihéroe moral de Paul Schrader

24/12/2021 - 

MURCIA. Han pasado 45 años desde que Paul Schrader escribió Taxi Driver para Martin Scorsese y, de alguna manera, hay algo en ese personaje de Travis Bickle, interpretado por Robert De Niro, que siempre ha sobrevolado la trayectoria del guionista y director. En él se concentraban muchos de los males de la sociedad del momento: el trauma de la guerra de Vietnam y la decadencia moral que se extendía a su alrededor y que no podía soportar. Había visto el horror, había sido partícipe de él, y necesitaba una redención. Los conceptos cristianos siempre estuvieron presentes en el corpus cinematográfico del autor, sus personajes se han regido por la moral y normalmente tenían alguna pena que expiar. 

A lo largo de los años ha ido adaptando estas coordenadas a los nuevos tiempos de manera que, prácticamente, no ha tenido que tocar el núcleo de sus historias, tan solo acomodarlas a las circunstancias y a los problemas actuales. Es lo que hizo con su anterior película, la excelente El reverendo, en la que planteaba reflexiones sobre asuntos como el ecologismo y el medioambiente o los peligros del extremismo ideológico. Ahora, repite la jugada con El contador de cartas, pero de una manera todavía más prodigiosa si cabe, sobre todo gracias a la excelente formulación del personaje protagonista que encarna Oscar Isaac con su poderoso magnetismo. 

William Tell estuvo en la cárcel ocho años. Allí se acostumbró a llevar un tipo de vida austera, organizada y metódica. También aprendió a contar cartas. Una vez fuera de la penitenciaría (militar), comienza a jugar y a ganar en pequeños casinos, pero siempre intenta llevar un perfil bajo, no le gusta sobresalir ni ser un triunfador. Por la noche escribe en su diario todo lo que le atormenta de su pasado en habitaciones de motel que cada noche se encarga de modificar cubriendo todos sus objetos con sábanas blancas, como si fuera el aposento de un monje. 

Cuando aparezca en su vida el joven Cirk (Tye Sheridan), los fantasmas regresarán y por fin tendrá una meta: ayudar a ese chico cuyo padre quedó marcado (como él) por las vejaciones y torturas que llevaron a cabo a presos en la Guerra de Irak tras un planificado adiestramiento. William aprendió a vivir con la culpa, el padre de Cirk no, y ahora el chico quiere vengarse de uno de los responsables de poner en funcionamiento esa maquinaria de violencia y horror que casualmente escapó de la justicia, Gordo (William Dafoe). 

Como ocurría con Travis, William se encuentra profundamente torturado, en él se acumula el dolor y la culpa, pero ya no tiene ese impulso autodestructivo, solo intenta hacer las cosas bien, lo mejor que puede. Eso sí, tiene más presente que nunca su particular código moral. 

El director vuelve a hablar de la crisis de valores de la sociedad americana, y lo hace precisamente a través del juego y de un personaje que no lo adopta como un vicio o una adicción, sino como una forma de poner en orden el mundo que le rodea, porque las cartas engañan menos que las personas. 

Así, nos sumergiremos en un itinerario tan aparentemente invariablemente como la propia vida del protagonista, cerrado, claustrofóbico y sin posibilidad de escape, hasta que acepte la proposición de La Linda (Tiffany Haddish) para que financie sus apuestas y, con las ganancias, poder ayudar económicamente a Cirk. 

El contador de cartas se configura casi a modo de experiencia ascética (o lo que es lo mismo, muy bressoniana) en la que el director vuelve a practicar ese estilo trascendental que se encargó de poner en marcha en su cine. Así, nos introducimos en la fría cabeza de Williams, en sus cálculos matemáticos, en sus probabilidades y márgenes de error y también en la soledad y el vacío que le rodea, en su paso por escenarios como moteles o casinos que no tienen identidad, y que en realidad se convierten en un símbolo más de la perversión del sueño americano, porque todo en ellos es mentira. 

Oscar Isaac, en su aparente inexpresividad, lo dice absolutamente todo con cada uno de sus movimientos y su mirada. Consigue lo imposible, que entendamos todo ese cúmulo de contradicciones que lo constriñen por dentro, por las que sufre y también por las que todavía es capaz de amar y, por supuesto, de sacrificarse.  

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