CARTAGENA. ¿Alguien se acuerda de Josep Clemente? Tristemente fallecido en diciembre de 2013, fungió de director del diario La Razón en la Región de Murcia. Este alicantino, que se había licenciado en Ciencias de la Información en la universidad Autónoma de Barcelona, empezó su vida profesional en Valencia Semanal, de donde pasó a ejercer de corresponsal en Cataluña del periódico ABC.
En una reencarnación anterior, cuando incomprensiblemente yo ocupaba el puesto de consejero regional de Educación (de lo que sabía algo) y de Universidades (de lo que sabía un poco más), Clemente me invitó a cenar. Acepté, pues ningún consejero en su sano juicio se niega a confraternizar con la prensa. De hecho, mis conversaciones con Ángel Montiel y Paloma Reverte, de La Opinión de Murcia, figuran entre mis recuerdos más gratos de aquella etapa. Por no hablar de las entrevistas radiofónicas a las que me sometía Meroño, el locutor de la SER, en mi fase de rector de la Universidad Politécnica de Cartagena. Siempre acompañado por Gonzalo Wandosell, fundador del Partido Cantonalista, debatíamos sobre la ilusionante etapa que vivía Cartagena, a cuya alcaldesa, Pilar Barreiro, nadie reconocía votarla, pero todos la votaban.
Pues bien, como iba diciendo, cierta noche me vi en torno a la mesa de un restaurante, cercano al Corte Inglés, con Clemente. Con sus antecedentes periodísticos, supuse que se trataría de un irredimible derechista, pero donde menos se piensa, salta la liebre. A la segunda copa ya estaba confesándome que, en su juventud, había militado en un partido de izquierdas, creo que el Partido Comunista de España. ¡Coño! ¡Como un servidor! Y siguió diciéndome que, en realidad, él nunca había sido comunista, sino todo lo mas un honrado socialdemócrata. ¡Coño! ¡También como un servidor!
"el separatismo quedaba delatado como la insolidaria rebelión de los catalanes más adinerados con objeto de privar a las demás regiones de sus impuestos"
Nacido en 1960, Clemente solo tenía quince años cuando el dictador falleció, pero eso no le había impedido apoyar con juvenil entusiasmo la transición a la democracia en curso en aquellos años. Unos años que condujeron a que, en 1986, cuando Clemente era ya un inquieto periodista, todos los líderes políticos, incluidos el socialista Felipe González, el comunista Santiago Carrillo, el catalanista Jordi Pujol y el representante del PNV, asistieron al juramento de Felipe. Inspirándose en aquel episodio fundacional, los entusiastas del pacto entre los socialistas y los separatistas pretenden ahora hacernos creer que el acto de compromiso de Leonor con la Constitución ha sido una ejemplar muestra de normalidad, que refuta las glosas catastrofistas de la oposición. Pero no hay tal. El acto de juramento de Leonor fue una clara imagen de la situación vertiginosa en la que se mueve la política española en estos momentos. De hecho, le dieron plantón todos los aliados del candidato y presidente en funciones, Pedro Sánchez. Y la ministra Belarra declaró que trabajará para que Leonor nunca reine. ¿Sirve de consuelo que el presidente Sánchez le transmitiese su lealtad? No mucho, porque, aun siendo sincero, nada impide que cambie de opinión. Hay precedentes. El más reciente de ellos, la ley de amnistía que ha preparado, declarada inconstitucional por él mismo hace apenas unos meses.
Eso enlaza con mi reveladora cena con Clemente, en la cual me regaló un ejemplar de su último libro, titulado El Oasis Catalán y subtitulado La Corrupción del Poder. Explicaba, con prolijos detalles, la costumbre de pagar un porcentaje de todos los contratos públicos en Cataluña a la familia del presidente Pujol y a otros altos cargos de Convergencia y Unión, precedente del actual partido Juntos por Cataluña. Según aprendí de Clemente, lejos de constituir un oasis político de modernidad y democracia, la región catalana era un auténtico vertedero de corrupción, con Pujol a la cabeza y una serie de fundaciones políticas para encauzar los sobornos restantes.
Me había descubierto Clemente un nuevo mundo político, en el cual el separatismo quedaba delatado como la insolidaria rebelión de los catalanes más adinerados con objeto de privar a las demás regiones de sus impuestos y, en paralelo, establecer un régimen político y judicial que les garantizase la continuidad de sus cohechos y malversaciones, así como su impunidad penal. Aquella noche me alejé otro paso más de la izquierda española, incoherentemente aliada de los separatismos, contrarios por esencia a la igualdad de todos los españoles.
Ahora, cuando el delincuente Puigdemont retrasa su pacto con Sánchez porque quiere que también queden amnistiados los corruptos miembros de la familia Pujol-Ferrusola, me he acordado de Clemente, que tres décadas antes me había puesto sobre la pista de la verdadera naturaleza de la tropa separatista. En su memoria, no pienso apoyar la amnistía, sino denunciar que se trata de una tropelía que viene a romper la igualdad de los españoles ante la ley, la tutela judicial efectiva y la independencia del poder judicial. Y, no lo olvidemos, a olvidar las múltiples malversaciones cometidas por los gobernantes separatistas.
Hoy, como en tiempos de Clemente, la corrupción sigue instalada en el poder catalán, pero ahora está desbordando sus fronteras para adentrarse en el poder del resto de España. En la izquierda, solo la organización Jacobinos parecen dispuesta a defender la igualdad de todos los españoles y el imperio de la ley. Acompañando a su dirigente, el abogado Guillermo del Valle, quizás Clemente estaría dispuesto a apoyarlos. Se lo preguntaré a su espíritu. Y, si no me responde, lo mismo los apoyare yo en su nombre.