CARTAGENA. El Consejo Económico y Social (CES) encargó a un equipo de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT) un informe sobre el impacto económico de la inmigración en nuestra Región. Una de las conclusiones del excelente estudio es que los inmigrantes aportaron el 35% del crecimiento económico regional entre los años 2005 y 2019. Por cada euro que recibieron en prestaciones sociales aportaron 1,72 euros al erario, mientras que los españoles aportaron 1,38 euros. En suma, los inmigrantes aportaron un 30% más que los españoles por euro recibido.
"los verdaderos xenófobos son los que creen que recoger melones, cuidar ancianos o limpiar escaleras, son trabajos impropios"
A la vista de esos datos varios articulistas de izquierdas se han llenado de gozo. Según su interpretación, ese estudio demuestra que las críticas a la inmigración ilegal se deben exclusivamente a la xenofobia de ciertas formaciones políticas y de bastantes ciudadanos intoxicados por su propaganda. ¿Cuál es la opinión del tibio? De entrada, que los resultados del estudio le parecen absolutamente verosímiles, no solo por la calidad de sus autores sino también porque se corresponden con lo que el sentido común indica. Si la tasa de empleo es más alta en los inmigrantes que en el conjunto de los españoles es lógico que contribuyan en mayor medida al crecimiento económico y al erario. Si las tasas de niños y ancianos en los inmigrantes son menores que en los españoles, de nuevo cabe esperar que contribuyan más al crecimiento y al erario. Es fácil: los inmigrantes son mayoritariamente personas jóvenes dispuestas a trabajar. Lo demás va de suyo.
Una vez reconocida esa obviedad, vienen las matizaciones. La primera es que el tibio se alegra de que todos empleen la palabra inmigrante en este caso. Lo normal cuando las izquierdas hablan de este tipo de personas es que las llamen migrantes, obviando la exquisita diferencia que recoge el idioma español entre los que entran (inmigrantes) y los que salen (emigrantes). De ese modo, procuran amalgamarlos a todos, cuando en realidad son situaciones básicamente distintas. Aquí, como la noticia en apariencia es positiva, precisan más y hablan de inmigrantes. Estupendo, pero háganlo también cuando hablen, por ejemplo, de las tasas de criminalidad.
La segunda y más importante matización es que los comentaristas muestran una rara unanimidad en pasar por alto una idea que, en opinión del tibio, constituye la clave de los resultados: los inmigrantes realizan trabajos que los españoles no quieren hacer. A la luz de esa verdad los resultados resultan más inteligibles. La tasa de empleo es más alta en los inmigrantes que en los españoles por la sencilla razón de que hay muchos trabajos que los españoles se niegan a realizar. ¿Y se niegan porque tienen mejores trabajos? No; se niegan porque viven de subvenciones con cargo a los contribuyentes que trabajan o de la economía sumergida. O de ambas cosas a la vez, porque una de las ventajas de la economía sumergida es que, por serlo, pasa desapercibida y, por tanto, es compatible con todo tipo de transferencias que realizan los que trabajan y pagan impuestos.
"hay que rescindir las ayudas al desempleo a los que se nieguen a trabajar"
Visto lo dicho, los resultados del informe no son tan halagüeños. Resulta que, según algunos, necesitamos inmigrantes para sustentar nuestra economía; resulta, decimos otros, que es un auténtico escándalo oír eso en una nación, España, que exhibe las tasas de paro juvenil y de paro femenino más altas de Europa. Que los citados articulistas alaben, implícitamente, ese contraste entre los jóvenes españoles que se niegan a hacer determinados trabajos y los jóvenes inmigrantes que los hacen, aun con sueldos menores, revela que el elitismo, popularmente conocido como señoritismo, ha invadido sus mentes. Es más, ha invadido las mentes de los dirigentes de varias formaciones políticas que nos diseñan una sociedad compuesta de unas clases españolas subvencionadas y otras clases, las inmigrantes, desarrollando los trabajos de los que los españoles reniegan.
Va a resultar que los verdaderos xenófobos son los que creen que recoger melones, cuidar ancianos, o limpiar escaleras, son trabajos impropios de esa nueva nobleza de sangre que es la condición de español. En resumen, esto no tendrá arreglo mientras no llegue un Gobierno dispuesto a tomarse en serio la idea de que hay que proteger a los involuntariamente desempleados y hay que rescindir las ayudas al desempleo a los que se nieguen a trabajar. Ya sé que casi nadie va a decir que él o ella no quiere trabajar, pero se trata de una cuestión empírica: si alguien rechaza dos ofertas de trabajo consecutivas hay que considerarlo desempleado voluntario y privarle de las ayudas previstas para los que, queriendo trabajar, no encuentren empleo. Que deben de ser muy pocos, vista la facilidad con la que encuentran trabajo los inmigrantes. Antes de apresurarse a llamarme facha recuerden que nada menos que Pepe Álvarez, el secretario general de la UGT, ha pedido exactamente lo mismo.
Hecho eso, y cuando las tasas de desempleo entre los jóvenes y las mujeres haya disminuido hasta tasas comparables a las de los Estados Unidos, bienvenidos sean todos los inmigrantes legales que quieran vivir en nuestra nación. Pero no disfracemos de xenofobia la constatación de que ahora los inmigrantes llegan porque muchos españoles no quieren hacer las tareas que ellos hacen. Sí a una España productiva, empleadora y regulada; no a una España improductiva, subvencionada y sin fronteras. Protección social, sí; señoritismo con cargo al contribuyente, no. Y, por cierto, el informe no ha analizado la criminalidad entre los inmigrantes y los españoles, de modo que nada podemos concluir al respecto por falta de datos. Ahórrense, pues, desmentir que eso sea un problema porque el informe solo habla de empleo y economía. Para decidir si es o no un problema habría que encargar otro informe, señoritos.
JR Medina Precioso